Hoy aludiremos a un físico. Para ubicar a los lectores, en cuanto a su valía científica, diremos que en 1921 el Premio Nobel de Física correspondió a Alberto Einstein. En 1922 ese mismo premio lo ganó Niels Bohr, que es a quien aludiremos en esta nota.
Era danés y nacido en Copenhague, la capital de Dinamarca, un 7 de octubre de 1885. Einstein lo consideró el cerebro más inteligente del siglo XX.
Fue de joven un brillante jugador de fútbol, ídolo de los aficionados.
En 1912, con 27 años –ya doctor en Física– gana una beca para trabajar en el laboratorio de la Universidad de Cambridge, en Inglaterra.
Transcurren cuatro años. Se ha desatado la primera guerra mundial y decide regresar a su país, donde crea el Instituto de Física Teórica de Copenhague, que se convierte en pocos años en el laboratorio más famoso del mundo en su especialidad: la Atomística.
Bohr lo dirige y se hace acreedor a los 37 años al Premio Nobel de Física que ya mencionamos.
Es en Dinamarca una figura nacional. Su sencillez, su cordialidad y su valía científica lo transforman en un mito viviente.
En 1939 viaja a los Estados Unidos y, en un congreso científico allí reunido, explica que cuando se bombardea al uranio con neutrones, se crea la posibilidad de la fisión nuclear. Más simplemente, puede fabricarse una bomba atómica.
Regresa a Dinamarca, pero meses después el régimen nazi invade su país. Y Bohr es judío.
El servicio de inteligencia inglés le informa que está por ser arrestado. Entonces gente de la resistencia danesa lo transportan de noche con su esposa en un pequeño barco pesquero a Suecia.
De allí un avión de guerra inglés lo lleva a Inglaterra. Destino final: Estados Unidos.
En este país hay un laboratorio ultra secreto en Los Álamos, Nueva México. Ya están trabajando en la futura bomba atómica Einstein, Oppenheimer y otros eminentes científicos, casi todos europeos. Se incorpora Niels Bohr con un seudónimo: Nicolas Baker. De tener éxito, en ese lugar clave se estaría decidiendo el triunfo de los aliados en la Segunda Guerra Mundial frente al nazismo.
Transcurren los primeros meses del año 1945. A fines de julio ya está preparada la bomba que finalmente fue arrojada el 6 de agosto sobre Hiroshima, Japón y tres días después sobre Nagasaki, con la consiguiente rendición de este país y poco tiempo después la de Alemania.
Terminada la guerra, Bohr, espíritu totalmente pacifista, no quiere trabajar más para Estados Unidos y manifiesta abiertamente su oposición al uso de la energía nuclear con fines destructivos.
Vuelve a Dinamarca. El gobierno de este país posee una espléndida residencia a 100 Km de la capital. Está rodeada de bosques, lagos y montañas. La destinan –es ley- al hombre más destacado del momento en ese país. Y allí se instala Niels Bohr con su esposa, su hijo y sus nietos.
Vivió en esa especie de paraíso durante varios años hasta noviembre de 1962 en que una trombosis coronaria pone fin a su vida a los 77 años.
El día de su muerte, 18 de noviembre, el gobierno dinamarqués decretó duelo nacional. A su entierro asistieron casi 20 jefes de Estado y figuras mundiales del arte y de la ciencia.
Finalizamos recordando palabras que dirigió a una delegación de físicos europeos que lo visitara meses antes de su deceso:”Ustedes, jóvenes físicos, conocen cosas de la ciencia que me es imposible comprender a mis años. No puedo seguirlos y menos aun aconsejarlos en lo científico. Mi única posibilidad es sumarles mis escasas posibilidades, para que cristalicen sus nobles ilusiones. De esa manera ayudarán a lograr la plena felicidad del hombre en la tierra”. Y un aforismo final: “La modestia del genio contiene orgullo. Pero es siempre íntimo”.