Este 1 de septiembre de 2024 no es una fecha cualquiera para todo aquel interesado en las corrientes filosóficas contemporáneas. Al contrario, porque un día como hoy, pero de hace un siglo —es decir, el 1 de septiembre de 1924— nacía en Santo Domingo de la Calzada (La Rioja, España), uno de los más importantes filósofos contemporáneos, creador de un sistema de pleno vigor y llamado a seguir expandiéndose e influyendo en las estructuras de pensamiento del presente. Hablamos no de otro que de Gustavo Bueno, el creador del llamado Materialismo Filosófico, escrito íntegramente en español.
Ahora bien, ¿por qué hablar de Filosofía, en general, y más aún, de un filósofo en particular, en un medio de comunicación como este? “Demasiado intelectual”, dirán algunos. “Filosofía, ¿para qué?”, dirán otros. “Esas cosas nunca me interesaron”, dirán terceros. Y, sin embargo, no sólo habría que llamar la atención sobre quienes considerasen forasteros a esos temas dentro de un espacio de comunicación masiva como es un periódico. También habría que advertir que, contra lo que pueda asumirse acríticamente, la filosofía está tan impregnada en nuestro diario vivir, es tan usual para tratar con los demás y con los temas que nos interesan, que la preocupación debería ser no pasar por un filósofo ingenuo, antes que despreciar la Filosofía con ingenuidad. “Todos somos filósofos”, decía, de hecho, el propio Gustavo Bueno. Sólo que algunos hacen mala filosofía, claro está.
Para saber por qué merece unas líneas en un diario un filósofo como Gustavo Bueno —un texto, aunque sea breve, que llame la atención sobre la importancia de asomarse a su obra— las respuestas pueden darse de muchos modos y con muchos argumentos. El primero tendría que ver con la relevancia histórica. Cierto es que tenemos poca perspectiva, pues estamos ante un hombre de nuestro tiempo, pero no es arriesgado decir que con Bueno hemos sido contemporáneos de una de las mayores mentes del pensamiento filosófico. ¿Han pensado alguna vez el honor que pudo ser haber compartido el mismo tiempo que Sócrates, que Platón, que Aristóteles? ¿Qué tanto valoraría uno haber vivido en los tiempos de Tomás de Aquino? ¿Y qué tal haberlo hecho al tiempo que Descartes, o haber sabido de aquel pulidor de lentes de Ámsterdam que fue Spinoza? ¿Cómo no nos hubiera importado ser contemporáneos y cercanos de Kant o de Hegel, de Marx, de Husserl, de Russell o de Heidegger? Pues, la contundencia de la obra de Bueno (sus Ensayos materialistas, su Teoría del cierre categorial, El animal divino, El mito de la izquierda, El Ego trascendental) lo pone a la altura de aquellos nombres fundamentales de la filosofía. La diferencia está que, en el círculo temporal de lo que puede considerarse “nuestra era”, apenas hace un siglo que nacía Bueno, lo cual nos debe hacer sentir orgullo de haber compartido tiempo con él.
La filosofía materialista (para resumir: una filosofía que niegue la existencia de vivientes incorpóreos) ha tenido en el último siglo a dos cultores insignes nacidos en el ámbito hispano. Uno es el argentino Mario Bunge (1919-2020), representante del materialismo sistémico, quien escribió gran parte de su obra en inglés. El otro es Bueno, cuyo sistema (creemos) supera al de Bunge. Por cierto, ambos mantuvieron ricas polémicas alguna vez.
Hoy, la escuela que sigue a Bueno tiene sede en Oviedo (Asturias), pero hay seguidores en todo el mundo. De hecho, desde Mendoza, desde Lima, desde Caracas, desde DF, desde California o tantos lugares más, muchos están estudiando su sistema, incluso de manera reglada, a través de los cursos que dicta la Fundación que lleva el nombre del filósofo.
Conocida es la alegoría de la caverna trazada por Platón en La República, tantas veces tomada de manera incompleta: allí, los hombres comunes están encadenados en una oscura cueva y ven la realidad a través de sombras que se proyectan contra una pared. Pero hay algunos que escapan, conocen el mundo exterior y luego vuelven para iluminar a los otros con las noticias de la realidad. Gustavo Bueno fue de esos que iluminan: exploró la realidad material con su sistema y regresó a la caverna para sacarnos el velo.
Leer a Bueno nos hace un poco menos idiotas. Su centenario es la mejor excusa para empezar a leerlo y pisar los primeros peldaños de esa escalera que nos lleva hacia fuera de la caverna.