Por qué Furia no es la mejor, sino la peor jugadora de Gran Hermano

La salida de la participante Juliana Scaglione del envío invita a una reflexión sobre el simbolismo de este programa.

Abandonó la casa.
Abandonó la casa.

En tiempos de crisis económica, de leyes que prometen cambios brutales con consecuencias que son una incógnita, en medio de una nueva era en la Argentina comandada por un presidente de quien pocos sabían hasta hace un par de años, en ese contexto, el programa Gran Hermano (cuya nueva edición, la 11, se estrenó un día después de la asunción de Javier Milei) ha desviado la atención, distraído los ánimos y generado notables repercusiones, para confirmar el fenómeno televisivo mundial que es desde hace años, cuando un productor holandés estrenó en su país este producto inspirado en cierto modo en la novela 1984, de George Orwell.

Se pueden buscar varias razones para la tremenda repercusión de esta edición del programa, que tras algunos vaivenes en cuanto a audiencia y de algunos hiatos desde el debut en las pantallas argentinas en 2001, repuntó en la edición anterior. Pero una de las causas del éxito, sin dudas, ha sido el carisma de muchos de sus participantes, pero particularmente de una de ellas: Juliana Scaglione, conocida con el mote de Furia, y quien abandonó la casa tras la “gala de eliminación” este martes.

Furia quedó eliminada de GH. Foto: web.
Furia quedó eliminada de GH. Foto: web.

Caracterizada por muchos como “la mejor jugadora de la historia de Gran Hermano” y por otros como una de las participantes más violentas que han pasado por el programa, la participante de 33 años tiene muchos rasgos llamativos, tanto físicos como de personalidad, todos ellos útiles para un programa televisivo como este. Activa, locuaz, de imagen fuerte (usa el cabello cortísimo, luce numerosos tatuajes, tiene un estado físico imponente a pesar de su escasa estatura), Furia dejó en claro que tenía bien merecido el seudónimo con su acción agresiva, tanto en sus formas como en la manera de jugar, que le fueron ganando un llamativo número de admiradores externos, que la sostuvieron “dentro de la casa” en cuanta ocasión tuvo que enfrentarse a otros competidores. Excepto en la última gala de eliminación, claro, donde se enfrentó a Martín “el Chino” Ku, y en donde fue elegida para abandonar la casa cuando apenas restan 20 días para el final del juego.

A pesar de que un entretenimiento como Gran Hermano es despreciado por muchos análisis intelectuales (o intelectualoides), una mirada más profunda nos permite entender que un espectáculo como este merece la pena ser tomado con mayor seriedad. Y esto porque el envío de Telefe es capaz de tener en vilo a gran parte de la población argentina y que, sobre todo, posee una carga simbólica tan importante que no parece lo más sensato ignorarlo.

Puestos al análisis de esta edición argentina N°11, lo primero que hay que decir es que una de las características del programa es que el encierro televisado de los participantes (que no equivale estrictamente a un aislamiento debido al efectivo contacto permanente con gente que está fuera de las cámaras) ha mostrado que hay dos aspectos fundamentales a la hora de la suerte que estos corren. Los jugadores pueden mostrarse más o menos hábiles en cuanto a todo lo que el juego exija de ellos y en los modos de mostrarse ante sus espectadores-votantes (dicho esto sin ingenuidad). Es decir, pueden establecer y mantener ciertas estrategias e incluso conductas y actitudes preparadas especialmente en pos del objetivo de ganar, lo cual deparará un jugoso premio económico. Pero, sin embargo, la constante convivencia y la interacción con otros jugadores hace que sea prácticamente imposible que parte de las verdaderas personalidades –no las aparentes, sino las reales– salgan a la luz en muchísimas ocasiones. De algún modo, no hay jugador tan perfecto que sea capaz de jugar “siendo siempre quien no es”.

Y aquí es cuando llega el momento de entender que, en el fondo, y una vez superadas las intrincadas cuestiones relativas a las nominaciones, ingresos, pruebas, manejo de liderazgos, alianzas, etc., al momento de ser votados, estos participantes encarnan un estereotipo de jugador equivalente al ciudadano ideal, que será elegido como el mejor por una masa que ha ponderado sus virtudes ciudadanas al verlas surgir a la vista de todos. Así, ciertamente, el promedio de la masa votante valorará la calidad de jugador, pero a la vez estará avalando o reprobando las acciones que hizo para hacer su juego en su nivel simbólico, arquetípico. Como este no es juego en el que se gana obteniendo puntos, lo que deben lograr los jugadores, además de superar las pruebas, es siempre y en todo momento ser a la vez valorados, queridos, apreciados por el público votante.

La madre de la jugadora murió en 2019 y es muy recordada por su amor a la música.
La madre de la jugadora murió en 2019 y es muy recordada por su amor a la música.

En este sentido, Furia sería una de las peores jugadoras de la historia, y no de las mejores. Y es que, tanto por el lado de su desempeño hacia dentro de la casa como hacia afuera, encarnó las peores actitudes posibles. Dentro de la casa hizo tan mal las cosas que llegó un punto en que no le hizo falta ser nominada: un castigo de la producción la llevó a estar nominada in aeternum, algo que sin embargo fue poco para la agresión que provocó y la llevó a la sanción. Si no hubiera sido la jugadora carismática que era (capaz de generar rating), hubiera sido expulsada de inmediato. ¿Qué clase de supuesto buen jugador es ese? Además, la “intensidad” de sus actitudes, la repetida y flagrante victimización que intentaba construir y su apariencia de inestabilidad emocional tampoco ayudaban para, llegado el caso, demostrar que pudiera ser votada más que por su grupo de fanáticos. Terminaron siendo estos muy pocos, visto el porcentaje con el que perdió frente a un competidor mucho más amable, pero no menos inteligente, como es el Chino.

El filósofo Gustavo Bueno, quien tampoco despreció los análisis de Gran Hermano en su país (España), decía algo que viene muy a cuento de lo que estamos proponiendo sobre una participante como Furia. Aseguraba el autor de El mito de la felicidad que este producto de TV estaba concebido desde una “perspectiva germánica capitalista”, y que en este punto era importante distinguir “entre lo protestante y lo católico”. Explicaba: “El protestantismo fabrica una sociedad individualista, partiendo del principio de que cada uno busca su salvación personal. Un sedimento luterano ha hecho funcionar el programa en Alemania y Holanda, pero sus promotores, al traerlo aquí [a España, pero podríamos decir Argentina], no han contado con la disposición católica de los participantes”. Y es que, llegado un punto, para públicos como el argentino o el español, al menos desde sus cimientos culturales, no es posible aplaudir al que cree que “todo vale” para ganar. “La competitividad está reñida con el catolicismo”, decía Bueno. Por eso vienen ganando, y van a ganar, aquellos que compiten sin dejar de mostrar un cierto ideal de equilibrio personal con el que el público pueda sentirse representado moralmente. Un participante desquiciado, violento, tendiente a la impostura, de ego desenfrenado por ahora (y por suerte) está destinado a perder.

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