Ciento setenta y ocho deseos

No controlamos nada de lo que nos sucede, pero sí podemos controlar cómo respondemos a lo que nos sucede

Ciento setenta y ocho deseos
Imagen ilustrativa / Archivo.

Las redes son como un océano compuesto de personas en vez de gotas de agua. Una masa rumorosa que las corrientes mueven y las tormentas agitan. De cuando en cuando, a la orilla de mi ordenador llegan restos de ese más allá, como maderos de lejanos naufragios que las mareas escupen. Y el caso es que, en estos tiempos raros que vivimos, y dentro de la promoción virtual de mi última novela, se me ocurrió plantear una pregunta en el Instagram de mi editorial, Alfaguara: “Si tuvieras la buena suerte de poder hacer realidad un solo deseo, ¿qué pedirías?”. La pregunta se contestaba de manera anónima, lo cual sin duda influyó para la sinceridad de la respuesta, y se mantuvo durante tres días. Participaron 178 personas. Fue como si, de repente, una ola gigante estrellara contra la arena de mi playa 178 botellas con mensaje. No sólo ha sido una experiencia curiosa, sino también, y eso no me lo esperaba, muy conmovedora.

En primer lugar, nada más y nada menos que 28 individuos deseaban ser escritores: “Publicar mi novela”, “Escribir un buen libro que trascienda el tiempo”, “Ser una buena poeta reconocida”… Alguno, incluso, disparaba con bala: “Que Alfaguara leyese mi manuscrito” (ay, tramposuelo). Todo ello muy normal, desde luego, dado que era el Instagram de una editorial. Si fuera el del Real Madrid, seguro que habría un buen puñado de personas suspirando por ganar el Balón de Oro.

Solamente cuatro deseaban el fin de la pandemia. Un ingenioso pedía “Cien deseos más”. Algunos más imaginativos decían cosas como “Tener el cabello azul natural”. Hubo tres que lo tenían clarísimo: “Un hijo”, “Sexo” y “Una Volkswagen California Beach”. Y otra u otro decía: “Conocer a Vargas Llosa” (¡eso sí que es ser fan!). Uno de mis preferidos es el que, con una modestia enternecedora, deseaba “Acceder al crédito para poder comprar mi casa propia”. Pobrecito: podía haberle pedido al genio de la lámpara un palacio de rubíes, pero se contentaba con conseguir una hipoteca, y ese apego al realismo hace intuir una vida tremendamente trabajada, una lucha cotidiana de supervivencia.

Muchos de los deseos dejaban entrever, con una sola línea, toda una historia detrás, la agitada novela de la vida, turbulencias y sombras, necesidad y afecto. Tomemos por ejemplo esta frase turbadora: “Que mi madre sea feliz”. Porque evidentemente esa madre no lo es, y no lo es hasta un punto tan dramático que el primer deseo de su hija o hijo es rescatarla (pero también, y esto es bello: cuánto amor).

Y hablando de amor, de tanto amor, estamos llegando, de puntillas, a los feroces mordiscos de la enfermedad y de la parca: “Que mi hija sobreviviera. Murió en 2019 y la echo muchísimo de menos”, “Que mi hermana resucite”, “Un milagro para mi papá”, “Que podamos recibir el trasplante de riñón de mi papá este año”, “Que mi mamá no tenga cáncer” o el hermoso “Que mis abuelos sean eternos”. Y siendo todos ellos, y otros tantos semejantes, estremecedores, aún quedan los que más me han impactado por su elocuencia: “Salir de mi país para poder vivir en paz para que no me maten a golpes por ser diferente”, “Que mi familia aceptara mi homosexualidad”, “Que la violencia pare en mi jodido país” y, en especial, el sobrecogedor “Tener el valor para separarme de mi marido”.

Quedan muchos más deseos maravillosos que no puedo citar porque no caben. Cuando se me ocurrió la pregunta supuse que muchos pedirían una pasión, pero me equivoqué: apenas media docena escogieron eso. Lo que aflora en estas peticiones anónimas es la carne viva del dolor, de la pelea por la supervivencia y del cariño más esencial. Sus anhelos me emocionan y abruman; ojalá pudiera ser como el genio de Aladino y concederlos todos de un plumazo. Pero ¿saben qué? Estos deseos que ahora laten en mis manos también están llenos de esperanza, porque es la esperanza la que les ha empujado a escribirlos en Instagram. La esperanza de cambiar el futuro, de superar la angustia, de aceptar mejor la muerte de los seres queridos. Pues bien, sé que se puede conseguir. No controlamos nada de lo que nos sucede, pero sí podemos controlar cómo respondemos a lo que nos sucede. Y así, paso a paso, nos vamos ganando una vida.

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