La prueba de fuego que vivirá este año la democracia en la Argentina va mucho más allá de los partidos o candidatos que resulten elegidos en las sucesivas elecciones.
Lo fundamental es que, a nivel nacional, estamos a pocos pasos de que un gobierno no peronista finalice en tiempo y forma su mandato luego de muchas décadas sin que ocurriera. Más allá de la evaluación mejor o peor que pueda recibir la actual gestión.
Eso puede ser el punto de partida de una estabilidad institucional mucho más fuerte de la que ha tenido hasta ahora la democracia argentina, que si bien ha sobrevivido durante más de treinta años continuados, lo ha hecho teniendo que soportar renuncias que acortaron mandatos presidenciales por crisis económicas y/o políticas y hasta debió sostenerse con presidencias provisionales, legítimas pero que no provenían del voto popular.
La entrega del mando de un gobierno no peronista a otro, peronista o no, puede ser una señal de cambio clave en el perfeccionamiento republicano, que quizá podría ayudar a otro tema institucionalmente tan importante como éste.
Hablamos de la cuestión de la continuidad en las grandes políticas de Estado, otra condición sine qua non para una democracia sana, que en la Argentina ha sido reemplazada por la refundación permanente, por el eterno volver a empezar de cero (como si eso pudiera ser posible), incluso aunque los presidentes hayan sido del mismo partido y con planteles de funcionarios más o menos similares.
De acuerdo a la experiencia, lo más difícil de solucionar en la Argentina es la temática económica, que lo intente quien lo intente, siempre hace entrar en crisis al gobierno que sea, termine o no éste su mandato establecido.
Y nada indica que esta vez será la excepción ya que la decadencia que comenzó a bosquejarse fuertemente a partir de la década de los 70 del siglo XX (aunque muy probablemente viniera de bastante antes) no ha podido ser revertida aunque haya permanecido la institucionalidad democrática continuada.
Es así que el gran país de clase media que tuvimos hasta bien pasada la primera mitad del siglo XX, hoy es una nación que debe lidiar con una tercera parte de su población por debajo de la línea de la pobreza.
Un profundo declive material, y por su extensión, con grandes consecuencias culturales negativas.
No obstante, en los últimos años, aún con la crisis económica sin visos de superación, se han podido dar algunos pasos en el mejoramiento republicano, de gran importancia.
Uno de ellos es el que hace a nuestra inserción internacional, donde salvo sectores minoritarios, existe un consenso implícito acerca de que es necesario abrirse al mundo y mantener una relación equilibrada con las grandes potencias, sin desconocer nuestra pertenencia a Occidente.
Lo esencial es mantener una línea de política internacional alejada tanto de la subordinación como del aislamiento.
Otra cuestión es la de la lucha contra la corrupción, en particular en su faz política, donde se han iniciado juicios contra figuras centrales del poder, con respeto por la independencia judicial para que determine responsabilidades.
Si es posible lograr que éstas y otras políticas que han tenido relativo éxito puedan ser continuadas por cualquiera que resulte elegido, es muy posible que estas favorables condiciones institucionales puedan ser una precondición fundamental para que más pronto que tarde comencemos a terminar con la grave situación económica que hasta ahora nadie ha logrado revertir.