Pepe Cibrián vuelve a Mendoza y trae con él un show íntimo que se llama “Pepe con Pepe”, un unipersonal que se presentará el próximo 27 de abril en el Teatro Plaza de Godoy Cruz, a las 21. Las entradas se pueden conseguir a través del sitio EntradaWeb desde 2.500 pesos, pero si vas por boletería hay un exclusivísimo dos por uno.
Con la excusa de su visita, aprovechamos a charlar con él. Siempre es un placer hacerlo. Es como una aventura. Uno lanza la primera pregunta y no sabe para dónde lo va a llevar este genial artista que, con sus idas y vueltas por recuerdos y anécdotas, pinta un mapa de colores maravillosos, como él.
La primera pregunta iba orientada, justamente, a su visita a Mendoza y eso desata un huracán de historias en el que aparecen sus padres, sus inicios en el Teatro Independencia y una época gloriosa.
“Yo voy a Mendoza, primero acompañando a mis padres cuando tenía 6 años. Los recuerdo a ellos en el teatro Independencia y el Hotel Plaza. Yo disfrutaba muchísimo. Siempre me impactaron sus acequias, su aire tan puro, su gente muy simpática y un público particular. Recuerdo, por lo que comentaban mis padres, que la gente era muy silenciosa durante todo el espectáculo, pero cuando terminaba, si les había gustado la obra eran ovaciones”, empieza recordando.
“Siempre evito decir la palabra interior. A mí me genera escozor, pues es una palabra inventada por la capital y desde un lugar un tanto peyorativo, ¿verdad? ¿Y si habláramos del interior como una columna vertebral de nuestras Provincias Unidas del Sur? Cuando alguien me dice que se quiere ir a Buenos Aires yo le digo que no lo haga”, dice.
Sigue: “¿Cómo es que dicen, que Dios atiende en Buenos Aires? Bueno, atiende mal. Ustedes tienen sus acequias, sus tiempos, sus siestas, esa paz que da el tiempo... el no apuro. Y eso es ancestral, entonces cada vez que he ido a Mendoza quiero ver un terreno, pues siempre tuve la fantasía de irme en las provincias, pero este es mi lugar. Vivo lo más lejos que puedo de Buenos Aires, en mi paraíso, una reserva ecológica que construí y una casa divina con mis perros y mi pareja. Soy muy feliz acá”.
-¿Te emociona venir a Mendoza?
-Me ilusiona tanto y además con un espectáculo de estas características, que es como una suerte de homenaje, no solo a mí, sino a todos mis ancestros. Yo vengo de siete generaciones de actores. Toda mi familia viene del teatro, desde los más ricos como los padres de mi padre, a los más pobres como los padres de mi madre, que eran actores de la legua. Cuando yo tenía 19 años, con mi ego tonto, yo pensaba que por mi nombre y ser el hijo de Cibrián, alguien iba a ir a verme en una gira. Yo tenía un espectáculo en el que había un guitarrista con mucha barba y cantábamos canciones de protesta, entonces me habían conseguido una salita en Córdoba, otra en Rosario y otra en el teatro Independencia de Mendoza. Me acuerdo que iba a Rosario con un montón de valijas como si fuera Broadway. Era un imbécil (se ríe). Llegué, me senté en el cuarto y me llama el productor. Quedamos en que él me avisaba cuándo tenía que ir al teatro. Pasaron tres días y nunca me llamó porque no fue nadie.
En Córdoba me pasó lo mismo, pero en Mendoza había 12 o 13 personas, muy lejos del escenario. Yo estaba muy enojado y cansado de fracasar, pero Carlos Petit, uno de los grandes productores de teatro de esa época, me dijo: “no, Pepito, vos nunca fracasaste porque para fracasar, primero hay que tener éxito” y entendí que se trata de trabajar y trabajar. En el mundo que vivimos hoy pareciera que es al revés y pongo de ejemplo a “Gran Hermano”. Desde un lugar muy superficial, los elevan y ellos se la creen.
-Hay como una necesidad de “pegarla ya”.
