“Hay una angustia existencial / anidada a la piel de los pobres / mientras los grandes señores / justifican su existencia / asesinando nuestro destino”.
Hugo Omar Torres. “Existencial” (2009)
Conocí a Hugo Omar Torres (1954-2020) antes como actor cultural de fuste, como Presidente de SADE Mendoza, que propiamente como poeta. Igualmente, ambas facetas son destacables en grado sumo y se amalgaman en una personalidad inconfundible en el concierto de la literatura mendocina contemporánea. Si bien había nacido en Luján de Cuyo, se radicó desde 1964 en el departamento de Maipú, donde fundó el Grupo Literario “Maipú Letras” y coordinó varios Encuentros Nacionales de Poetas y Escritores (2006-2011).
Además de su gestión al frente de SADE Mendoza, cuya presidencia ejerció durante dos períodos (2008–2010 y 2010-2012), fue Asesor del Fondo Provincial de Cultura área Letras entre 2007 y 2011, Asesor de letras de distintos Grupos Literarios y jurado de varios Certámenes literarios, entre los que destaca el Premio Vendimia de Poesía de 2011. Participó asimismo en encuentros literarios nacionales e internacionales; en el Segundo y Tercer Congreso Nacional de Cultura 2008 -2010 y en distintas Ferias del Libro, provinciales y nacionales. Es valorable igualmente su aporte poético para distintas Fiestas de la Vendimia en Mendoza. Tuvo a su cargo la edición del libro “Memorial de Mendoza”, de 2012.
En cuanto a su labor creadora, además del libro “Existencial”, de 2011, ha publicado poemas en diarios y revistas y en diversas antologías provinciales, nacionales e internacionales. Ha obtenido distintos premios literarios a nivel nacional e Internacional: 2° Premio internacional en Poesía “Cadalso de los Vidrios” (Barcelona, España, 2006); finalista en Poesía en Madrid, España (2008); Finalista del Primer Certamen Internacional de Viña del Mar, Chile (2006) y Primer Premio en el Certamen Provincial de Poesía de Junín, Mendoza (2008).
Precisamente el último de los galardones mencionados derivó en la publicación de su poemario “Existencial”, cuyo título implica en sí mismo una referencia epocal (la filosofía existencialista) y una meditación implícita sobre la condición humana. Por su parte, la dedicatoria del volumen pone de manifiesto lo que va a ser una constante de la obra de Torres, en la misma cuerda del gran maestro Tejada Gómez: la poesía que expresa una clara sensibilidad social, la cercanía con “los humildes de siempre / que no encuentran su lugar en el mundo”.
Así, las isotopías predominantes en todo el poemario reiteran el campo semántico de la privación y del fracaso: “hambre”; “tristeza”; “ansiedad”; “cansancio”; “miseria”… son términos que se reiteran en la “locura de los días / que no se vencen / desde el horizonte / cansado” (p. 11). En consonancia, el ambiente que construyen estos poemas se contagia de similar tonalidad afectiva, esos “suburbios / donde la luna pasta / la miseria incansablemente”.
La figura del hombre que presentan estos textos no es la más o menos esperanzada figura del “homo viator”, sino más bien la del “homo oeconomicus” o “faber”, el hombre en su faz de trabajador u obrero, pero embarcado en una labor que –presentada en su faz más monótona y rutinaria- lejos de dignificarlo es fuente de humillación y pesar, porque “Alguien a escondidas / ha ocultado / los frutos del trabajo / ha matado la semilla / de la dignidad humana” (p. 13).
La implicación filosófica de tal situación habla de una suerte de condena universal, que se hace cósmica en la “Orfandad / de un sol místico / llorando de soledad / siglos de tragedias humanas” (p. 14). Esa posición cenital parece ser la que asume el yo lírico cuando manifiesta su intención: “Desde mi ojo polifónico /…/ fecundar la semilla dormida / abrir la ventana del alba / asomar lentamente / mi rostro universal / asesinar la noche” (p. 15).
A modo de abanderado, el mismo hablante lírico asume la voz de los que no tienen voz, “la voz antigua del hombre”: la expresión de todo un colectivo sufriente: “Llevo en mi piel de siglos / las cicatrices de tantas luchas” (p. 17). Hay un sentido de continuidad histórica que encuentra en la idea de dolor y sufrimiento su validez universal: “Sentir / en la brevedad de los días / el hambre antiguo / de los hombres, / trigo silvestre / sin madurar” (p. 18).
Pero lo cósmico se hace próximo en la referencia al entorno mendocino, patente en la descripción del “desierto”: “piel de arena / […] piedra, roca eterna / en la inmensidad de la montaña” (p. 20) y también en la mención del “hermano ancestral”, el huarpe y su arraigo antiguo en esta tierra: “Tus huellas milenarias / ya eran raíces profundas / prendidas a la piel fresca / de América” (p. 21).
No faltan poemas de un tono más intimista, como los que evocan “aquellos pueblos de / mi tierra / que han quedado en el olvido”, en los que “la historia de los viejos / va desandando recuerdos / y alguna lágrima huérfana / continúa anidándose al pasado” (p. 31). En ellos la vida se remansa y se eterniza en el abandono. En la clara voluntad constructiva que exhibe el poemario, a través de estos pueblos se contrapone, en una suerte de reformulación de viejos tópicos literarios, la tranquila vida campesina a la vacua y agitada vida de las ciudades, presentadas metonímicamente por algunos de sus elementos más característicos: “El asfalto / seca su garganta / ausente de pastos silvestres, / soporta en su piel sucia / tanta indiferencia contenida” (36).
Este breve poemario, tan compacto en su temática, es bastante unitario también en la factura de los poemas; en ellos la predominancia de versos de arte menor les confiere una andadura ágil, cercana a lo popular, pero sin una sujeción rigurosa a metros ni esquemas de rima. En cuanto al lenguaje poético, el tono por momentos desgarrado no desdice la búsqueda estética, presente en el empleo de recursos tales como la metonimia, la personificación, la antítesis y, sobre todo, algunas imágenes plenamente logradas, por ejemplo la que presenta a los sujetos de su canto como “Peregrinos de un pan lejano” o la que presenta los pensamientos como “pequeños relojes de arena”.