Horacio “Marciano” Cantero y yo nos conocimos en 1977. Éramos dos purretes, imberbes. Cada uno tocaba en una banda de lo que llamábamos “Música Mensaje” y que se conoce hoy en el mundo como “Rock Cristiano”. Yo en el conjunto de Los Peregrinos, de la Parroquia Nuestra Sra. De los Dolores, él en Adonai, un buen cuarteto clásico de Rock & Roll, dos guitarras, bajo y batería, de Nuestra Señora de Lourdes. A poca distancia una de otra, ambas en la Sexta Sección de Mendoza.
Este “trabajo” del Rock and Roll es a veces un poco inestable. Al año siguiente, Adonai ya no existía como banda y el maestro Freddy Vidal, “El Zurdo”, había dejado vacante el puesto de bajista en Los Peregrinos para dedicarse de lleno a su maravillosa carrera de guitarrista de tango y folklore en la que brilla hasta hoy.
El “Marciano” tomó esa posta y compartimos banda por un año hasta que también este grupo se disolvió (“¡Cosas que pasan!”, diría Larralde).
Fue para mí un honor tocar con tantos enormes talentos reunidos allí: Los mencionados “Marciano”, Freddy Vidal y Felipe Staiti (brevemente, al principio), Jorge Zangheri, Roberto Fiat, Daniel Salvo, Raúl Lodi, Eduardo Salinas, Mariano Burgos, Alejandra Bermejillo.
Algunos de ellos hicieron una gran carrera en la música y siguen activos hasta hoy.
Una canción del inmenso Roberto Fiat recuerda esos años de gloria. Se llama “Con ruido a lata y corazón”, en referencia a las limitaciones técnicas que nos impedían lograr un sonido realmente profesional y cómo suplíamos esa carencia con mucho, pero mucho corazón.
En 1979 ingresé en la Universidad y no consideraba seguir ‘rockeando’ la viola, pero en 1980 me invitaron a formar parte de un proyecto nuevo y me uní así hasta 1983 al Grupo JOB. Fueron dos experiencias fuertes, me marcaron de por vida.
Otra vez siento el prurito de haber compartido escenario con tipos mucho más talentosos que yo, Mariano Burgos, José “Pepe” Pittella, Felipe Trentacoste y Alejandro Roldán.
También algunos de ellos siguen hoy “en la senda” regalando su arte.
“Marciano” se dedicó a cantar con su guitarra acústica y su armónica por los bares mendocinos y logró bastante reconocimiento. Al año siguiente lo habló al Felipe Staiti porque quería formar una banda.
Daniel Piccolo, la tercera pata de esta maravillosa mesa de Rock & Roll, también pertenecía al grupo de amigos. Había sido sonidista, plomo, cebador de mate, colaborador y una enorme usina de buena onda en Los Peregrinos y no hacía mucho había comprado una modesta batería, negra, de cuatro cuerpos, la recuerdo muy bien.
Se juntaron, acordaron ese nombre tan original, “Los Enanitos Verdes”, y ensayaban, ensayaban, ensayaban, ensayaban muchísimo, todos los días.
Pretendo contar detalles que no aparecen en las crónicas y éste es fundamental.
No llegaron de casualidad a tan altas alturas. Eran músicos de mucho talento, tuvieron la fortuna de abrir algunas puertas y supieron muy bien aprovechar sus oportunidades, pero no hay que olvidar que trabajaron fuertísimo durante años y soportaron los muy duros tiempos del anonimato en los que hicieron lo que toda banda debe hacer, persistir, creer en ellos mismos y no decaer.
Lo que en la jerga llamamos “pedalear”. Pedalear sin descanso subiendo todas las pendientes sin desfallecer nunca.
Se les dio, y los que los queremos de verdad nos alegramos muchísimo por ellos. Porque son talentosos, porque fueron muy trabajadores y porque son buena gente.
No quiero contar una historia contada mil veces. Prefiero rescatar algunas perlas que fueron quedando en el camino.
La primera sala de ensayo de los LEVs fue la casa paterna de Felipe Staiti, en la calle Juan Gutenberg de la ciudad de Mendoza, y uno de sus primeros “hits” nació “zapando” en una de tantas larguísimas sesiones de ensayo. Se llama “Melodía de Gutenberg” y es una pena que no la hayan grabado en uno de sus discos.
Fue muy conocida en Mendoza durante la etapa “underground” de la banda, entre otras cosas porque la tocaron en un corto televisivo publicitario.
Mencionaré otros dos temas, “Espíritu joven” de la etapa acústico-solista del Marciano: “Lo que es la felicidad, cada uno lo sabrá. Pero será mejor si significa eternidad”, decía en obvia alusión a sus “Sueños de rock and roll” (es el nombre de una canción de otro excelente grupo menduco, Z4).
“Es mi espíritu que va, siempre tratando de alcanzar donde reina la igualdad”, seguía diciendo esa belleza escrita por un pibe de 18, apenas, lleno de sueños e ilusiones.
Y otra viene a mi recuerdo, esta sí la cantaron “Los Enanos”, se llama “¿Qué pensará la Luna?” y es un verdadero manifiesto ecologista.
Desespera que más de cuarenta años más tarde seguimos destruyéndonos (porque destruir el planeta es destruirnos, ninguna otra cosa).
Desespera y angustia especialmente que no hayamos podido erradicar las guerras, que vivamos en guerra permanentemente y que estemos sufriendo una que amaga generalizarse.
La última frase de esa maravillosa canción escrita por un chico mendocino que soñaba con ser estrella del R&R dice: “¿Qué pensará la Luna cuando ve hongos de humo salir de la Tierra? ¿Y qué pensará cuando no la vea más?”
Nunca fui amigo íntimo de “Marciano”, no quiero colgarme una medalla que no me corresponde. Siempre intuí que hay algo en mi personalidad que le chocaba.
Tuve y tengo mejor onda con los otros dos “Enanos”, pero sí fuimos buenos amigos durante muchos años y creo que lo que vivimos juntos fue tan intenso y éramos tan tiernos, empezando a asomar a la vida, que esas experiencias nos hermanaron para siempre, a todos nosotros.
Se nos fue un hermano y se fue de golpe, es una pena enorme. Nos vamos yendo, es inevitable, es la ley. Sólo unos pocos elegidos, como él, dejan tanta luz detrás de sí.
Será hasta que volvamos a vernos, hermano.