Antonio Pagés Larraya (General Alvear, 1918 – Buenos Aires, 2005) fue un prestigioso crítico literario, investigador, académico y poeta mendocino. Terminados sus estudios secundarios, con medalla de oro, tal como señala Marcela Hurtado en su tesis doctoral sobre la historia del Colegio Nacional “Agustín Álvarez” de Mendoza, se trasladó a Buenos Aires. Allí desplegó una vastísima trayectoria académica, aunque siempre permaneció ligado a nuestra provincia. Esto se pone de manifiesto la correspondencia mantenida con varios escritores mendocinos, en particular con su amigo entrañable, Antonio Di Benedetto (al que dedica un emocionado “Adiós”, discurso pronunciado en sus exequias, en nombre de la Academia Argentina de Letras, el 12 de octubre de 1986).
Su obra ensayística recibió numerosos premios y distinciones por parte del Fondo nacional de las Artes, la Fundación Guggenheim y el Ministerio de Educación y Ciencias de España, entre muchas otras. Además, en1954 obtuvo Primer Premio Municipal de Teatro por su obra teatral Santos Vega, el payador y, el mismo año, el Primer Premio de la Asociación de Cronistas Cinematográficos por Facundo, guion cinematográfico. Fue miembro de la Academia Argentina de Letras.
Como señala María Banura Badui de Zogbi en “Infancia y adolescencia mendocinas en Canto Llano de Antonio Pagés Larraya”, publicado en Piedra y Canto; Cuadernos del Centro de Estudios de Literatura de Mendoza N° 3 (1995), “Antonio Pagés Larraya no ha mezquinado, ni en su poesía ni en sus ensayos, la expresión de su amor a la patria, su preocupación por el destino del país y su vocación de argentino. En sus estudios literarios el mayor interés ha estado en el rescate, interpretación y difusión de textos de la literatura argentina” (p. 97).
Entre sus temas de investigación figura, efectivamente, la literatura argentina desde los primeros textos producidos en nuestro país, con especial referencia a la literatura del siglo XIX y principios del XX, pero siempre desde una óptica comprometida afectivamente con la realidad que analiza.
Este sentimiento es evidente en su última producción poética, compuesta por Plaza Libertad y Regresos (1984) “libros testimoniales en cuyos poemas la preocupación por la patria, la valoración del argentino y los dolores personales se expresan con un lenguaje poético pleno de sugestión y de simbolismo. La utilización de las formas y de los recursos, el manejo de los ritmos, la musicalidad y la metaforización hablan de un poeta maduro y reflexivo. Se puede afirmar que en estos dos poemarios la poesía está sostenida por la hondura de un inclaudicable sentimiento de país. Toda experiencia personal es transferida al ámbito patriótico porque su empeño es construir el recinto de todos” (Badui de Zogbi, p. 97).
Y, por sobre todo, esta actitud comprometida se extrema en Voces de sangre (1996), libro atravesado por el dolor de todas las luchas que han asolado el territorio argentino, desde los tiempos augurales de las primeras fundaciones de ciudades hasta los más cercanos al autor.
La referencia a la conquista y colonización se da en relación con la relectura de ciertos textos, como el Romance elegíaco de Luis de Miranda, aludido en dos poemas, que narra las desgracias acaecidas a los primeros habitantes de la recién nacida Buenos Aires: “En las fronteras / de la ciudad de la yegua barcina / la muerte roe las entrañas” (p. 13).
También se transcriben algunas anotaciones (oficio de profesor e investigador de la literatura argentina que fue siempre el suyo) realizadas, por ejemplo, en un volumen de La Argentina (1602), del arcediano Martín del Barco Centenera, poema entre épico y trágico que dio nombre a nuestra tierra: “Ah país, / que ardes de espigas y sangre / y persistes / mirando las estrellas” (1996, p. 23).
Similar talante recorre toda la evocación de nuestra historia: dolor de los conquistadores y dolor de los conquistados, dolor vaticinado y simbólico: “Los brujos huarpes / echaron a volar los diez caranchos / contra la bandada de torcazas /…/ Los vaticinios se cumplieron. // Bebieron vino de amargura, / aparecieron esos hombres / que habían visto en los mares azules / y agitaban hierros filosos” (1996, p. 20).
Es el dolor de las guerras civiles, tiempos de unitarios y federales en los que descuella la silueta de Facundo: “En tenebroso duelo / galopan las caballadas / que vuelven a Los Llanos / mordiendo tierra y sangre” (1996, p. 32). Pero también, el dolor de otras muertes y otras luchas más recientes, como señala María Banura de Zogbi a propósito de Plaza Libertad y Regresos: “Puede afirmarse casi sin lugar a la duda que existe en ambos libros una continuidad temática que va expresándose en distintos matices: el sentimiento de desamparo frente a los prepotentes, el sentimiento de dolor ante la muerte de inocentes, la denuncia de la desmemoria colectiva, el valor de la palabra para ser semilla de justicia, la necesidad de escuchar la voz de los próceres que hicieron la patria, la insistencia en una vocación de libertad que no admite esclavitudes” (p. 98).
Del mismo modo, se hacen evidentes sus lecturas de los clásicos de la literatura argentina: Sarmiento, Hernández, Echeverría… pero siempre bajo el prisma del dolor por los sucesivos desencuentros que jalonan nuestro devenir histórico; el poeta se confiesa entonces “solo, solísimo, / entre la sangre, las cenizas” (1996, p. 29).
Así, en clave muy marechaliana (“La patria ha de dolernos como nos duele una herida”), Pagés Larraya puede exclamar: “Ah / mi país / hermoso / y terrible” (Regresos, p. 83); o “La patria es una certidumbre / que nos corta las venas” (Plaza Libertad. Incluido en Poesía Argentina Contemporánea, Tomo I, Volumen X, pp. 4187-4241, con una noticia y juicios críticos de Olga Orozco y Antonio Di Benedetto, p. 4238).
Versos que brotan de un profundo amor hacia esa “patria querida / tan solita y quemada / por tanta herida” (1996, p. 58), esta línea temática viene a complementar el amor por el terruño natal, puesto de manifiesto en poemarios anteriores. De todos modos, en cuanto al lenguaje poético, sobrio y coloquial, la obra de Pagés Larraya refleja una profunda unidad en el manejo de imágenes sugerentes que aluden a realidades muy profundas.
Como señala Badui de Zogbi, “Con ese vocabulario tan sencillo, casi coloquial, despojado de todo artificio, el poeta ha manejado sutilmente la incorporación del espacio regional y de lo autobiográfico”, unido a ese profundo sentimiento patriótico que vertebra toda su obra.