Las canciones de Andrés Calamaro están ahí para recordarnos el genio que es. Y su honestidad brutal, para convencernos de que lo que ha escrito en las tapas de sus discos lo predica con el ejemplo. Sus opiniones (como la defensa militante de la tauromaquia) suelen ser el centro de polémicas que dejan a su música en segundo plano. Aunque después borre los tuits, o se retracte, o se defienda.
Andrés Calamaro es el personaje incómodo del rock. “Un músico que intenta gustar y ofender como undécimo mandamiento”, dice la gacetilla oficial de su última gira. “Gustar es más llevadero y ofender le supone ser fiel a sus orígenes en el rock n roll, la anarquía y el arte contemporáneo”.
La última vez que el músico estuvo en nuestra provincia fue en 2016, con un show en el Auditorio Ángel Bustelo. Ahora vuelve a Mendoza en el marco de su Agenda 1999 Tour. Se presentará el 15 de noviembre, en el Multiespacio Cultural Luján de Cuyo. Remitirse a ese año no es casualidad, puesto que se cumplen 25 años del lanzamiento de “Honestidad brutal”, un disco bisagra en su carrera (y, si vamos al caso, también se cumplen 40 años de “Hotel Calamaro”, su primer disco solista).
Estará secundado en el vivo, por su banda, integrada por Germán Wiedemer, Julian Kanevsky, Mariano Dominguez, Andrés Litwin y Brian Figueroa, entre otros. Las entradas están disponibles en Tuentrada.com, Maxi Mall y Moicano Rockería.
Sería mentir decir que el propósito del show es repasar algo de las 37 canciones de ese álbum legendario. Con su habitual poesía polémica, siempre compara sus conciertos con una corrida de toros. “Yo soy un cantante torero, es decir, ningún concierto va a ser igual conmigo. No llevamos ni grabaciones, ni pistas, ni coreografía. Entonces uso la metáfora del torero por lo siguiente: el torero no sabe qué clase de toro va a salir, si va a ser bravo, si va a ser manso, si le va a faltar fuerza, se va a ir de menos a más o de más a menos, si va a ser ambicioso. Aunque acá no hay toro, es un concepto que logré hacer mío, para lo bueno y para lo malo”, dijo en una entrevista dada recientemente a la revista Rolling Stone.
Insistió: “Cada concierto es puro, es distinto, voy a interpretar. Lo dijo Atahualpa Yupanqui, el Buda del folclore y la tierra en Argentina, poeta, músico, cantor: “Si la tierra nos elige para ir a cantar, no es para tu vanidad, es para tu sacrificio”.
En efecto, Calamaro modifica el repertorio en vivo cada vez. Una improvisación que respira con lo que el público pide y la atmósfera irrepetible que se va generando en cada lugar. “Andrés Calamaro se brinda en los escenarios sin trucos ni ayudas digitales y, junto con su banda de exquisitos músicos, ofrecen cada noche un espectáculo distinto en el arte arriesgado e irregular, tal y como lo aprendemos en las arenas, alberos y tendidos, y el jazz”, reza la descripción del evento.
Claro que hay inevitables. “Flaca”, “Mil horas”, “Sin documentos” y “Crímenes perfectos” son algunas de esas canciones obligadas. Himnos totales de nuestra música.
Un disco dorado
“Honestidad brutal” es un disco sui generis e irrepetible. Es el testimonio de un músico desesperado entre el fervor creativo y el tormento de una vida inestable y que intentaba remontar tras una ruptura amorosa. El resultado, ese álbum doble compuesto por 37 canciones (y 37 eran los años de Calamaro en ese entonces), se plasmó en las páginas de la historia del rock.
Son actualmente 25 años de esta joya, y para celebrarla Andrés Calamaro inició este año una gira monumental que ya lleva más de 100 shows completados, entre España y Latinoamérica.
“Así como ‘Alta suciedad’ fue el disco que finalmente consagró a Calamaro como solista, seguramente ‘Honestidad Brutal’ fue el álbum que mejor encarnó sus distintas facetas”, definió el periodista Alejandro Rapetti en una nota en La Nación, en ocasión del aniversario del disco, en abril.
“El autor inspirado y riguroso de ‘Alta...’ parecía entonces no querer detenerse en sutilezas, sino grabar una serie de canciones más crudas, porque ése era su estado de ánimo. Y en medio de una conflictiva situación personal, frente al aparente final de una pareja que no había sabido cuidar, lanzó aquel disco doble refugiándose en esa hiperactividad artística, mudándose de estudio en estudio, de ciudad en ciudad, casi como un escape, una manera de poder sobrevivir”, explicaba.
“Se pasaba días enteros sin dormir, grabando a todas horas en ‘una secuencia delirante de sexo, drogas y rock’. De paso, nacían tanto El salmón como El cantante. Arrancó como un álbum compuesto en una semana y terminó como un vendaval que apenas si anticipó la tormenta que se venía. Después de aquellos años de excesos, se pasó varios más fuera de la escena pública, lidiando con su vida”, describió.