Por Umberto Eco - Escritor italiano
A lo largo de dos días este verano, el ministro de Cultura de Italia, Darío Franceschini, fue anfitrión de 83 ministros de cultura y delegados de todo el mundo, como parte de la Expo Milano 2015, la exposición universal en Milán.
Los visitantes vieron la Fundación Prada, gozaron de una noche en el teatro de ópera La Scala y admiraron "La última cena" de Leonardo da Vinci. Sin embargo, ellos también hablaron: sobre arte y cultura, y cómo promover y preservarlos en la era moderna (milagrosamente, los oradores por lo general lograron no extenderse en sus comentarios. Quizá se habían entrenado un poco a través de Twitter).
Ahora, todo esto pudiera haber llevado a que algunos pregunten: ¿Qué, no se supone que las inquietudes fundamentales de nuestro tiempo son terrorismo, guerra, la economía, hambre y cambio climático? ¿Por qué habríamos de unirnos para discutir algo comparativamente tan frívolo como los activos culturales? Después de todo, Giulio Tremonti dijo famosamente cuando fue el ministro de Economía y Finanzas de Italia: "No puedes vivir de cultura".
De hecho, los activos culturales de una ciudad, tales como teatros de ópera mundialmente famosos y obras de arte invaluables, pueden darle un impulso al desarrollo económico.
Lo que es más, la conversación este verano en Milán no pasó por alto el terrorismo o el cambio climático: los participantes discutieron sobre maneras de salvaguardar obras de arte de ataques terroristas y desastres naturales. A final de cuentas, el evento en Milán fue un valioso recordatorio de que, en un mundo hecho de tantas culturas diversas viviendo en contacto constante entre sí, nuestros recursos culturales son fundamentales para nuestro entendimiento mutuo y pacífica coexistencia.
El mundo ha sufrido largamente a raíz de una falta de entendimiento cultural. Antes de los movimientos de vanguardia del siglo XX, los europeos consideraban en su mayoría que el arte africano era bárbaro e incomprensible. Históricamente, algunos cristianos europeos también quedaron consternados al enterarse de que templos indios presentaban esculturas eróticas y que ciertas religiones describieron sus divinidades en forma animal (pasemos por alto por ahora que, durante siglos, el cristianismo occidental ha presentado al Espíritu Santo como una paloma).
Mucho ha cambiado, por supuesto; y no solo gracias a la antropología cultural, que durante más de un siglo ha estado intentando convencer a los occidentales de que conozcan y entiendan otras culturas. Es también gracias a mejoras en la transportación y turismo masivo.
Actualmente, interminables muchedumbres de japoneses pueden visitar Italia para ver "La última cena" y otras importantes obras de arte, mientras grandes grupos de europeos pueden viajar con facilidad al extranjero para pararse ante pirámides egipcias o templos asiáticos. Muchos de nosotros estamos aprendiendo a apreciar objetos de belleza producidos por otros pueblos; obras cuya existencia era desconocida para nosotros hasta hace relativamente poco.
Es cierto que la naturaleza del turismo moderno por lo general requiere que pasemos cierto tiempo en lugares que se ven iguales en su totalidad: en términos generales, un aeropuerto internacional o gran hotel no son muy diferentes entre otros. Sin embargo, una vez que dejamos ese tipo de lugares de apariencia genérica, podemos encontrar belleza desconocida y sorprendente.
Lo anterior no equivale a decir que ese tipo de intercambios culturales vaya a eliminar de alguna forma el racismo, la xenofobia o conflictos de tipo religioso o político.
Es claro que un encuentro cultural no puede, en sí o de sí, salvar a un niño que muere de hambre en África (el ex ministro Tremonti puntualizó sus comentarios sobre no ser capaz de sobrevivir de cultura con una broma, en el sentido que quizá iría a un café y ordenaría un sándwich "Divina comedia"). Sin embargo, seguramente estímulos culturales han contribuido indirectamente con grandes esfuerzos humanitarios, al inspirar a generaciones de personas a entender mejor a otras sociedades y tender una mano a quienes lo necesitan.
En un mundo tan dominado por conflictos militares y económicos, la proliferación de la cultura y un conocimiento recíproco de la herencia artística de cada cual puede tener una influencia profundamente positiva. Las artes y la cultura no están divorciadas de los temas más acuciantes de nuestro tiempo; por el contrario, son cruciales para la conversación.