“La ropa blanca para esta noche y la de color para mañana. Tengo que tenerla lista antes de que los chicos vayan al colegio. Sacar la carne molida del congelador y planchar la camisa…”. Repaso de tareas domésticas, sí. De una mujer que tiene que hacerse cargo de una familia, sí.
El asunto es que la señora no está sentada en el sillón tomándose un tecito mientras hace el recuento mental de lo que le falta hacer ese día, sino que está boca abajo sobre una mesa de escritorio, mientras tiene sexo con un hombre en una pose imposible, maquillada como una puerta, semi desnuda, con mohines eróticos y gemidos fingidos, en un set de cine y rodeada de cámaras que hacen zoom y primer plano en los genitales y fluidos de ambos.
Así de picante, provocadora e inteligente es “Adult material”, la nueva miniserie de cuatro capítulos que HBO Max estrenó hace unos días (el año pasado se había estrenado en Channel 4) para mostrarnos que la industria del porno no es, ni remotamente, lo que creemos que es.
Pero, cuidado: la miniserie es de alto voltaje en desnudos y situaciones pero está alejadísima de una pretensión erótica. Más bien al contrario: es una divertida, grotesca, original e impactante manera de poner en evidencia los apuntes más abyectos, contradictorios, degradantes, humanos -y lucrativos- de una de las industrias más poderosas del planeta.
Pero también es una forma de narrar cómo es que estos contenidos han llegado a un estadío de utilitarismo mecánico, en el que el “patriarcado” tiene sus bastiones enquistados e inamovibles y la crisis que, por estos motivos, atraviesa.
Así, en “Adult material” aquello relativo al sexo que alguna vez fue recuerdo de la adolescencia para atesorar en la vida de los varones, especialmente (la primera vez que en un cine triple X, las revistas repletas de fantasías por foto, el VHS escondido en la pila del Blockbuster), se vuelve máquina devoradora de cuerpos con el único objetivo de defecar dólares. Sin glamour, sin fantasía, sin veladuras.
La miniserie sigue en sus cuatro capítulos la vida cotidiana de una estrella del porno, Jolene Dollar (no podemos dejar de darle los máximos créditos a la extraordinaria faena interpretativa de Hayley Squires). Ella ha llegado a la cima de este negocio gobernado por hombres y a sus 35 años ve llegar el declive. Entre los intentos de no perder esta posición que se traduce en miles y miles de dólares por videos, merchandising, juguetes sexuales, redes sociales, auspicios y más; también pretende llevar adelante una casa con hijos que van a escuelas costosas, que padecen el bullying de sus compañeros por la profesión de su madre, y quieren de ella más tiempo en el hogar.
El tránsito cotidiano de esta mujer, y quienes la acompañan en el trabajo, es también el que recorrido la industria del porno entre aquel misterio de ribetes dorados y soñadores que supo construir en los ‘80 a la procacidad despojada de todo erotismo por la que se suceden las páginas de internet. Efectivamente la tecnología también ha metido la cola en esta industria cultural y la ha destazado dejando de ella apenas lo explícito.
No vemos en “Adult material” a mujeres y hombres seductores y deseables sino a trabajadores autogestionados, que lidian como pueden con los problemas cotidianos, el presupuesto cada vez más acotado para los rodajes, las presiones que recaen sobre esos cuerpos de un negocio que se mantiene a fuerza de corrupción y precarización de toda índole.
En ese entorno Jolene, que es también Hayley Burrows fuera del set, se enseñorea como una de las pocas estrellas rentables en el estudio de Carroll Quinn (hermoso ver allí a Rupert Everett). Su vida privada y su vida profesional se cruzan, chocan, se abrazan para sostener lo que se pueda. El norte es, claro, el estándar económico que permita un audi rosa chicle, una colegio exclusivo para los chicos y una relación amorosa con la pareja como se pueda. Y el asunto se vuelve difícil porque Jolene cobra lo que otros exigen gratis (los consumidores, en especial, a través de la internet)
“Adult material” está escrita y creada por una mujer, Lucy Kirkwood (“Skins”, “The smoke”). Por eso no es casual esta ácida, crítica, demoledora mirada. Los textos y diálogos son antológicos.
