Mas del 92% de la superficie implantada con viñedos en el país se encuentra ubicada en las provincias de Mendoza y San Juan, destinándose aproximadamente el 97% de la producción total de uvas a la elaboración de vinos y mostos sulfitado y concentrado.
Por otra parte, dado el fuerte impacto que los factores climáticos adversos tienen sobre la producción de uvas, ésta exhibirá grandes fluctuaciones anuales.
En la actualidad solamente un bajo porcentaje de los daños climáticos es controlado mediante la colocación de tela antigranizo y la lucha directa contra heladas.
Todo esto implica la existencia de una oferta anual de vinos completamente inelástica, que se traducirá en una alta variabilidad de los precios de mercados, principal escollo a superar en la búsqueda de la meta del desarrollo sustentable del sector en el largo plazo.
Así como la privatización de Giol fue el primer hito histórico que le cambió el destino a la vieja vitivinicultura nacional, el Plan Estratégico Vitivinícola 2020 se convirtió en la plataforma de lanzamiento de una Nueva Vitivinicultura, dejando atrás una industria fuertemente regulada por un Estado omnipresente en cada una de las etapas del proceso productivo y comercial, y dándole paso a una actividad viable y próspera, y cada vez más inclusiva.
Hoy el sector nos insta a impulsar nuevas medidas estructurales y a redefinir el rol del Estado para su implementación. Un Estado que diseñe políticas públicas activas, y que cuente con instituciones fuertes, transparentes y eficientes para su implementación. Que pueda suplir las falencias del mercado, y que lo complemente cuando sus resultados no satisfagan los objetivos de equidad que demanda una vitivinicultura moderna y sustentable.
Al parecer hoy es necesario dar una tercera batalla para terminar de posicionar y afianzar a la vitivinicultura argentina a nivel mundial, y ésta tiene que ver con la necesidad de despejar incertidumbres en la formación de los precios de la uva y del vino de traslado, a través de un mecanismo de estabilización del mercado interno.
Veamos ahora, entonces, la propuesta de un Mecanismo de Estabilización del Mercado Interno con el objeto de despejar incertidumbres en la formación de los precios de la uva y del vino de traslado.
¿Por qué es importante ocuparse del problema de la inestabilidad de los precios?
Una oferta con grandes fluctuaciones interanuales tiene dos tipos de implicancias negativas sobre el sector, la primera vinculada al rol del mercado en la asignación de recursos y la segunda por su efecto asimétrico en la equidad distributiva. Esta última tiene mayor relevancia cuando los productores no están totalmente integrados a la cadena de valor.
El modelo de telaraña, citado frecuentemente en la literatura económica, es el mejor ejemplo de una ineficiente asignación de los recursos disponible en respuesta a un cambio en los precios relativos de un determinado producto, cuando como en el caso de los cultivos perennes, transcurre un considerable período de tiempo entre la plantación y la entrada en producción.
Por otra parte, la inestabilidad de precios puede provocar distorsiones de alcance temporal, haciendo más atractivas las inversiones de corto plazo en detrimento de las de más largo plazo, u ocasionar desajustes en la composición de cartera, priorizando la búsqueda de un portafolio más flexible o más diversificado.
En materia comercial, un mercado interno con fuertes fluctuaciones anuales de precios, frente a un precio internacional estable, atentará contra el crecimiento sostenido de las exportaciones en el largo plazo. Adicionalmente, un mercado inestable desincentivará una mayor capitalización del sector.
Desde el punto de vista social, se puede argumentar que con precios estables es posible beneficiar al sector de la producción, sin afectar demasiado al consumidor.
Conceptualmente es importante distinguir entre un mecanismo de precio sostén, al que se ha recurrido con frecuencia para diferentes productos y situaciones de mercado, y del que solamente se conocen rotundos fracasos, y una propuesta de estabilización de oferta como la aquí propiciada.
La intervención de Giol Empresa Estatal, Industrial y Comercial en el mercado fue una experiencia concreta de implementación de un esquema de precio sostén que no solo fracasó comercialmente, sino que resultó totalmente contraproducente para el cumplimiento del objetivo social que le dio origen.
Mantuvo al pequeño productor en la pobreza y generó una importante renta económica para los grandes productores y bodegas integradas verticalmente.
El mayor inconveniente de las políticas de precios sostén es que una vez establecidas son muy difíciles de desmantelar políticamente. Por ejemplo, la Ley Provincial 3137/64 dispone que Giol adquiera status jurídico de empresa estatal, pero le fija al mismo tiempo un plazo no mayor a los tres años para vender el 49% de las acciones ordinarias y el 100% de la preferidas a sus obreros y empleados, pequeños viñateros, contratistas y cooperativas.
Esto no sólo no se cumplió sino que debieron pasar 24 años hasta que el Gobernador José Octavio Bordón decidiera su privatización.
En contraposición a lo anterior, si bien la decisión política de implementar un programa de estabilización de oferta es del dominio de las provincias productoras, su operatoria se resuelve en el ámbito privado.
Respecto del financiamiento, Mendoza por ejemplo podría contar con recursos del Fondo para la Transformación y Crecimiento o del Banco Nación, con participación de las Sociedades de Garantías Recíprocas y auditada por el Tribunal de Cuentas. Para el control de los vinos inmovilizados, le podría solicitar asistencia al INV.
Para el cálculo del stock óptimo anual (S*i), es necesario tener en cuenta el carácter aleatorio de la producción de uvas y su distribución probabilística, la evolución de la tendencia de la demanda interna y la exportación. Dicho valor surge de una fórmula matemática, que lo relaciona positivamente con la producción total de uva/vino del año en consideración (Qi) y negativamente con la elasticidad precio de la demanda y con los costos de almacenamiento, cuyo componente principal es la tasa de interés.
Conclusiones: Un aumento en la producción en un año determinado, o una baja equivalente del precio Pi, provocará un incremento en el nivel óptimo de stocks.
Mientras más inelástica es la curva de demanda, mayor será el volumen óptimo de stock a ser almacenado. En consecuencia, al enfrentar demandas con distintas elasticidades, el nivel de S* para el productor de vino de traslado no necesariamente será igual (de hecho será menor) que para el productor de uvas.
Un aumento en la tasa de interés resultará (como es de esperar) en una disminución del nivel óptimo de stocks. Esto último es de gran importancia ya que genera un espacio de intervención interesante al permitir utilizar la tasa de interés como un instrumento de política sectorial para incentivar la acumulación de stocks con tasas de interés promocionadas.
Las opiniones vertidas en este espacio, no necesariamente coinciden con la línea editorial de Diario Los Andes.