Lo anodino y lo rimbombante

La muletilla “y nada” es “un verdadero residuo verbal que profana la inteligibilidad del mensaje y le rinde culto a la superfluidad”

Lo anodino y lo rimbombante
Quién es Caro Pardíaco, el personaje de Julián Kartún que es furor en Olga y hace humor a partir de frases que no dicen nada.

En épocas no tan lejanas, cuando una persona no sabía cómo finalizar un tema porque le faltaban ideas o vocabulario, lo hacía cerrando su pensamiento con un ‘etcétera’ o -lo que hoy sabemos que es incorrecto- repitiendo dos o tres veces ese vocablo. También, de modo equivocado, si estaba escribiendo, colocaba ‘etcétera’ y, luego, puntos suspensivos, con lo que incurría en redundancia.

Hoy, jóvenes y no tan jóvenes, de modo frecuente, acuden a otro recurso que habla igualmente de su pobreza léxica: cierran cualquier pensamiento con un “y… bueno… nada” o “y nada”. Esta muletilla, como en general las palabras de tal índole, al decir de la Dra. Alicia Zorrilla, al frente de nuestra Academia Argentina de Letras, son “un verdadero residuo verbal que profana la inteligibilidad del mensaje y le rinde culto a la superfluidad”. Y agrega: “Al decir ‘nada’, el hablante “no puede decir más porque no hay más. Se niega la realidad por cómodo descontento, se ignora la poesía de cada instante por ceguera espiritual y se acude a la sonoridad de lo insustancial, que es la forma más acabada del silencio de lo dicho”.

El español, como otros idiomas modernos, posee un repertorio de vocablos que designan aquello que parece no revestir importancia. Uno de ellos es ‘nonada’, sustantivo cuya definición, derivada de la suma de sus elementos constitutivos, es “cosa de insignificante valor”: “Le ayudó con una nonada”. Puede sustituirse por el sinónimo ‘nadería’, definido como “tontería”; también, ‘fruslería’ o cosa de poca entidad: “Fue muy desilusionante pues no presentó más que naderías y fruslerías”.

Si se desea destacar la pequeñez de algo y su poca estimación, se puede usar ‘menudencia’: “No analice esas menudencias”. Además, sirve para señalar pequeñez e insignificancia el vocablo ‘nimiedad’, equivalente a ‘futilidad’ y a ‘trivialidad’: “Es un lector ávido de novedades y no se detiene en considerar futilidades o trivialidades”. Asimismo, podemos encontrar el término ‘bagatela’, definido como “de escasa importancia o valor”: “No me interesan esas bagatelas”. Descalificantes resultan también ‘baratija’ (“objeto pequeño o de poco valor”); ‘cachivache’ (“objeto roto e inservible”) y ‘birria’ (“persona o cosa de poco valor o importancia”): “Fue una muestra llena de birrias, baratijas y cachivaches”.

A veces, se usa la locución adverbial ‘de morondanga’, con carácter despectivo, para indicar algo despreciable y de poco valor: “Fue un espectáculo de morondanga”. El vocablo ‘morondanga’, equivalente a “mezcla de cosas inútiles”, señala lo mismo que ‘burundanga’, como sinónimo de “desorden, confusión, lío”.

En el campo de los adjetivos, podemos hallar ‘inane’, que alude a lo vacuo, inútil y vano, aquello que no desemboca en nada práctico: “Se trató de una conversación inane, de la que no se pudo obtener conclusiones”. Es equivalente a ‘fútil’, aplicable a aquello que goza de poca importancia o aprecio: “Juzgo fútiles sus esfuerzos”. En este sentido, podemos usar también el adjetivo ‘baladí’, palabra de origen árabe, para calificar algo carente de entidad: “Es un tema baladí”. Descalificador resulta otro adjetivo, ‘trivial’, definido como “que no sobresale de lo ordinario y común, que carece de toda importancia y novedad”: “Pronunció un discurso trivial, que no impresionó bien a nadie”.

¿Y cuál es la diferencia con adjetivos como ‘banal’ e ‘intrascendente’? No existe diferencia, pues ‘banal’ es aquello considerado común e insustancial, mientras que lo ‘intrascendente’ es lo irrelevante: “Lo que dijo es tan banal e intrascendente, que no motivó a nadie”.

El adjetivo que figura en nuestro título de hoy es ‘anodino’ que, en su primera acepción, equivale a “insignificante, ineficaz, insustancial, insípido”: “Esos elementos incorporados son anodinos porque no le aportan nada a la esencia del trabajo”.

En el otro extremo de lo considerado hasta aquí, se da todo aquello cuya importancia llega a exagerarse; también, la lengua tiene una serie de adjetivos para aludir a ese hecho. Así, encontramos la voz ‘rimbombante’, definido como “ostentoso, llamativo”: “Con rimbombante cartelería, se dieron a conocer los resultados de las elecciones”. El adjetivo es el participio presente del verbo ‘rimbombar’, término que se usa para indicar que algo suena mucho, que retumba. El sustantivo que designa este hecho es ‘rimbombancia’, con el valor significativo de “pomposidad, énfasis”.

También, vinculado a un sonido muy fuerte, ruidoso y retumbante, se da el adjetivo ‘estentóreo’, vocablo derivado del griego Esténtor, nombre de un personaje de la Ilíada, famoso por su potente voz: “Con voz estentórea salió a anunciar los hechos”.

En la misma línea, hallamos el adjetivo ‘grandilocuente’, reservado para aquello que presenta una elocuencia elevada y pomposa: “Lo han elogiado con palabras grandilocuentes”. Similares aunque poco usados se muestran los adjetivos ‘altílocuo’, ‘grandílocuo’, ‘altisonante’ y ‘altilocuente’: “Impresionó a todos los presentes por el tono altisonante empleado”. Cuando estas palabras son excesivamente presuntuosas, podemos usar el adjetivo ‘pretencioso’, que también suele escribirse ‘pretensioso’. Respecto de este último vocablo, el Diccionario panhispánico de dudas señala que es mayoritaria su escritura con “c”, tanto en España como en América, frente a la grafía con “s”, usada en forma ocasional en el español americano y en la península, por influjo del catalán.

En cuanto al estilo, aquello que exalta un hecho o a una persona con palabras solemnes y cargadas de adornos se dice que fue expresado en términos ‘pomposos’ y ‘ampulosos’: “Por favor, trate de ser simple y de no usar palabras tan pomposas”.

A medida que pasan los años, las personas vamos dejando de lado lo superfluo y lo aparentemente grandioso, en cada uno de nuestros hábitos, incluso en el modo de hablar. Por eso, me parece oportuno cerrar esta nota con una exhortación del escritor y ensayista catalán Eugenio D’Ors: “Entre dos explicaciones, elige la más clara; entre dos formas, la más elemental; entre dos expresiones, la más breve”. Quizás podríamos completarla aconsejando buscar siempre las palabras más simples, las más exactas, las más precisas y sin lugar para la ambigüedad.

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