El término corrupción abarca muchas situaciones, pero en general apunta al funcionamiento del Estado, de los gobiernos y parte de la sociedad a ellos vinculada.
Para el común de las personas el núcleo de la corrupción anida en la política. La Convención de las Naciones Unidas dice que “Corrupción es la acción y efecto de corromper, el vicio o abuso introducido en las cosas no materiales, en las organizaciones, especialmente públicas, práctica consistente en la utilización de las funciones y medios de aquellas en provecho propio”.
Corromper es la acción de “alterar y trastrocar la forma de algo”, “echar a perder, depravar, dañar, pudrir”, “sobornar a alguien o de otra manera”, “pervertir o seducir a alguien”, “estragar, viciar”, “oler mal”.
La amplitud de las acciones de corrupción engloba hechos tales como coimas, soborno de funcionarios, malversación de bienes, tráfico de influencias, enriquecimiento ilícito, crimen organizado, blanqueo de dinero. Lo que hoy se ha instalado en primer plano es la corrupción que alude al extraordinario enriquecimiento, imposible de explicar y justificar, de un conjunto de funcionarios públicos y empresarios amigos del poder.
Se suele decir que corrupción hay en todo el mundo y que en nuestro país existe una larga historia al respecto.
Por cierto se pueden encontrar ejemplos en distintas épocas, pero lo que distingue el fenómeno en estos tiempos es la magnitud de las fortunas, las formas y extensión de la corrupción, la naturalidad con se comete, la impudicia con se exhiben esas fortunas. Además parte de la corrupción se vincula a acciones del crimen organizado, como el tráfico de drogas y el lavado de dinero.
Si bien la corrupción tiene múltiples facetas, es conveniente llamar la atención sobre algunos aspectos, entrelazados entre sí, que son determinantes de este proceso en la última década. Uno es el crecimiento de la intervención y participación del Estado en la economía.
La reestatización de empresas como Aerolíneas Argentinas, barril sin fondo de dispendio de recursos, o la creación de otras como Enarsa, por caso, son nidos de corrupción.
La intervención y estatización de la economía está inevitablemente asociada a la corrupción, situación que se puede comprobar en decenas de países. Un solo ejemplo: el Gobierno, a través de esas empresas este año importará alrededor de 12 mil millones de dólares en combustibles, siendo compras directas sin control de ningún organismo.
No hace falta mencionar el manejo de la Anses y el despojo a los jubilados. Otra fuente de corrupción es el descomunal crecimiento del gasto público, del cual la mayor parte se maneja con enorme discrecionalidad gracias a la delegación de facultades del Congreso al Poder Ejecutivo.
También es de sobra conocido el sobreprecio de las obras públicas y su pésima calidad. Finalmente, causa última y primera de la corrupción: el desmesurado poder presidencial, que ha logrado anular, ignorar o cooptar la mayoría de los órganos de control del Estado, incluida buena parte de la Justicia.
Eliminar o al menos reducir la corrupción no es sólo un problema de las instituciones, ya que de poco han servido la creación de algunas de ellas como la Oficina Anticorrupción. La corrupción es lo opuesto a la virtud, decía el gran Aristóteles.
Por tanto debemos recuperar los valores, las virtudes que hemos olvidado o perdido. Hay en la sociedad argentina mucha gente honesta, que resiste en silencio, en la austeridad y aun en la pobreza. Ese sector no quiere, voluntariamente, vivir en una sociedad donde predominen los corruptores y los corrompidos.
