Por Paul Krugman - Servicio de noticias The New York Times - © 2015
¿Acaso el acuerdo de París sobre el clima salvó a la civilización? Quizá. Eso puede no sonar a un respaldo enérgico, pero, de hecho, son las mejores noticias sobre el clima que hemos tenido en muchísimo tiempo. Todavía podría darse que este acuerdo siga el camino del Protocolo de Kioto de 1997, que parecía algo enorme pero terminó siendo totalmente infructuoso. Sin embargo, se han dado cambios importantes en el mundo desde entonces, lo que, finalmente, podría haber creado las precondiciones para la acción sobre el calentamiento global antes de que sea demasiado tarde.
Hasta hace muy poco, había dos enormes barricadas en el camino de cualquier tipo de acuerdo mundial sobre el clima: el consumo cada vez mayor de carbón por parte de China y la oposición implacable del Partido Republicano de Estados Unidos. Lo primero parecía significar que las emisiones mundiales de gases invernadero aumentarían inexorablemente sin importar lo que hicieran los países ricos, mientras que la segunda significaba que el más grande de esos países ricos no podía hacer promesas creíbles y, por tanto, no podía liderar.
Sin embargo, ha habido cambios importantes en ambos frentes.
Por un lado, hay un cambio visible en las actitudes chinas o, en todo caso, un cambio que sería visible si el smog no fuera tan grueso. En serio, China enfrenta una enorme crisis de calidad del aire provocada, en gran medida, por la quema de carbón, lo que hace que esté muchísimo más dispuesta a alejarse de la peor forma de consumo de combustibles fósiles.
Y su crecimiento económico -el ingreso real per cápita se ha cuadruplicado desde 1997- también significa que tiene una clase media que aumenta con rapidez y demanda un nivel de vida más alto, incluido un aire que sea relativamente seguro de respirar.
Así es que China está jugando un papel muy diferente ahora del que tuvo en el pasado. Un indicador: de pronto, algunos de los sospechosos habituales de la derecha han cambiado su línea. Solían argüir que los límites a las emisiones estadounidenses serían inútiles porque China, simplemente, iba a seguir contaminando; ahora están empezando a decir que la acción estadounidense no es necesaria porque China va a reducir su consumo de carbón, sin importar lo que hagamos nosotros.
Lo que nos trae a las actitudes de los republicanos en Estados Unidos que no han cambiado, excepto para empeorar: el Partido Republicano se está hundiendo más profunda y rápidamente en un agujero negro de negación y teorizaciones conspirativas contra la ciencia. La noticia que lo cambia todo es que es posible que no importe tanto como habíamos pensado.
Es cierto que Estados Unidos no puede actuar sobre una base amplia en cuanto al clima sin una legislación nueva y eso no va a suceder mientras los republicanos conserven el control sobre la Cámara de Representantes.
Sin embargo, el presidente Barack Obama se ha movilizado para limitar las emisiones de las plantas de electricidad -una gran parte de la solución que necesitamos- mediante decretos presidenciales. Y estas medidas ya tuvieron el efecto de restablecer la credibilidad climática de Estados Unidos en el extranjero, permitiendo que Obama asumiera un papel de liderazgo en París.
No obstante, ¿cuál es la razón para creer que el acuerdo realmente va a cambiar la trayectoria del mundo? Los países han acordado objetivos para las emisiones tanto como regular las revisiones de los logros o fracasos en su cumplimiento, pero no hay sanciones como no sea la censura de los países que no cumplan.
Y lograr esos objetivos para las emisiones afectaría, definitivamente, algunos poderosos intereses especiales ya que ello significaría dejar la mayoría de los combustibles fósiles restantes en la tierra para que nunca se quemen. ¿Entonces, qué evitará que la industria de quema de combustibles compre políticos suficientes para convertir el acuerdo en letra muerta?
La respuesta, yo indicaría, es que la tecnología nueva ha cambiado fundamentalmente las reglas.
Pareciera que muchas personas todavía creen que la energía renovable es algo hippie y atontado, y no una parte seria de nuestro futuro. Es eso o que se han creído la propaganda que la describe como algún tipo de despilfarro liberal (¡Solyndra! ¡Bengasi! ¡Paneles de la muerte!).
La realidad, no obstante, es que los costos de la energía solar y de la eólica han caído drásticamente, al grado en el que están cerca de ser competitivos respecto de los combustibles fósiles, aun sin incentivos especiales, y los avances en el almacenamiento de la energía han hecho que mejoren más sus posibilidades. La energía renovable también se ha vuelto un gran empleador, mucho mayor hoy que la industria del carbón.
Esta revolución energética tiene dos grandes implicaciones. La primera es que el costo de las marcadas reducciones en las emisiones será mucho menor de lo que solían suponer hasta los optimistas; las advertencias funestas de la derecha solían ser tonterías, en su mayor parte, pero ahora lo son completamente.
La segunda es que, dado el empuje moderado, del tipo que podía proporcionar el acuerdo de París, en la energía renovable podría, rápidamente, dar lugar al surgimiento de nuevos grupos de interés con un interés positivo en salvar al planeta y ofrecer una compensación a los Kochs y gente como ellos.
Claro que, fácilmente, todo eso puede salir mal. El presidente Ted Cruz o el presidente Marco Rubio podrían echar por tierra todo el acuerdo, y para cuando tuviéramos otra oportunidad de hacer algo por el clima podría ser demasiado tarde.
Sin embargo, no tiene que ser así. No creo que sea ingenuo sugerir que lo que salió de París nos da una razón real para esperar que haya un área en la que ha escaseado demasiado la esperanza. Quizá, después de todo, no estemos condenados.