En noviembre de 2008, Kirchner daba un discurso en Necochea. Cuando se sintió a gusto con el auditorio, se aflojó y se animó a la confesión: “Todas las mañanas Cristina se acuerda (de lo del campo) y me dice: ¡Qué vicepresidente me pusiste, Néstor!”.
¿Adivine, lector, quién estaba en ese acto junto a Kirchner y festejó la anécdota del reproche conyugal con máxima sonrisa y aplausos? Hugo Moyano. Sin embargo, la vida es cruel y años después, el reidor se convertiría en reído: ahora el enemigo es él.
“¡Qué camionero me pusiste, Néstor!”
“¡Qué procurador general de la Nación amigo tuyo tuve que obligar a renunciar por no defender lo suficiente a Boudou con Ciccone, Néstor!”
“¡Qué socios de YPF me habías dejado, Néstor!”
Frente al mismo espejo del baño en suite de Olivos, donde mientras se pintaba le reprochaba de reojo a su marido el error de Cobos, Cristina repite el ritual, aunque ahora mirando el cielorraso. Todos los días quema en ese altar algún adjetivo, pero el miércoles pasado, la escena frente al espejo de los lamentos fue dramática: “¡Qué Corte Suprema me pusiste, Néstor!”
La escena es reveladora: Cristina se pinta, reprocha y maldice. Pero no se mira en el espejo. No hay preguntas. Ella tampoco se admite conferencias de prensa. Cuando dice “La Patria es el otro”, lo que quiere decir es: “la culpa es del otro”.
¿Es posible que la Corte que hasta hace un tiempo era “ejemplar”, hoy sea “cautelar”? ¿Cuando declaró inconstitucional las leyes de obediencia debida y punto final era buena y cuando hace lo mismo con la reforma judicial es mala? ¿Pueden Argibay, Highton de Nolasco y Lorenzetti pasar de ser de centroizquierda a jueces conservadores y corporativos?
El Gobierno tiene la certeza de que todo lo que era de izquierda se derechiza. Sentados en la vereda de Balcarce 50, se contracturan viendo pasar -en su imaginación- a todos de izquierda a derecha, de izquierda a derecha. Los traumatólogos llaman a esto “tortícolis paranoide”.
En los días previos al fallo, el receptor de la presión oficial fue el juez Fayt. En sus tuits Cristina dijo: “La Constitución establece un límite de 75 años para ser parte del alto tribunal” -Fayt había cumplido 95-.
“Pero por una acordada de la Corte siguió en su puesto. La Carta Magna, la Ley y lo que diga María Santísima... out”. Hubiera sido más franca. Debió haber tuiteado: “Tiene 95 y le tiembla un poco el pulso. Ya no está para operar. Por eso le pedimos que deje el quirófano libre”.
En junio de 2003, Néstor Kirchner pronunciaba un discurso contra Julio Nazareno y la mayoría automática menemista: “No es nuestro deseo contar con una Corte adicta, queremos una Corte Suprema que sume calidad institucional y la actual dista demasiado de hacerlo”. Diez años después, la hija de aquel discurso, esto es, la actual Corte, es considerada corporativa, medieval y predemocrática. La década ganada.
A esta altura no quedan dudas de que al Gobierno le está quedando incómoda esta democracia, la que funciona con la división de poderes que se balancean entre sí. Necesita otra, más taylor made, más a medida. Frente al espejo del baño se lo prueba, mete la panza para adentro pero no hay caso: este trajecito del 94 le aprieta. “Si me fuera bien en octubre, cómo lo mando a la modista”.
Desde Córdoba, la Presidenta advirtió: “Aquellos que no quieren dejar votar al pueblo sepan que sólo podrán hacerlo por un tiempo”. Y luego vino la arenga: “Los militantes tenemos que estar preparados para otra batalla”.
Dijo un chico de 16 años que ya podrá votar: ¿En qué guerra me enrolo, Presidenta? ¿Contra las mineras, la renta financiera, los concesionarios del transporte público que choca o la corrupción que mata? ¿O me enrolo contra la Corte que era su aliada y el multimedios que era su aliado?
Antes que poder votar nuestros jueces, qué bueno sería votar nuestras guerras.