Como a muchos personajes históricos, a María Callas la cubre un halo de especulaciones y hasta mentiras que se dicen sobre ella. Y ella misma, quizás, contribuyó a erigir el misterio: María Callas no era griega, y ni siquiera se llamaba así.
Nació el 2 de diciembre de 1923 en Nueva York con el nombre de Maria Anna Cecilia Sofía Kalogeropulu. La abreviación de su apellido, en una sagaz decisión de self-marketing, la hizo ya desde muy joven y mucho antes de que la estrella naciese, en 1948. Y, aunque era hija de inmigrantes griegos y debutó en Atenas, donde también estudió, siempre se la consideró estadounidense: es sabido, por ejemplo, que tuvo serios conflictos con el por entonces director de La Scala de Milán, Antonio Ghiringhelli, quien se negaba a darle protagonismo en el teatro a cantantes extranjeros, y especialmente no europeos.
Hoy se cumplen 100 años del nacimiento de una de las mujeres que marcaron la música del siglo XX. En los ‘50 y primer lustro de los ‘60, fue la cantante mejor pagada y la más aplaudida del mundo. Y no solo eso: también fue la mejor.
María Callas fue una soprano de excepcional versatilidad, que podía alternar papeles de enorme dificultad y muy diferentes como ninguna otra lo ha hecho en la historia. Pero además, revolucionó el arte de la lírica, dándole una vitalidad y atrayendo nuevo público, varias décadas antes de que los tres tenores hicieran lo mismo. Rescató el repertorio belcantista y mostró que la voz humana era extensa, poderosa y podía cantar todas las emociones.
Pero, quizás más importante que eso, la “Divina” Callas, como la llamaban, alimentó la voracidad de los paparazzis, asistió a fiestas del jet-set, se vistió de altísima costura y regó infinitas páginas de revistas con chimentos de su vida privada.
En años donde “La dolce vita” todavía ni se estrenaba, ella ya se bañaba bajo las aguas del glamour junto a sus amigas, otras divas como Marilyn Monroe o Grace Kelly, princesa de Mónaco, y asistía a fiestas organizadas por Audrey Hepburn, Gregory Peck o Marlene Dietrich. La gran socialité de la década, Elsa Maxwell, estaba enamorada de Callas, a quien le gustaba rodearse de homosexuales. Nadie la quería tanto como ellos: “Para ellos soy la Bette Davis de la ópera y eso me satisface sin límite”, decía la íntima amiga de los homosexuales más famosos de Italia: Visconti, Zeffirelli y Pasolini.
También ella escribió uno de los capítulos de desamor y traición más célebres del siglo, cuando el magnate naviero Aristóteles Onassis la abandonó para casarse con Jacqueline Kennedy. La humillación fue pública e irremontable. Coincidió, tristemente, con su declive vocal y su retiro. Sus últimos años, salvo pocas apariciones públicas, los vivió junto a sus perros en un lúgubre y dorado apartamento en París.
A la Divina la rodean más especulaciones que verdades. Es un personaje difícil de alcanzar. ¿Ese 16 de septiembre de 1977 en que murió, a los 53 años, fue víctima de un infarto o en realidad no soportó la soledad y se suicidó? ¿Onassis la obligó a que abortara el hijo que esperaba de él, o el niño solo vivió dos horas (como sostiene Nicholas Gage en su libro “Fuego griego”) o en realidad ni siquiera pudo embarazarse porque era infértil (como sostiene, con algunas pruebas, su ex marido Giovanni Battista Meneghini en su libro “Mi mujer, María Callas”)? Quizás nunca lo sabremos.
En este último libro, Meneghini la reviste de una amorosidad que es muy probable que no tuviera, pero tampoco hay que creer en aquellos que escribieron verdaderos panfletos de odio contra ella, como el artículo “María Callas. La voluntad de triunfar”, incluído en el libro “Los virtuosos” de Harold C. Schonberg. “Confirió un nuevo significado a la palabra ‘ego’”, definió, rejuntando una larga lista de anécdotas de incomprobable veracidad y asegurando que su voz era mediocre.