-Sí, y cuando llegan se caen porque termina “Gran Hermano” y nadie más saben quiénes son, pero en cambio (Enrique) Pinti, la Gallo (María Rosa), mi madre, mi padre (José Cibrián) y yo, que tengo 75 años y me ha costado un huevo llegar a donde llegué, lo importante es mantenerse. Se trata de trabajar, luchar. Así es la vida. Yo siento que hay cosas en que el tiempo pasado fue mejor, y otras en que el tiempo actual es mejor, desde ya, pero antes, en el teatro había una magia que hoy en día realmente se va modificando. Yo no puedo disfrutar de algo que mañana viene otra cosa y pasado otra. Desde la creación, me es muy difícil, y mirá que trato, se está aggiornado. No me quedo en mis laureles, y busco y viajo y miro o busco en Internet, a ver hoy qué se está haciendo hoy en el mundo. Vienen productores de Broadway a ver mis obras y me preguntan de dónde saco tanto talento joven y yo les digo que es sangre argentina. En nuestro país hay mucho espacio para los que tenemos la vocación y la profesión, porque para mí la profesión es profesar un acto de fe.
-¿Cómo hacés para satisfacer una demanda que hoy está acostumbrada al estímulo constante? Antes un músico sacaba un disco cada dos años y ahora, los artistas jóvenes, te están sacando un tema por semana.
-Hay que abastecer a un monstruo tecnológico del “ya”, del “ahora” y es agotador para los creadores. Yo trato de entender la música de los jóvenes y no la desvalorizo, pero hay cosas que realmente me parecen nada artísticas, pero también había cosas hace 40 años que también eran horribles. Es importante investigar, saber y darle al otro la confianza de que uno sabe lo que hace. Y en ese sentido, creo que mi obra “Pepe con Pepe” es eso. Es una obra muy divertida, pero no desde lo frívolo. Mi intención es que el espectador vuelva a sentirse niño, desde la magia de la sorpresa, lo maravilloso. Todos sabemos que el decorado es de mentira, todos sabemos que el mago saca el conejo de una galera con algún truco, pero cuando no te das cuenta de dónde sacó el conejo, ahí es cuando empieza la sorpresa del niño. La magia está en todo, en una pareja, en un socio, en un amigo, en sorprender con lo inesperado. Y yo creo que eso es algo que ojalá no se pierda, porque la sorpresa es maravillosa.
-Tal vez sea un pensamiento muy inocente, pero, ¿puede haber una vuelta a muchas cosas del pasado?
-Sí, yo creo que depende de los maestros. Siempre los maestros enseñan cultura. Yo entiendo que esté el celular, pero ¿por qué no quiero el celular? porque me distrae. Imaginate que vos está haciendo el amor con alguien que disfrutas mucho y de pronto esa persona se pone a escribir en el celular, inaudito, ¿verdad? Entonces, entendiendo al celular como como metáfora de la actualizada y al amor como metáfora de la pasión, el celular no sirve para la pasión, sirve para información, sirve para lo inmediato. Sé que todo tiempo pasado fue mejor, había otras cosas, pero también había otros tiempos y los tiempos se pasan tan rápido. Decía Peter Brook (director de teatro y cine británico) que la mejor manera de ver el paso del tiempo es con una mala obra. Yo hablo mucho y muy rápido porque soy cuidadoso del tiempo y porque tuve que pelear mucho por mi profesión. Mi madre, cuando yo empezaba a los 18 o 19 años, siempre me decía que el día que me hicieran un reportaje me iban a dar un minuto, pero en ese minuto tenía que decir cuál es el teatro, cuáles son los días, cuánto cuesta la platea, de qué trata la obra, cómo se llama, quiénes son los actores... y eso me quedó. Además, yo soy muy pasional. Yo soy así, no puedo evitarlo.
-¿Y qué es lo que te calma en esta vorágine de tiempos acelerados, además de tu casa y tu reserva ecológica?
-Una caricia de mi pareja, mis perros. Hablar con vos ahora me saca de mis angustias y mis fantasmas, porque siempre un autor o un artista tenemos muchos fantasmas en la cabeza. Tenemos una vida que no es mejor ni peor, es otra, y pagamos un precio. El éxito tiene un precio muy duro, no es tan fácil tener éxito y bancárselo. Grandes autores han hecho una obra de un éxito arrollador y nunca más escribieron porque siempre estaba el miedo de ‘qué pasa si hago otra y no me va bien’. Como yo vengo de tanta lucha, cuando vino Drácula, que un éxito descomunal en la historia del teatro, me preguntaban, en ese momento, sobre qué iba a hacer después, y yo decía que otra. Creo sinceramente que en este vértigo que vivimos, por suerte, está la gente, el público. A mí me encanta sacarme selfies y estar ocho horas saludando a la gente. Es muy difícil entender que los que no eran figuras y ahora lo son, se vayan corriendo para no saludar. ¡Pero si vivís de esa gente, has triunfado gracias a ellos y a los medios! “No, yo no hago reportajes”. ¿Cuántos hacen giras y no hacen reportajes a nadie?
