Con respecto a temas de seguridad, los estadounidenses necesitamos un nuevo balance. Damos la impresión de que estamos dispuestos a soportar cualquier pesada carga, pagar cualquier precio, para frustrar al tipo de terroristas que gritan “Allahu akbar” (“Dios es grande”) y plantan bombas, al tiempo que estamos reacios a dar el más mínimo paso para reducir un terrorismo de otro tipo: la mundana violencia de las armas de fuego en las aulas, cines y centro de ciudades que cobra 1.200 vidas estadounidenses más.
Cuando ocurrió la matanza en la escuela primaria Sandy Hook en Connecticut parecía probable que la tragedia impulsaría al Congreso estadounidense a aprobar revisiones de antecedentes universales para compras de armas de fuego. Parecía como si pudiéramos seguir a Australia, que respondió a una matanza con armas de fuego en 1996 imponiendo restricciones que han dado como resultado que no se haya dado un solo tiroteo masivo ahí desde esa fecha.
Ay, fui ingenuo. Pese al apoyo de 91 por ciento del electorado que fue encuestado a finales de marzo y comienzos de abril, el Congreso rechazó las revisiones de antecedentes penales. El impulso político por reducir los asesinatos con armas de fuego ya se disipó actualmente. hasta la siguiente de ese tipo de matanzas.
En el interín, nuestros dirigentes nacionales han estado agitados con respecto a Edward Snowden y sus filtraciones sobre el espionaje de la Dependencia de Seguridad Nacional de prácticamente todo. La reacción pública ha sido un encogimiento de hombros: la mayoría de la gente no siente agrado por el espionaje pero parece dispuesta a aceptarlo y mucho más como el precio de suprimir al terrorismo.
Nuestra respuesta a los atentados del 11 de setiembre de 2001 y el terrorismo internacional ha sido notable, incluido un aparato de inteligencia en el cual aproximadamente 1,4 millón de personas (incluido, hasta hace poco, Snowden) tienen autorizaciones de “máxima confidencialidad”.
Eso equivale a más del doble de la población del Distrito de Columbia. El diario The Washington Post ha informado que desde el 11 de setiembre, Estados Unidos ha construido nuevos complejos de servicios de inteligencia equivalentes a espacio de oficina para 22 edificios del tamaño del Capitolio estadounidense.
Tomando todo en cuenta, desde el 11 de setiembre, Estados Unidos ha gastado 8 billones de dólares en las fuerzas armadas y seguridad territorial, según informa el Proyecto de Prioridades Nacionales, grupo de investigación que trabaja por la transparencia presupuestaria. Eso equivale a casi 70.000 dólares por hogar estadounidense.
Una parte de ese dinero probablemente contribuyó a evitar otros ataques terroristas (aunque una parte invertida en Irak y Afganistán pudiera haber incrementado riesgos). Necesitamos unas fuerzas armadas que sean robustas y una red de inteligencia, pues estas amenazas son reales. Un ataque de Al Qaeda es un embate al sistema político de una forma que no lo es un asesinato. Además, los terroristas extranjeros sí aspiran a cometer asesinato masivo de nuevo, quizá con armas químicas, nucleares o bacteriológicas, y nuestro gobierno hace bien en trabajar arduamente por impedir un cataclismo de esa naturaleza.
Sin embargo, existen intercambios, incluido otras formas de proteger a la población, y tal parece que nuestro enfoque total está sobre la seguridad nacional en vez de sobre formas más prácticas de asegurar nuestra seguridad.
El desequilibrio en nuestras prioridades es particularmente notable porque, desde 2005, el terrorismo ha cobrado un promedio de 23 vidas estadounidenses cada año, en su mayoría en el extranjero y el número ha estado cayendo.
Más estadounidenses mueren de televisores que caen y otros electrodomésticos, que de terrorismo. El doble de estadounidenses muere de picaduras de abeja o avispa anualmente. Además, 15 veces más muere tras caer de escaleras de mano.
Lo más asombroso es que más de 30.000 personas mueren anualmente de lesiones con arma de fuego, incluyendo suicidios, asesinatos y accidentes, según informan los Centros de Control y Prevención de Enfermedades. Los niños estadounidenses tienen probabilidades 13 veces mayores de ser muertos por armas de fuego que en otros países industrializados.
¿No parece raro que estemos dispuestos a gastar billones de dólares e interceptar metadatos de prácticamente cada telefonema en el país, para lidiar con una amenaza que, por ahora, mata apenas a unos cuantos estadounidenses anualmente, al tiempo que estamos demasiado paralizados para introducir un paso rudimentario como revisiones universales de antecedentes para reducir la violencia con armas de fuego que mata a decenas de miles de personas?
¿Qué no fue lo ocurrido en Sandy Hook una variante de terrorismo? ¿Y qué no es lo que ocurre en agobiados barrios de Chicago plagados por pandillas tan traumático para los niños en edad escolar, dejándolos sufriendo algo similar a un trastorno de estrés postraumático?
Yo no veo ninguna solución fácil aquí, tan sólo una necesidad de un cuidadoso balanceo de riesgos y beneficios.
Diría que en seguridad automovilística, estamos prácticamente bien. Damos a la mayoría de los adultos acceso a automóviles, pero los regulamos con licencias, requisitos de seguro y cinturones obligatorios en asientos.
En el caso de la seguridad nacional y el terrorismo, me pregunto si no hemos desplegado un exceso de recursos.
En el caso de las armas, no lo hacemos en la medida suficiente. Pasitos de bebé, consistentes con la Segunda Enmienda, incluirían exigir revisiones universales de antecedentes, impulsando la investigación para entender la violencia de las armas de fuego e invertir en armas más inteligentes. Una tarjeta de débito requiere de un código para funcionar; un automóvil requiere de una llave; y un arma, de nada.