“¡Oh, Señora del Carmen de Cuyo, / Generala gloriosa de paz! / En ti honra el pueblo argentino / A la Virgen del Gran Capitán.
Es tu manto un emblema de gloria, / Ciñe el oro y la perla tu sien; / En tus manos ostentas el mando, / Tres banderas te besan el pie.” “Himno a la Virgen del Carmen de Cuyo”
Nos aproximamos al 8 de septiembre, día en que se conmemora en Mendoza la festividad de la Virgen del Carmen de Cuyo, una de las advocaciones marianas más populares y queridas por los mendocinos, que así reconocen a la Santa Madre de Dios, en primer lugar, su patronazgo sobre las tropas del Libertador General San Martin y, en segundo lugar, la protección que brinda a la educación en la provincia.
Se trata, igualmente, de una de las devociones más antiguas, custodiada desde sus orígenes por la Cofradía de la Virgen del Carmen de Cuyo. Si bien no hay datos precisos y fehacientes sobre la fecha en que la imagen que se venera hoy en la basílica de San Francisco haya llegado a la provincia, la tradición sitúa el hecho en la primera década del siglo XVIII. En cuanto al aspecto de la imagen, la Virgen viste túnica blanca, el hábito carmelita y un manto blanco; lleva en su pecho una banda que representa su rango de Generala del Ejército Argentino. Además, para la procesión anual, se la engalana y lleva una corona hecha de oro y piedras preciosas y otras alhajas de su riquísimo ajuar. La acompañan las banderas de las tres naciones hermanas libertadas por San Martín: Argentina, Chile y Perú.
Como se declara en “Apuntes históricos sobre la Virgen del Carmen de Cuyo y el Convento Franciscano en Mendoza” [1941], antes de la expulsión de los jesuitas, propietarios originales de la imagen, ya existía en su templo una cofradía dedicada a la Virgen del Carmen, “fundada por don Pedro Núñez, caballero de posición y fortuna, si hemos de juzgar por la cuantiosa donación de alhajas con que acompaña a la imagen al realizar la fundación” (56). Se afirma igualmente que la imagen que Núñez había donado continuó en su mismo altar y que Pedro Ortiz, vecino de Mendoza y Prefecto de la cofradía “recibió en depósito las alhajas, haciéndose cargo de celebrar anualmente la fiesta en honor de la Virgen” (56), tal como consta en los inventarios de bienes de los expulsos. Se detallan cuáles son estos bienes, lo que permite advertir la riqueza del ajuar de la Virgen, patrimonio que se ha visto enriquecido a lo largo de los siglos con donaciones que lo hacen, también desde lo histórico y patrimonial, un tesoro invaluable para todos los mendocinos.
Monseñor José Aníbal Verdaguer, en su “Historia eclesiástica de Cuyo” (Tomo I, 1931, 225 ss.) señala que tras la expulsión de los jesuitas, la cofradía quedó bajo la égida de los agustinos, que asumieron la tarea de imponer el escapulario, hasta que –extinta la orden agustina en Mendoza en 1835, por fallecimiento de su último religioso, “los franciscanos […] hicieron revivir en su iglesia la cofradía de Nuestra Señora del Carmen que había sido fundada en la misma iglesia, cuando pertenecía a los jesuitas” (225).
Esta advocación mariana fue elegida por el General José de San Martín como Patrona de sus tropas, seguramente por la difusión de su culto en la provincia, tanto que los citados Apuntes históricos sobre la Virgen del Carmen… se lee lo siguiente: “sabemos […] que la cofradía que actualmente existe en nuestro templo [franciscano] es de antiquísima tradición en Mendoza”. Y agrega: “Aún ahora es rara excepción la persona creyente que no pertenezca a esa cofradía: al extremo de que decir ‘soy cofrade’ significa serlo de la Virgen del Carmen” (68).
Con su elección, San Martín elegía un camino diverso al que le proponía, por ejemplo, Juan Martín de Pueyrredón en una carta de 1817: “Ojalá sea Ud. oído por nuestra Madre y Señora de las Mercedes”. En el mismo sentido se expresaba, desde Santiago del Estero, Manuel Belgrano: “No deje de implorar a Nuestra Señora de las Mercedes nombrándola siempre Nuestra Generala y no olvide los escapularios a la tropa”.
En realidad, no conocemos los pormenores de la decisión por parte de San Martín: posiblemente –como se afirma en los “Apuntes históricos…” ya mencionados- “entre los mismos soldados había muchos cofrades” y al aproximarse la hora solemne de la partida este hecho pesó en el ánimo del General. Entonces, le entregó a la Virgen del Carmen su bastón de mando y sus soldados llevaron en la campaña el escapulario como signo de la protección maternal de María. Como reza otra estrofa del “Himno…” citado como epígrafe: “San Martín te confió a sus soldados / en arranque sublime de fe / y tú fuiste la fiel Capitana / que enseñaste amor y bien”.
En diversa documentación referida a la preparación del Ejército Libertador en Mendoza se detallan las ceremonias que tuvieron como protagonista a la Virgen del Carmen de Cuyo, particularmente la del 5 de febrero de 1817, víspera de la partida de las tropas. El general Espejo, testigo presencial del acontecimiento refiere en detalle la celebración, en la que también se bendijo la Bandera de los Andes. En estos textos se han basado las primeras novelas históricas mendocinas que, como no podía ser de otro modo, textualizan la gesta sanmartiniana, y a ellas me he referido en una nota anterior titulada “Enero en la Mendoza sanmartiniana”.
Solo quiero agregar en esta primera nota sobre la presencia de esta advocación mariana en la literatura mendocina, algún comentario acerca del “Himno a la Virgen del Carmen de Cuyo” que he citado y que aprendí de modo indeleble en mi escuela primaria. Lamentablemente no he conservado en la memoria el nombre de su autor, solo un recuerdo de que la melodía es la misma del “Himno a San Martín”.
Tampoco he podido encontrar esta pieza musical en una primera búsqueda; seguramente se podría afinar la pesquisa y dar con ella, pero quizás es mejor dejarla así, en la memoria: algo aprendido en la infancia y que se ha convertido en parte del patrimonio personal, como ocurre con los bienes llamados folklóricos. Y valga también como un homenaje a la educación recibida en la Escuela “Patricias Mendocinas” que –al menos durante el extenso período en que fue dirigida por doña Carlina Estela Vila de Torres Araujo, se esmeró en imprimir en sus alumnas un profundo sello sanmartiniano.