“Aquí estoy, Federico, en tu Granada, / en tu Granada, que también es mía. / Oigo tu voz en alta fuente fría / por el verde Genil multiplicada. / Oigo tu voz de aljófar y alborada; / tu voz, morena de gitanería; / tu voz, que es sangre de tu Andalucía; / tu voz, que es lejanía iluminada”. Alfredo Bufano. (“Sonetos granadinos”)
El 31 de octubre se cumplieron setenta años del fallecimiento de Alfredo Bufano (1895 - 1950), una de nuestras más genuinas voces líricas, autor de veinticinco poemarios, a más de algunos textos en prosa (uno de ellos, Zoología política, ya fue comentado en esta columna. Cf. Los Andes, 27/09/20). Además fue asiduo colaborar de periódicos nacionales como La Prensa, hasta el momento de su muerte.
Precisamente, la última publicación de Bufano fueron unos “Sonetos granadinos” aparecidos en el diario mencionado pocos días después de su fallecimiento: “A Granada”; “A una cascada de la Alhambra”; “En el Palacio de Carlos V”; “Ante la espada de Fernando el Católico” y “A Federico García Lorca”. Esta publicación merece un encuadre biográfico y uno literario. Previamente, vale un comentario acerca del título: aludo en él al encuentro vital, profundo y significativo, que tuvo nuestro comprovinciano con el gran poeta andaluz. Encuentro no personal sino a través de la lectura, primero, y luego el contacto -sí presencial pero tardío- con la “zona” inspiradora de gran parte de la obra de Federico: su Andalucía natal, que acaece cuando el mendocino, despojado de sus cátedras en San Rafael- emprende un peregrinaje que lo llevará a tierras españolas.
Lorca influye en Bufano a través de sus búsquedas neopopularistas, que se traducen en una recreación muy particular del romance tradicional, a través de las cuales suma al encanto un poco ingenuo de la poesía popular, la fuerza de su genio eminentemente dramático, que crea una atmósfera poética sugestiva, a menudo trágica y misteriosa.
Hay por lo menos tres motivos en los que puede reconocerse una filiación lorquiana y que Bufano desarrolla en sendos romances novelescos: “Romance los ojos color agua”; “Romance de los dos caballeros” y “Romance de la doncella de los siete colores”: El primero corresponde al tópico de la idealización de la muerte, a partir de la figura de una misteriosa mujer de “belleza trágica” que podría emparentarse con esa novia mortuoria de Poemas del Cante Jondo, y que el poeta ve como una doncella bellísima y misteriosa con la que espera reunirse en un beso eterno, figura por lo tanto ansiada y esperada como la de una novia.
Más evidente puede resultar la relación entre el “Romance de los dos caballeros” y la presencia del motivo ecuestre de la muerte –en Lorca con claras notas de caballería andaluza. No es un motivo nuevo, indudablemente y ya Gloria Videla de Rivero señala su origen medieval, emparentado con el “Romance del enamorado y la muerte”; sin embargo, en el caso de Bufano, el diálogo entre ambos caballeros –la muerte y el perseguido- podría relacionarse con el famoso “Diálogo del Amargo” de Lorca.
Finalmente, mencionaremos un motivo que Bufano puede haber bebido en fuente lorquiana: la personificación del arco-iris. En la “Canción de las siete doncellas”, del libro Canciones, sus colores
son siete doncellas que cantan; en Bufano, se convierten en una sola castellana en lo alto de una torre: la “doncella de los siete colores”.
En estos tres casos se trata de un motivo que podría haberse inspirado en la poesía de Lorca, pero al que el poeta mendocino le da un desarrollo mayor y acaso divergente. Algo diferente ocurre con un motivo sí típicamente lorquiano, cual es el de la luna, respecto del cual la poesía del andaluz ofrece numerosos y sugerentes ejemplos. Bufano utiliza este motivo en varios poemas, con connotaciones de muerte o tragedia y por supuesto conservando su gran valor plástico. Así por ejemplo, en el “Romance de la muerte del General Villafañe” la luna interviene activamente en el drama: prepara el escenario; señala al futuro asesino; preside el duelo, envuelve al muerto y se complace en señalar al victimario.
También podría advertirse la creación de una atmósfera típicamente lorquiana en el “Romance de la Anunciación” de Los collados eternos, a favor de esa urdimbre de imágenes entre oníricas y simbólicas que envuelven el relato en un clima como alucinado, que sirve de marco a la aparición del ángel Gabriel. La descripción participa de una cierta sugerencia de imaginería popular, por la mención de elementos que faltan en el pasaje evangélico, como esa “vara de nardos” o sus “alas auri-bermejas” (recordemos, de paso, la pintura que el propio García Lorca hace de los tres arcángeles: San Miguel, San Gabriel y San Rafael, con similar procedimiento, es decir, partiendo de una barroca imagen visual del ángel).
Pero el procedimiento a nuestro juicio más importante es lo que podría denominarse la “cuyanización de motivos”: la incorporación de reminiscencias poéticas, ecos de lejanas voces, a la realidad cuyana, tal como se da en el “Romance de Cruz Lobos”. Según Gloria Videla de Rivero (1983): “Este es uno de los romances con clara influencia lorquiana, que permiten señalar una línea ‘neopopularista’ en Bufano. La ambientación se desplaza del mundo agitanado y andaluz de Lorca, a los criollos del sur mendocino” (78). La relación se hace evidente por el clima de misterio y sugerencia, con connotaciones surrealistas; por la presencia de lo sobrenatural, de lo trágico; por la tendencia –tan andaluza- de nombrar a los personajes por su nombre y apellido; por las imágenes de clara filiación vanguardista (“como las grupas del aire / su yegua mora titila”). Pero a la vez el poema trasunta ese aroma de misterio que tienen los relatos criollos de aparecidos: “Debajo de un algarrobo / ve Cruz que un zaino dormita. / ¡El zaino de Juan Riquelme! / Y Cruz Lobos se persigna”.
Como síntesis, podemos decir que el influjo de García Lorca en nuestro poeta mendocino se manifiesta en los siguientes rasgos: creación de una atmósfera misteriosa, a veces con connotaciones oníricas, a menudo de influencia surrealista; el empleo de motivos y símbolos tradicionales con un valor muy especial (la presencia de la luna como algo fatídico); sustantivos y adjetivos en relación con lo astral; la recurrencia al bronce en las descripciones, en relación con estatuas y monedas; el ritmo muy particular que logra la composición gracias a paralelismos y reiteraciones… todo ello incorporado al ambiente mendocino, gracias al empleo de un vocabulario que recurre adecuadamente al argentinismo, y sabe aprovechar el valor, tanto evocador como eufónico, de los topónimos lugareños, en perfecta síntesis de estímulos diversos.