Hace años que las películas españolas han ganado terreno en las plataformas como Netflix, sin embargo, -y con todo el respeto que merece el prestigio del cine hispánico- los últimos hallazgos no han logrado dar con la talla de sus más altos exponentes.
“7 años” es una película de Roger Gual, que se estrenó en 2016 en Netflix, y aunque se encuentra varias veces mencionadas entre los baluartes de la plataforma, y que varias de las críticas publicadas en su momento la pusieron por las nubes, lo cierto es que empieza bien, pero luego entra en un inexplicable juego entre la tensión y el aburrimiento.
La historia muestra a cuatro socios fundadores -y aparentemente amigos- de una exitosa empresa de aplicaciones tecnológicas, que están al borde de ser descubiertos por inspectores de Hacienda, tras años de maniobras para desviar fondos a cuentas en Suiza.
El dilema, (que toma demasiados minutos en revelarse), reside en que si los encuentran, todos irán a la cárcel a cumplir 7 años de condena; pero si uno solo se inculpa y se entrega, los tres restantes quedarían libres y podrían seguir manejando la empresa.
Cada uno de ellos es una pieza fundamental dentro de la organización, y además, por cuestiones personales, ninguno está dispuesto a dar ese paso.
La idea es, finalmente, contratar a un mediador que les ayude a decidir quién de los cuatro debe asumir la totalidad de la culpa y, por lo tanto, entrar en prisión por fraude fiscal.
Así, el quinto integrante de esta película llega durante la noche a las oficinas -que se encuentran en una especie de galpón aparentemente abandonado, pero con decoración muy moderna al estilo coworking- donde lo esperan los cuatro amigos.
Allí, se entera de cuál es su tarea, e inmediatamente comienza la sesión de mediación que los irá llevando por distintos rumbos entre acusaciones cruzadas, desmentidas, caídas de máscaras, manipulación y mucho más.
La dinámica que establece este cuarteto de amigos y socios tendrá como eje la imparcialidad del mediador que actuará como equilibrante cuando la tensión pudiera salirse de control, lo cual -a decir verdad- es bastante esporádico a lo largo de los 77 minutos que dura la película.
Lo único que sí lleva un ritmo progresivo es el mal clima que se va generando entre los fundadores de la empresa, a medida que cada uno va exponiendo las razones por las cuales cree que es más importante que el resto y por lo tanto, resulta indispensable para el funcionamiento del negocio. Cada argumento, por supuesto, tiene como objetivo quedar afuera de la cárcel.
Si bien es cierto que por momentos se torna aburrida por la reiteración de ideas que no logran reforzar un concepto o afianzar un personaje, también lo es el clima asfixiante, que comienza a ser cada vez más opresivo, ayudado por las luces tenues y el hecho de que la película se desarrolla casi por completo dentro de la misma oficina (muy Polanski).
En todo este juego, el mediador solo ajusta un poco las cuerdas de las velas, que finalmente los llevarán a tomar una decisión, más basada en rencores y reacciones recientes, que en análisis fríos en busca de los mejores resultados para la empresa y el beneficio de la mayoría.
En el guión también colabora Gual, pero es de Julia Fontana y José Cabeza. Se destaca la fotografía, a cargo de Arnau Valls Colomer.
7 años. 2016. España. Dirigida por: Roger Gual. Protagonizada por: Juana Acosta (Vero); Àlex Brendemühl (Marcel); Paco León (Luis); Juan Pablo Raba (Carlos); Manuel Morón (José Veiga, el mediador) y Marta Torné (Voz de Natalia). Género: Drama. Trabajo/empleo. Drama psicológico. Disponible en: Netflix. Nuestra opinión: Buena.