Una de amor devastador e inmortal

Creo que es la mejor película trágica que haya visto. Es un amor pasional que conmueve, desafía al tiempo y a la muerte.

Una de amor devastador e inmortal
Winona Ryder y Gary Oldman en una escena de "Bram Stoker's Dracula", de Francis Ford Coppola.

Quién puede negar que Julia Roberts es la reina de las comedias románticas en el cine. Sin embargo, cuando pienso en películas de amor en mayúsculas, resaltadas con amarillo fluo, no son Mujer bonita, Novia fugitiva o La boda de mi mejor amigo las que ocupan mis pensamientos y evocan esa conexión eterna.

Las películas, los relatos en general, ocupan el top five en mis intereses desde que tengo memoria, incluso desde antes de aprender a leer. Cuenta mi padre que hasta que logré decodificar palabras y frases impresas en una hoja de papel, una de las líneas que más repetía era: “Leeme”, mientras extendía un libro al desafortunado que tenía frente a mí. Más adelante la oscuridad del cine, las dimensiones de la pantalla, el sonido que lo ocupa todo me capturaron para siempre.

Pero no fue hasta la década del 90, cuando empecé a estudiar en la UNCuyo, que los filmes cobraron una relevancia superior. Lo cierto es que yo elegí la carrera de Comunicación porque por aquellos años era lo que más se parecía a estudiar cine en Mendoza. Cuando leí el plan de estudios de esa propuesta de estudios, lo que me terminó de convencer fue “Comunicación Cinematográfica”, una materia que por aquel entonces cursábamos en cuarto año. Fue también en ese tiempo cuando conocí a un chico que me enseñó verdaderamente a ver una película. Descubrí con él, que hasta ese momento yo veía filmes, pero había una infinidad de indicios, de subtramas, detalles e intenciones que no miraba, y que no existirían para mí, de no haberlo conocido.

Con esa grandeza de los que saben mucho, y la pasión que le imprime a las cosas que le interesan me explicó cómo situar al director dentro de una corriente expresiva o histórica; puntualizó sobre qué observar y por qué en una obra fílmica. Con entusiasmo me indicó a qué prestar atención en la narración, qué es más relevante en los rubros técnicos, en las actuaciones, o la puesta en escena. Finalmente me hizo notar la visión del director, qué piensa sobre los personajes y los temas centrales de ese relato audiovisual que ejerce un poder tan fuerte sobre los espectadores: una succión que no nos deja sacar los ojos de la pantalla. Aunque antes, sin smartphones ni pororó, la inmersión total en la historia era más sencilla.

Conocí directores de los que jamás hubiese sabido de no ser por él y disfruté de películas que transcurrían en parajes exóticos y épocas a las que nunca hubiera prestado atención. Respiré hondo, y del mismo modo y con la misma responsabilidad con la que encaraba el estudio de una materia de la Facultad, me zambullí en géneros cinematográficos que no hubiese elegido.

No me gusta el terror, pero por esos días hubiese visto cualquier película que me propusiese aquel joven de ojos almendrados y largas pestañas que oficiaba de maestro, de compañero de estudios, de mejor amigo, de enamorado.

Así fue que en la filmografía de autor que recorríamos metódicamente entramos en un cine de la Galería Florida, frente al Hotel O’ Higgins, cruzando la plaza en Viña del Mar, en la Quinta Región de Chile, para ver la última película de Francis Ford Coppola, un director al que reverenciábamos y del que conocíamos toda su filmografía. Era enero de 1993 y habían pasado un par de meses desde su estreno internacional. Fue un verano imposible de olvidar, muy especial en nuestra vida en común, porque fueron justamente esos días cuando decidimos que seríamos una pareja. Y no debe haber sido casual que justo en ese enero se estrenara esa versión cinematográfica de la novela más famosa de Bram Stoker: Drácula.

Fue verdaderamente impresionante sumergirnos en esa historia trágica y conmovedora, con su desborde visual, con su elenco extraordinario: Gary Oldman -como nunca antes o después-, Wynona Rider, Anthony Hopkins, Keanu Reeves, Sadie Frost, Tom Waits. Ya he perdido la cuenta de la cantidad de veces que la he visto y no puedo resistir el impulso de volver a verla cada vez que la encuentro en algún zapping o plataforma.

Hasta que lo descubrí a Gary como ese guerrero empalador de la orden de los Dracul (dragón), Drácula era para mí sólo un ser espeluznante, un monstruo chupasangre, y tal vez no sólo fueron Oldman y Coppola. Quizás contribuyeron esa brisa marina del Pacífico en Viña del Mar, las puestas de luna roja en el mar de la playa a las cinco de la mañana con ese caballero que me ha gustado como nadie. Pero desde aquel día, ese Drácula, es uno de los personajes más seductores, más profundamente humanos, y más atractivos que puedo recordar.

Ese guerrero en la Transilvania del siglo XV pierde a su mujer porque el enemigo la engaña y le hace creer que él murió en batalla. Llega demasiado tarde para evitar que ella se suicide para no tener que vivir sin él. La negativa de la Iglesia a salvar el alma de una suicida lo lleva a renegar de Dios y convertirse en un vampiro que guarda luto eterno. Transcurren cuatrocientos años y el Drácula de Coppola dice: “El hombre más afortunado de toda la tierra es el que encuentra amor verdadero”. Descubre, en 1897, que su amada Elisabeta se reencarnó en la joven Mina Murray, una londinense que lo impulsa a viajar en barco desde Transilvania para dar con ella.

Creo que es la mejor película trágica que haya visto. Es un amor pasional que conmueve, desafía al tiempo y a la muerte, y despierta en el espectador tristeza, empatía y erotismo guiado por ese amor eterno. Cambió, para siempre, mi percepción de Drácula como un personaje horroroso que actúa instintivamente por una necesidad natural de satisfacer su sed de sangre, al antihéroe romántico más grande de todos los tiempos.

Desde aquel enero de 1993, cada tanto, me despierto de un sueño en el que alguien me dice, como le dijo Gary Oldman a Winona Ryder: “He cruzado océanos de tiempo para encontrarte”.

Tenemos algo para ofrecerte

Con tu suscripción navegás sin límites, accedés a contenidos exclusivos y mucho más. ¡También podés sumar Los Andes Pass para ahorrar en cientos de comercios!

VER PROMOS DE SUSCRIPCIÓN

COMPARTIR NOTA