El smartphone nos deslumbró hace casi una década con el reciclaje de una idea que desde hacía tiempo se estaba moldeando: el celular como centro del flujo de nuestros datos. Todas las páginas web, todas las películas, todo el entretenimiento y más, en un teléfono.
El iPhone pateó la mesa, sí. Tomó todo lo que ya había, desechó lo que no veía como atractivo y empaquetó el producto debajo de un vidrio multitáctil con el que podíamos controlar toda la interfaz, todo gracias a la magia electrónica que de alguna forma era propiciada por nuestros dedos.
Desde entonces el smartphone se ha convertido no solo en una herramienta de información, comunicación y entretenimiento, sino también en un chiche digno de ostentar, un intento permanente del fabricante de turno de que su producto se distinga entre los demás de esa categoría.
Todos los años el Museo de Arquitectura y Diseño de Chicago entrega distinciones que premian la innovación, la sostenibilidad, la creatividad, el diseño ecológicamente responsable, los factores humanos, materiales, tecnología, artes gráficas, embalaje y diseño universal.
Es el premio de diseño más antiguo del mundo, establecido en 1950. ¿Te imaginás que smartphone ganó este último año? No, no es Apple y su icónico iPhone.
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