Quien quiera conocerla bien, no hay nada mejor que remitirse a sus propias palabras. Es lo que hizo el realizador Tom Volf en el documental “María by Callas”, donde articula su historia como un collage, remitiéndose solo a fragmentos de entrevistas, cartas que ella envió durante su vida y otros registros y documentos, con el fin de abordar el personaje barriendo con todo lo demás.
La Callas en Argentina
¿Cantó María Callas alguna vez en el teatro Colón? Sí, entre mayo y junio de 1949, en “Norma”, “Aida” y “Turandot”. Aunque para ese año su carrera estaba recién en ascenso, las cartas que se conservan la muestran como una artista decidida a triunfar y a veces implacable. El otro apodo que se ganó, el de “Tigresa”, no solo se refería a sus actuaciones poderosas, sino a su actitud bajo el escenario. muchas veces con sus colegas. Según su propia versión, se burlaban de ella por su peso y le tenían celos terribles porque acaparaba la escena y se llevaba siempre todos los aplausos. Incluso llegaban a boicotearla para que no cantara en las funciones más importantes.
Eso pasó en Buenos Aires. Después de una función de “Norma” en la que su actuación conmovió a todos hasta las lágrimas y el Coro del Colón le ofreció su “más grande admiración”, escribió el 17 de junio: “¡Mis pobres colegas! Dios, que es bueno y grande, me ha concedido la venganza. Y eso es así ciertamente porque nunca traté de perjudicar a nadie, y porque trabajé tanto”.
Según las cartas que compila Meneghini en su libro, esos dos meses fueron una tortura para ella. Y es fácil adivinar los motivos: se había casado con el empresario veronés el mismo día en que el barco salía para Sudamérica, y lo que debería haber sido una luna de miel en realidad fue una separación de varios meses, un larguísimo viaje, una gripe que le duró varias semanas y angustiantes momentos de soledad en una Buenos Aires que le resultaba además “odiosa”. “El tiempo es terrible. Hay polvo de carbón por todas partes. Es húmedo. Y además, es totalmente fascista (...) Todos los fascistas del mundo están aquí. ¡Y Evita controla totalmente el teatro!”, escribió el 20 de junio de 1949.
El otro motivo, además de todo lo anteriormente nombrado, lo da su madre en el libro “Mi hija María Callas”, donde cuenta que por por la ley argentina peronista, no podía sacar del país el cachet que había recibido por sus actuaciones, por lo que tuvo que gastarlo en costosas pieles, que sí pudo retirar del país camufladas en su guardarropas teatral.
Tres décadas después, en 1970, se paseó por la alfombra roja del Festival de Cine de Mar del Plata junto a Pier Paolo Pasolini, para quien había actuado en el filme “Medea”, que se presentó en el certamen. En esta película, su única incursión en el cine, da un retrato visceral de un personaje de la mitología griega al que sentía muy cercano, pues el papel de Medea en la ópera homónima de Cherubini fue uno de los más famosos de su carrera.
Una última perlita: el 9 de julio de 1949, un día antes de que un avión la llevara de vuelta a Europa, fue invitada a cantar en la velada del Día de la Independencia. Por su carácter oficial, la función fue transmitida por radio, y así se transformó en el primer registro que se tiene de la voz de María Callas, esa voz encandilaría al mundo. Los fragmentos (toda la entrada de Norma y el final de “Turandot”) pueden rastrearse y escucharse por YouTube.
El cine, enamorado de ella
A la conmovedora “Callas Forever” (2002), protagonizada por Fanny Ardant y dirigida por Franco Zeffirelli (quien trabajó en varias producciones con la cantante y pudo conocerla bien), en los próximos meses se sumará una nueva biopic.
Esta vez, tiene la garantía del director chileno Pablo Larraín, un verdadero experto en fotografiar mujeres que hicieron historia: ya hizo lo suyo en “Spencer” (HBO Max y Prime Video) y “Jackie” (HBO Max). Ahora será la propia Angelina Jolie quien interpretará a Callas, tapándose con sus mismos abrigos de piel, para contar cómo fueron sus últimos días en París. En el elenco también figuran Pierfrancesco Favino, Alba Rohrwacher, Haluk Bilginer, Kodi Smit-McPhee y Valeria Golino.