Podríamos preguntarnos sobre la vida de Jim Nashe, quien al ser abandonado por su mujer se lanza a la vida errante en la ruta. Una suerte de hidalgo postmoderno al mando de un Saab rojo, cuyo molino de viento pende de una buena mano de póker. O de Jack Pozzi, un jugador profesional, un perdedor con iniciativas, cuya mayor obsesión es la revancha: “ganar una buena mano de ases”.
Este selecto club de “perros perdidos”, personajes de la novela “La música del azar” de Paul Auster, que van cediendo todo hasta convertirse en esclavos de la suerte.
Desde nuestro solitario lugar como lectores, vamos quebrantando el sentido racional para explorar sus miserias, abordando el terror que provoca la búsqueda de una salida rápida... ¿Nos preguntaríamos acaso sobre las extrañas melodías que se tejen en el derrotero de la suerte?, el nombre del juego al que asistimos satisfechos, o simplemente por curiosidad, se llama supervivencia.
Aquel escritor, con aires de actor francés, nos muestra el terrible paso de lo normal a la pesadilla; con algunas pinceladas que nos recuerdan la literatura de Samuel Beckett y a Franz Kafka.
Retrato de la “Generación X”
Como la vida de cualquiera de sus personajes, la de Paul Auster no niega sus tonos novelescos. Nació el 3 de febrero de 1947 y de niño, en un campamento de verano, vio morir electrocutado a un amigo. Comenzó a escribir cuando tenía 9 o 10 años mientras que el béisbol consumía gran parte de su tiempo. Alrededor de los 15 años, cuando leyó “Crimen y Castigo” de Dostoievski, estuvo seguro de la profesión que seguiría.
Fue camarero en una colonia de vacaciones y cadete en una tienda de electrodomésticos en Westfield. Tras separarse sus padres, se mudó con su hermana y madre, a los suburbios de Nueva Jersey.
Al terminar el colegio pasó algún tiempo en Italia, España, Irlanda y Francia. Al volver a los Estados Unidos comenzó sus estudios de Literatura en la Universidad de Columbia. Fue despedido en su primer día de trabajo de una compañía que producía textos para diapositivas educativas. El problema fue afirmar, ante su jefe, que los Estados Unidos no era una democracia sino una república.
En 1966 comenzó su relación con Lydia Davis, su primera esposa, hija del escritor Robert Gorham Davis. En 1967 Paul viajó nuevamente a París en un intercambio, pero el frustrante requerimiento académico hizo que abandonara el cursado y viviera en un pequeño hotel en la Rue Clément.
Cuando volvió a Nueva York publicó artículos sobre libros y películas en el Columbia Daily Spectator y en el Columbia Review. Se mantuvo económicamente con variedad de trabajos independientes y en alguna ocasión como intérprete en un discurso dado por Jean Genet.
En junio de 1969 Auster fue becado para la licenciatura en Literatura Inglesa y Literatura Comparada. Al salvarse de ir a la guerra de Vietnam empezó a trabajar como encuestador. Durante este período empezó a maquinar “El país de las últimas cosas” y “El palacio de la luna”, libros que completaría años más tarde. Su padrastro Norman Schiff le consiguió trabajo en un barco petrolero de Esso para realizar tareas varias.
De Jhon Lennon al Central Park
En su libro “A salto de mata” Auster contó que durante su trabajo en Ex Libris, tuvo un encuentro inesperado con John Lennon:
“...los meses pasaron tranquilamente en Ex Libris. No ocurrió nada extraordinario, y como el grueso del negocio se realizaba por correo, raro era el día que alguien venía al piso a molestarnos mientras trabajábamos. Una tarde, sin embargo, a última hora, cuando Arthur había salido a un recado, John Lennon llamó a la puerta. -Hola -me saludó, tendiéndome la mano-. Soy John. -Hola -contesté, dándole un buen apretón de manos-. Soy Paul... "
En1975, Paul renunció a Ex Libris y junto a Lydia trabajaron traduciendo libros, entre ellos la colección de Jean-Paul Sartre titulada “Situaciones 10″. En paralelo, Auster trabajó en dos secuencias poéticas, “Wall Writing” y “Disappearances”. Instalado en los suburbios de Nueva York, además escribió obras teatrales.
“Nadie puede decir de dónde proviene un libro, y menos aún la persona que lo escribe. Los libros nacen de la ignorancia, y si continúan viviendo después de escritos es en la medida en que no pueden entenderse” (Leviatán).
Paul Auster remite con frecuencia sus personajes a la imagen de escritores que le sirven de paradigma para la adopción de sus conductas. Estos son por lo general maestros norteamericanos que comparten con Auster una visión aguda de la sociedad americana. Los seres marginados, la vida del Central Park, el hambre y la negación sistemática del sueño americano “de los harapos a la riqueza”, por medio de la inversión constante.
Retratos de un Hombre invisible
Los personajes de Paul Auster cuando consiguen apoderarse de algún bien lo pierden con mucha facilidad. Muchos de ellos están inspirados en Edgar Allan Poe y en especial en “William Wilson”, personaje con el cual Poe exploró la doble personalidad. Un tema que inquieta a Auster y por medio de esa duplicación de la identidad de sus personajes suele mimetizarse: Quinn el escritor confundido o Quinn el falso detective.
La literatura de Paul Auster se ve reflejada en la forma con la que juega la suerte. En el libro “La música del azar”, por ejemplo, se configura un nuevo tipo de personaje que responde a los principios postmodernos de subsistencia. Los personajes no justifican sus vidas de acuerdo a grandes ideales, los colectivos utópicos desaparecen pero se mantiene en ellos latente la búsqueda de un sentido para la vida.
Como la voz de Lou Reed, caminando por el lado salvaje; el hombre busca identificarse, encontrar su nombre, pero no con teorías externas sino como una realidad interna que no abandona la fragilidad de su memoria.