Mendoza a través de la mirada de los extranjeros: Los viajeros franceses

El terremoto de 1861 marcó un antes y un después en nuestra historia y en la fisonomía de la ciudad, como dan cuenta algunos textos de la época que en esta columna rescata Marta Castellino.

Mendoza a través de la mirada de los extranjeros: Los viajeros franceses
El terremoto de 1861 afectó gravemente a Mendoza.

A través de la mirada de los primeros viajeros que atravesaron el territorio mendocino, pudimos asomarnos a la vida cotidiana de una ciudad naciente, con ciertos rasgos que desde siempre le han otorgado una fisonomía característica y que relevamos sumariamente a través de la mirada de Roberto Proctor y Francis Bond Head.

También en relatos de viaje encontramos quizás los testimonios más estremecedores acerca de la gran catástrofe que divide en dos la historia mendocina, como el de Giovanni Peleschi (Follonica, Toscana, 1845 - Buenos Aires, Argentina, 1922) llegó a la Argentina en 1873. Aquí se dedicó a la construcción de puentes, vías férreas y caminos; su afán de conocimiento lo llevó a recorrer extensas regiones, entre otras Mendoza, que visitó en 1873. Al mencionar el sismo cuyos efectos contempla, sitúa el hecho en la Semana Santa, lo que alimenta la imaginación en torno al suceso concebido como castigo divino: “Era el miércoles de la semana que los cristianos llaman Santa, del año 1861 […] La piedad religiosa y la tradición tenían abstraída a la población en la práctica devota de su culto […] Cuando el sol no iluminaba más este hemisferio, la gente acongojada se retiraba a sus moradas, indiferentes al llamativo y purísimo cielo adornado de una luna espléndida, fuera de lo común. Cuando ya el aire fresco, después de un día sofocante, se disponía a dar el bienestar a los sentidos de los ignorantes hijos de la tierra, improvisadamente el suelo tembló”.

La narración continúa con detalles escalofriantes: “Entonces densas tinieblas oscurecieron el cielo, un estrépito inmenso hirió el oído de quienes jamás debían decirse supersticiosos. Las casas más humildes y los templos más magníficos cayeron en pedazos, sepultando tanto a los piadosos de su Dios como a los más amantes de su hoguera”.

Otro viajero, de nacionalidad francesa, Auguste Guinnard, se nos presenta respecto de este tema como un observador privilegiado, pues tuvo oportunidad de ver la ciudad inmediatamente antes del terremoto y leer luego sobre la catástrofe en periódicos de su tierra. Nuevamente, es la Dra. Teresa Giamportone, especialista en el tema, en “Viajeros franceses en Mendoza” (Tomo III, 2010) quien nos permite acceder a ciertos datos biográficos de Guinnard, que había nacido en París en 1831, y en agosto de 1855 partió a América en busca de aventuras y fortuna; una vez arribado a Buenos Aires, “emprendió la travesía por las pampas argentinas sin dinero y sin más provisiones que algo de comida, un poco de pólvora y una brújula” (p. 89).

Sus peripecias en suelo americano incluyen años de esclavitud entre los indígenas, lo que dio título a su libro “Tres años de cautiverio entre los patagones” (1864); luego de huir llegó a Mendoza en septiembre u octubre de 1850, permaneció aquí unos pocos días, cruzó la cordillera de los Andes y desde el puerto de Valparaíso, Chile, se embarcó rumbo a su tierra natal en 1861. “En Francia, cuando se enteró del terremoto […] que destruyó la ciudad de Mendoza, prefirió no describirla sino dedicarle un emocionado recuerdo” (Giamportone, 2010, p. 92).

Así, leemos: “El 19 de marzo de 1861, los poetas argentinos llamaban todavía a Mendoza la perla, la reina de la zona florida que se extiende al pie oriental de los Andes […] Al día siguiente, la muerte pasaba por este paraíso”. La descripción siguiente, tomada de un periódico francés, es conmovedora: “Bastaron algunos segundos para convertir sus alegres habitaciones, sus iglesias, sus colegios frecuentados por la juventud de las provincias vecinas, la obra de tres siglos, en una espaciosa necrópolis, en un horrible montón de escombros, en un caos de rocas, de ladrillos y de vigas destrozadas” (Guinnard, citado por Giamportone, 2010, p. 95).

Por el contrario, otro viajero francés, Jules Huret (8963-1915), nos brinda una visión de la Mendoza post terremoto, ya moderna y pujante. Llegó a la Argentina como integrante de una comitiva europea invitada a participar de los festejos conmemorativos del Centenario de la Revolución de Mayo. Luego viajó por ferrocarril, lo que le permitió visitar las principales ciudades argentinas: Rosario, Santa Fe, Córdoba, Mendoza… donde estuvo en 1910. Las impresiones de su viaje fueron reunidas en “La Argentina. Del Plata a la Cordillera de los Andes”, obra publicada en París en 1911.

Como rasgos salientes del paisaje destaca en primer lugar la magnificencia de la Cordillera de los Andes; en cuanto a la ciudad, repara en “sus avenidas y amplias calles dispuestas en forma de tablero de ajedrez, y a las que dan sombra árboles de espeso y abundante follaje”. Entre las especies vegetales menciona los plátanos, moreras y acacias y por supuesto, los álamos, en el principal paseo de la ciudad. Todo ello: la vegetación, el cielo azul… para este viajero provoca, “en cuanto se llega, una impresión de abundancia, de riqueza y de vida fácil, sencilla, que encanta”. También las viviendas, aunque siempre de un solo piso, le dan impresión de bienestar económico, con su “aspecto suntuoso” y sus “corredores enlosados de mármol, con fachadas de columnas” (Huret citado por Giamportone, 2010, p. 22).

¡Cómo contrasta la imagen con la ciudad aldeana de principios del siglo XIX, de la que no quedan como testimonio “más que las ruinas de dos iglesias, que se conservan como recuerdo histórico” (Huret citado por Giamportone, 2010, p. 23)! Han comenzado a construirse hoteles para albergar dignamente a los viajeros, como el Grand Hotel; también se describe el Parque del Oeste, sus portones, el lago, el zoológico y el tranvía eléctrico, índices todos de una modernidad auspiciosa para la ciudad, llegada de la mano de mandatarios como Emilio Civit, cuya acción de gobierno el francés detalla y encomia, aunque no deja de mencionar algunas costumbres censurables de la denominada “política criolla”.

El conocimiento alcanzado por Huret durante su estadía en Mendoza le permite hablar de las principales industrias y reseñar la obra de algunos bodegueros, como Antonio Tomba, así como las bodegas Giol, Gargantini, Arizu, Escorihuela… Dedica varias páginas a la vitivinicultura en sus diversas fases; describe los hábitos y costumbres de los trabajadores y detalla los procesos de vinificación, destacando la calidad de los vinos mendocinos, a los que augura un próspero porvenir, si se solucionan algunos problemas estructurales que detecta.

Seguramente, para elaborar tan detallado informe, Huret contó con documentación provista por el Gobierno de la provincia a los distinguidos visitantes que arribaron con motivo de los fastos del Centenario, pero su observación personal parece corroborar estos datos y con motivo de su viaje a San Rafael, concluye: “Había terminado mi encuesta en Mendoza y recorrido la provincia de un extremo al otro. Y aquel día pensé que, de ser yo un colono e ir en busca de una región para instalarme en ella […] a aquel distrito de San Rafael es a donde iría a vivir” (Huret citado por Giamportone, 2010, p. 22).

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