Basta un ejemplo. Llega al set una jovencita menor de edad que quiere conseguir dinero porque es bailarina pero ha tenido una lesión y no puede bailar. Jolene la protege, la cuida, porque sabe en lo que se está metiendo. Y ante el pedido del dueño del estudio de que haga una escena de sexo anal en su primer día, Jolene le dice a modo de consejo entre muchos otros que la chica no escuchará: “Todos van a entender si no querés hacerlo, pero si aceptás asegurate de conseguir la mejor paga posible. Porque acá es como en McDonalds, lo que entra en el menú ya no sale”.
Su escritora y directora sabe cómo mostrar las contradicciones de estas personas que transitan una vida donde el cuerpo es la mercancía. Y lo hace con una inteligencia notable. No solo en los diálogos sino en las situaciones que ponen a su personaje principal en la necesidad de conservar los jirones de humanidad que le quedan ante la evidencia de que la fragilidad es lo que la atraviesa y no otra cosa.
Es prodigiosa la pericia con la que “Adult material” se mantiene en pie en la cornisa que separa el erotismo del porno, la exhibición del ocultamiento, la concreción de escenas que podrían desbarrancar sin retorno.
“The Deuce” en HBO, antecesora vibrante
“Adult material” es la radiografía en primerísimo primer plano de una industria que agoniza en la denotación grotesca. Y por eso mismo la contracara exacta de “The Deuce”, que también estrenó HBO -pero como producción propia- en 2017 y duró tres temporadas.
Es que esta serie maravillosa, que nos trajo a la memoria a la inolvidable “Boogie nights” (que podés ver en Netflix), narra los inicios de la industria pornográfica en el Nueva York de los ‘70/’80.
Así en la misma plataforma el auge del negocio que “Adult material” describe agónico, “The Deuce” lo presenta floreciente.
La serie producida e interpretada por Maggie Gyllenhaal y James Franco probó el valor de su narrativa, su puesta, su historia y sus actuaciones. Y como “Vinyl”, grandiosa serie de Martin Scorsese, Terrence Winter y Mick Jagger, que no tuvo éxito de audiencia (pero sigue en el streaming de HBO Max), “The Deuce” hurga en aquella época lisérgica, drogona y de destape sexual del Estados Unidos de los ‘70, para hacer foco en la industria cultural. En “Vinyl”, la de la música; en “The Deuce” la de la pornografía.
Franco y Gyllenhaal, con dirección de Michelle MacLaren y guiones de David Simon y George Pelecanos son tan prodigiosos en sus personajes como Hayley Squires con su “Jolene”.
Si bien la trama es sustanciosa en situaciones oscuras, sórdidas, límite y dramáticas (hay escenas memorables) el pulso de la serie no es el del grotesco sino el de la nostalgia por aquello que ya no será.
La historia se centra en dos hermanos gemelos, Vincent y Frankie Martino (interpretados por Franco) que, transitando por las noches agitadas de Times Square, ven en el negocio del sexo un fenómeno que no conocerá límites.
La proposición de “The deuce” es ahondar, con una mirada matizada por los filtros instagrameros y el espíritu crítico, en los albores de las industrias que hoy “Adult material” exhibe en sus brutales y degradados cambios. En ambas, lo que comanda el timón es la noción del consumo. El sexo escindido de lo humano, la máquina, el objeto.
Prostitución (extraordinaria está Maggie Gyllenhaal) y rufianes le dan fisonomía “casi natural” a las relaciones de clase en las que se basaba el negocio en aquellos tiempos.
Bien vale entonces el tránsito por ambos productos televisivos para trazar el mapa de crisis de esta industria que, como todas las que forman parte de la cultura, se han visto reconvertidas, destazadas y reconfiguradas por el avance voraz de la virtualidad y sus lógicas.