El año 1871, fue protagonista de desgracias y calamidades para nuestro país. En febrero, una terrible epidemia de fiebre amarilla azotó a Buenos Aires. Balance: 14 mil muertos en solo 4 meses. Buenos Aires contaba en aquella época con sólo 200 mil habitantes. Pocos meses después en la Ciudad de Orán (Salta), un violento temblor de tierra destruyó casi todo, sepultando a muchos de sus habitantes.
Pero faltaba más. El 24 de diciembre de ese fatídico año, a las 22, dos barcos de pasajeros (el América y el Villa del Salto) partieron hacia Montevideo. Viajaban en ellos, cientos de turistas. El América era un barco construido en los Estados Unidos y un verdadero palacio flotante.
Partieron en la serena y estrellada noche de ese 24 de diciembre. A medianoche, en el salón principal del América, se festejó Navidad. Y casi exactamente a las 2 sonó la alarma en la sala de máquinas. Quizás por excesiva velocidad, se produjo una explosión en una caldera. El buque estaba construido en gran porcentaje con madera de pino, altamente combustible. Cuando se dio la alarma general, el fuego, que avanzaba incontenible, ya había dividido el barco en dos partes. No podía pasarse de proa a popa.
La tripulación, nueva y poco experimentada, no contribuyó a aserenar los ánimos. Además, se incendió uno de los tres botes salvavidas y los que quedaron no alcanzaban.
Navegaba cerca el otro barco, el Villa del Salto, que acudió en auxilio del América. Pero necesitaba 30 o 35 interminables minutos para llegar.
Las escenas de pánico eran indescriptibles. Familias enteras se arrojaban al mar. Tampoco alcanzaban los salvavidas
Aquí quiero relatarles un episodio reconfortante, en medio de tanto horror. Su protagonista, nuestra figura de hoy, tiene en Buenos Aires una calle que recuerda su memoria: se llamó Luis Viale.
Las circunstancias que le tocaron vivir transformaron su nombre en una verdadera leyenda. Un nombre que es hoy ejemplo de nobleza y de altruismo. Porque Viale demostró con su acción que hay hombres que no hacen el bien por otra cosa más que por necesidad vital.
Pero vamos a la anécdota. Cuando el fuego se había apoderado totalmente del buque América, sin haber podido lograr algún salvavidas, Augusto Marcó del Pont y su joven esposa, Carmen Pinedo, se arrojaron al mar. Ella iba tomada por los brazos de su esposo, que era buen nadador. Pero el peso del cuerpo de la joven, que no sabía nadar, y la fatiga, los estaba venciendo.
Cercano a ellos, provisto de un salvavidas, nadaba Luis Viale, a quien le tocó divisar a la pareja, entender lo que pasaba y presenciar el seguro trágico final del matrimonio. Sin pensarlo demasiado, este hombre que ya tenía 55 años, pensó que era mejor morir por alguien antes que morir por nada, y le entregó su salvavidas a la señora Pinedo, obligándola a colocárselo. Su altruismo, hizo que se apiadase más de un semejante que de sí mismo.
La tragedia, finalmente, sobrevino, con algunas notas inesperadas. Momentos después de que Viale le pusiera el salvavidas a la dama, Marcó del Pont (el nadador y esposo de la asistida) desapareció bajo las aguas. Y luego el propio Luis Viale, quien intentaba mantenerse a flote por sus propios medios, también sucumbió a las aguas.
Mencioné que una calle de Buenos Aires, lo recuerda. Pero un monumento emplazado en la Costanera Sur de la Ciudad de Buenos Aires también perpetúa su insignia memoria.
Más de 100 personas murieron en aquella tragedia del América. El otro barco, por su parte, permitió salvar 66 personas.
La muerte de Luis Viale, tiene un sentido especial. Porque demostró a los hombres de su tiempo, que el honor es aún más valioso que la vida. Yque un solo resplandor ilumina una existencia.