Contemplar la degradación de una vida que se trastoca, admitir el pasmo que esto provoca y retratarlo en palabras. Sobre eso, entre otras cosas, habla la poesía del estadounidense Paul Auster (1947-2024), un autor que puede considerarse uno de los novelistas más exitosos, respetados y populares de los últimos 40 años y que falleció este martes. Merced a magistrales novelas como El Palacio de la Luna, Leviatán o El libro de las ilusiones, el autor ha sabido hechizar a los lectores con historias en las que los hechos narrados parecen parte de una comedia absurda de Beckett, pero que poseen una consistencia tan palpable que resultan, si se quiere, aún más contundentes.
Antes de convertirse en ese gran narrador que indiscutiblemente fue, Auster trajinó el ensayo y la poesía, a los que consideraba claramente como “cimientos” de su obra posterior, anclajes a los que (al menos no públicamente) parece no haber regresado, especialmente si de la lírica hablamos.
A diferencia de otros autores, cuyas incursiones poéticas son ocasionales y hasta caprichosas, Auster en cambio escribió una poesía de enorme fuerza, en la que se muestra un constante escarbar por la ontología de las palabras y del silencio, pero también en la que el sujeto que habla (el famoso “yo lírico”) se muestra siempre resignado a algo que ha sucedido y ante lo que no tiene otra opción más que pronunciarse.
“Pronunciar”, en suma, quizás sea el verbo clave en su poesía, que incluye los títulos Unearth (1974), Wall Writing (1976), Fragments from the Cold (1977) y Facing the Music (1980), además de algunas ediciones que recolectan o antologan su obra. En español, entre las primeras traducciones están las del académico Américo Cristófalo para la revista Diario de Poesía (invierno de 1992) y luego las muy difundidas del español Jordi Doce, que primero aparecieron en un volumen antológico bajo el título Desapariciones (Pre-Textos, 1996), y que luego se reprodujeron también en la reunión selecta de poemas y ensayos Pista de despegue (Anagrama, 1998). En 2012, finalmente, aparecería por Seix Barral la Poesía completa, de Auster, también traducida por Doce.
Mi encuentro con Auster se dio, justamente, durante los años 90, y –a diferencia de la mayoría de sus lectores– fue a través de sus poemas. El salto a su narrativa consolidó mi admiración por este autor estadounidense (a quien pude apreciar con sus dotes de orador en vivo, en la Feria del Libro de Buenos Aires de 2014) y ese conjunto de lecturas me animó a acometer mis propias traducciones, que están entre las primeras que hice de poesía. Así fue que entre julio y agosto de 1998 traduje poco más de 30 poemas de Auster, todo lo que pude conseguir en su idioma original en tiempos en los que no era tan sencillo como ahora. De esa treintena de poemas, aquí hay una brevísima selección.
Dos poemas de Paul Auster
Traducción: Fernando G. Toledo
Noches blancas
Nadie aquí,
y el cuerpo dice: lo que sea dicho
no es para ser dicho. Pero nadie
es además un cuerpo, y lo que el cuerpo dice
nadie lo oye
excepto tú.
Nevada y noche. La repetición
de un asesinato
entre los árboles. La pluma
se mueve a través de la tierra: ya no sabe
qué ocurrirá, y la mano que la sostiene
ha desaparecido.
No obstante, escribe.
Escribe: en el principio,
entre los árboles, un cuerpo vino caminando
desde la noche. Escribe:
la blancura del cuerpo
es el color de la tierra. Es tierra,
y la tierra escribe: cada cosa
es el color del silencio.
Ya no estoy más aquí. Nunca he dicho
lo que dices
que he dicho. Y cada noche,
desde el silencio de los árboles, sabes
que mi voz
viene caminando hacia ti.
Autobiografía del ojo
Cosas invisibles, arraigadas en el frío,
y creciendo hacia esta luz
que desaparece
en cada cosa
que ilumina. Nada acaba. La hora
vuelve al comienzo
de la hora en que respiramos: como si
allí nada fuéramos. Como si yo no pudiera ver
nada
que no sea lo que es.
En el límite del verano
y su calor: cielo azul, colina púrpura.
La distancia que sobrevive.
Una casa, construida de aire, y el flujo
del aire en el aire.
Como esas piedras
que se deshacen y mezclan con la tierra.
Como el sonido de mi voz
en tu boca.
De La escritura del muro (1976)