-Un montón. Y se da mucho con la generación joven de artistas que prefieren comunicarse a través de sus redes y no dan entrevistas a los medios.
-Cuando no había redes sociales era igual. La realidad es que hace 10 años, cuando no había redes sociales, tampoco saludaban a la gente y salían tapándose la cara, como si fuesen Dios y a lo mejor nadie les daba bola y ellos salían como imbéciles, tapándose con el pelo. En cambio, la veo a Susana, la Giménez, con la que tenemos la amistad, y ella sale y saluda a la gente. Sí, tiene una valla porque si no se la comen, pero sale, saluda y sonríe. La Legrand también, sale y sonríe. Entonces, de verdad, yo no estoy de acuerdo con los que no lo hacen. Muy pocas veces me he enojado con un medio. ¿Sabés qué me enoja? Cuando me citan a una hora y me tienen esperando. Eso es una falta de respeto.
-Se ha perdido el respeto en general, con muchas cosas...
-Totalmente. Antes ibas a un estreno y estaban Norma Aleandro, mis padres y Alfredo Alcón y los periodistas les hacían las entrevistas a ellos. Hoy, están con Norma Aleandro y entra la mediática de turno y se van corriendo con la señora, y Norma que es Dios, como símbolo, quedó sola. Pero bueno, vivimos en este mundo y hay de todo. Armo elencos de gente maravillosa y también me encuentro con buenos periodistas que siempre han tenido mucho respeto hacia mí y yo hacia ellos. Yo disfruto haciendo muchos reportajes. A veces me dicen ‘te van a llamar de radio equis’ y no pregunto nada, ¿cómo no voy a dar una nota? Que a los 75 años me sigan haciendo una entrevista es un privilegio y más en un país en donde después de los 50 una actriz ya no trabaja más. Ahora todos son chiquititas o chiquititos. En otros países no pasa, pero acá sí y me siento un privilegiado, que sin ser el galán de turno y sin ser mediático, la gente siga dándome tanto afecto.
-¿Sos nostálgico del pasado?
-Con algunas cosas. ¿Sabés que me da nostalgia? Los camarines. Ya no hay camarines. En Buenos Aires hay muchos teatros alternativos y cuando tenés cuatro obras en el mismo lugar, no hay tiempo de camarines. Si la función es a las 8, llegas 7.15 y te mandan a un lugar de mierda y todo el mundo corre para cambiar el decorado. Yo iba tres horas antes al camarín y los decoraba como una casa porque aprendí de mi madre, con alfombras y cortinas. Eso ya no existe.
-¿Estás conforme con tu presente, con tu vida, o te quedan cosas por hacer?
-Me queda mucho por hacer. Creo que en este momento es, desde un lugar más sabio, darle espacio a los jóvenes. A mí me hubiese encantado tener hijos. 15 años luché por adoptar. Durante años peleé por la ley igualitaria y hasta estuve en el Senado de la Nación. Me siento muy orgulloso, pero nunca me los dieron, nunca pude adoptar. Entonces yo paterno a mis actores, a vos a lo mejor en este momento, a mis perros. Paterno en mi obra “Pepe con Pepe”. El afiche es Pepe besando a Pepe en la mejilla porque estoy paternándome. Mi espectáculo es paternar a mis padres, a mis ancestros, a todos los que me dieron la posibilidad de ser, a mis anécdotas divertidas de teatro. Eso es la alegría de mi vida, eso es lo que me queda por seguir haciendo.
-Además del beso, ¿qué le diría Pepe a ese otro Pepe que paterna en el afiche de tu obra?
-¡Bravo! Bravo porque sos coherente, bravo porque sos ético, bravo porque sos pasional, bravo porque te equivocaste muchas veces.