Afinidades literarias: Antonio Di Benedetto y Alain Robbe-Grillet, a propósito de lo policial

Interesantísimo este artículo en el que nuestra especialista encuentra las filiaciones entre la literatura del escritor mendocino y la del francés.

Afinidades literarias: Antonio Di Benedetto y Alain Robbe-Grillet, a propósito de lo policial
Antonio Di Benedetto y sus rasgos del policial en "Los suicidas" y otros textos.

“Nací el Día de los Muertos del año 22”. Antonio Di Benedetto. “Autobiografía”

Recientemente conmemoramos un nuevo aniversario del nacimiento de Antonio Di Benedetto (1922-1986), uno de los más destacados escritores mendocinos de todos los tiempos. De sus propias palaras (concretamente, la referencia al día de su nacimiento como el de “los muertos”) puede derivarse algo de su talante espiritual (en relación con el “absurdo existencial”) y con su temática, concretamente, la obsesión por el suicidio, enrizada en su propia biografía (siempre sospechó que su padre se había suicidado cuando él era un niño de nueve años).

Más de una vez se preguntó a Di Benedetto -a la luz de sus búsquedas experimentales, objetivistas- por su conocimiento de la obra de Alain Robbe-Grillet, figura emblemática del denominado nouveau roman. Imagino que al francés cabría hacerle la misma pregunta respecto de la escritura del mendocino, ya que ambos -aun sin declarado conocimiento mutuo- coinciden en similares soluciones expresivas, que la crítica tiende cada vez a explicar por la común influencia estética del cine neorrealista italiano. De esta intención de narrar a través del ojo de una cámara, de manera objetiva, sucesos totalmente cotidianos, dan cuenta, por ejemplo, dos relatos de Di Benedetto publicados en 1958: “El abandono y la pasividad” y “Declinación y ángel”.

La renovación novelística del siglo XX alcanza una última dimensión temática y técnica con el nouveau roman. Uno de sus representantes, Alain Robbe-Grillet, describe la tarea del novelista contemporáneo en términos de “destruir el viejo mito de la profundidad de los sentidos ocultos tras las superficies del mundo fenomenológico que habitamos”. Así, la descripción objetiva en sus textos será la visión de las cosas a través de una cámara fotográfica, sin ninguna interpretación por parte del narrador. En este rechazo de la historia entendida al modo tradicional, los “nuevos novelistas” conceden gran importancia a lo cotidiano y vulgar de la existencia ordinaria de seres humanos comunes: sus gestos más insignificantes, las miradas cargadas de significado o los silencios, en un intento por reflejar sin artificio un trozo de vida. Algunas de estas búsquedas son visibles en la novelística dibenedettiana de los años sesenta.

Así, en “Los suicidas” (1969) la trama va enlazando casos policiales de muertes voluntarias con la aventura real de los protagonistas -dos periodistas-, y con reflexiones de índole filosófica o alegórica, como el "Interludio con animales. La novela coordinará dos historias paralelas: en primer lugar la investigación encargada al protagonista por el jefe del redacción del periódico donde trabaja, a partir de una serie de fotografías de suicidas; la segunda consiste en la relación del narrador con Marcela, la fotógrafa. Todo ello aproxima el texto a la “novela policial filosófica”, especie narrativa de la que fue destacado cultor Gilbert K. Chesterton. Pero la indagación a que procede el periodista-narrador de Los suicidas no es una búsqueda vulgar, sino toda una aventura, tan minuciosa como una pesadilla: la de un hombre ante cuyos ojos la realidad se convierte en un rompecabezas en el que ingresan distintos tipos de piezas: los testimonios de los familiares de los suicidas, los apuntes de Bibi, las redacciones de los alumnos de Julia, los diarios y cartas de los muertos, las fotografías..., los hechos concretos, pero también los sueños.

A favor de ello, el mundo novelesco, aun en su cotidianeidad provinciana, se convierte en un universo misterioso, que va girando sobre símbolos, imágenes oníricas y correspondencias. A la vez, la estructura queda condicionada: al novelista no le interesa mostrar ninguna trama, sino más bien los fragmentos, las posibilidades (o imposibilidades) con que intenta componerla; de allí la inclusión de distintos discursos, incluso informes de tipo policial, que sirven para focalizar determinadas circunstancias con objetividad y distancia, mientras que los fragmentos de cartas y diarios íntimos ofician como un acercamiento de la cámara, un esfuerzo por profundizar expresiones y significados.

En la novela, el punto de partida, el enigma (elemento clave en todo relato policial) es el porqué de la expresión de las víctimas: “Miran como si miraran para adentro, pero con horror. Están espantados, tienen el espanto en los ojos, y sin embargo, en la boca se les ha formado una mueca de placer sombrío”. A partir de allí se moviliza la búsqueda, en la que colaborarán también Bibi, la traductora de la agencia, cuya memoria infalible será el “fichero” que proporcionará diversos testimonios y datos anexos a la investigación; Julia, la maestra con quien el periodista mantiene una rutinaria relación sentimental, y que aportará las redacciones de sus alumnos sobre el tema de la muerte y el suicidio; y Blanca, policía científica, quien precisará la filiación de los suicidas. Como señala Ana María Zubieta, en el prólogo a la edición de CEAL (1987), “la investigación generada [en particular por las extrañas circunstancias que rodean uno de los casos, delinea el perfil policíaco de la novela, pero con la diferencia de que el descubrimiento de la verdad no constituye un fin en sí mismo”.

Por el contrario, en sugestiva afinidad con la novela “Les gommes” (La doble muerte del profesor Dupont) de Robbe-Grillet, es la investigación la que provoca el crimen. En la novela francesa, el Profesor Dupont resulta muerto accidentalmente por el detective que investiga su supuesto asesinato. En Los suicidas, al avanzar la búsqueda, en una suerte de contaminación morbosa, Marcela es arrastrada a la muerte, a través de un pacto suicida con el narrador.

Se advierte aquí la misma fascinación ejercida por el juego del destino, la idea de una historia cíclica que, a modo de una maldición, reaparece una y otra vez. Además, esa pesquisa policial-periodística, en el caso de la novela de Di Benedetto, es también una búsqueda de sí mismo, signada por la figura del padre: “Mi padre se quitó la vida un viernes por la tarde. Tenía 33 años”. El detective Wallas, en el texto de Robbe-Grillet, acaba reconociendo en Livorno -escenario del supuesto crimen- la ciudad que visitó con su madre, niño aún, en busca de un padre que se negaba a reconocerlo. A medida que recorre las calles, va reviviendo los episodios más tristes de su infancia. Análogamente, el narrador protagonista de Los suicidas va recobrando el quiebre abrupto de su mundo, en relación con la muerte del padre, y el temor de estar signado por el mismo estigma fatal. El siniestro absurdo se consuma, en la novela de Robbe-Grillet, cuando el detective mata al Profesor Dupont, su padre. Del mismo modo, ronda a los personajes dibenedettianos la obsesión edípica: “Y desde entonces procuraron hacer lo que aún no habían probado: [...] decapitar un gallo y matar al padre. Cada uno mató al suyo simbólicamente”.

Quizás se podría postular que el interés por esta matriz narrativa de corte policial es otra constante, de importancia menor pero operante en la obra dibenedettiana, siempre y cuando entendamos lo policial como una indagación de índole filosófica, compartida por muchos novelistas contemporáneos, como Alain Robbe-Grillet: a través de la búsqueda de sentido de las imágenes, nos buscamos desesperadamente a nosotros mismos, el sentido de nuestra propia existencia.

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