Con una ovación a pie terminó la primera función de “Yo soy mi propia mujer”, el unipersonal con Julio Chávez, en el Teatro Mendoza el viernes. El paso de esta producción por la provincia se resume en tres sold out (que prometen repetirse en una nueva visita en julio, nos anticiparon desde la producción).
El unipersonal, ese género total y desafiante para cualquier actor, se despliega en toda su dimensión en el vigor de Chávez, quien viene trabajando y perfeccionando el texto desde 2007. En ese momento le valió el ACE a la Mejor Actuación.
Escrita por Doug Wright, la pieza avanza pintándonos un retrato de Charlotte von Mahlsdorf, una extravagante travesti a la que le tocó vivir en un Berlín partido por el Muro. Verdadera sobreviviente de la locura nazista y comunista. Un peculiar personaje que esconde una vida de dolor, de violencia y, también sabremos, con algunas controversias. Y quien va deshojando esas capas del personaje es el propio autor ficcionalizado, que en un ejercicio de metamorfosis se entrevista a sí mismo sobre el escenario.
Chávez, colosal, pasa de la severidad intelectual de Doug Wright a la delicada rareza de Charlotte con soltura. Tiene internalizado el apabullante texto de tal forma que se desliza en los cambios de piel (y de voz) con resuelta naturalidad. Sostenido tan solo por unos cuantos objetos escénicos, y expuesto a un flujo teatral que lo deja descansar solo en unos breves segmentos con voz en off pregrabada, Chávez se entrega a una narración imparable. La atención de los espectadores, también puesta a prueba, solo respira con los brotes de humor que Chávez (también director de la obra) se permite incluir. Una lección de teatro, como todos ya intuíamos.
“Yo soy mi propia mujer” nos arroja un personaje que brilló en su propia soledad y que, pese al empeño de Wright (y de los sucesivos actores que se zambullan en este fogoso texto), seguirá guardando su misterio bajo llave.