La lógica del escorpión y la crítica: tribulaciones sobre un Charly que desarma y sangra

A una semana de editado el último disco de Charly García, resulta interesante no sólo seguir sopesando su aporte musical, sino también las reacciones que despertó su publicación.

La lógica del escorpión y la crítica: tribulaciones sobre un Charly que desarma y sangra
Charly García lanzó "La lógica del escorpión" el 11 de septiembre y batió récords. (Gentileza Nora Lezano)

En un análisis «al vuelo» sobre La lógica del escorpión, último disco de Charly García, advertía hace unos días cuán necesario es, para todo abordaje de una obra como esta —especialmente como esta— considerar muchos aspectos coyunturales, porque uno no puede acercarse a una obra artística de manera «exenta». Yo utilizaba, por cómoda ambigüedad conceptual, el término «contexto». Puesto en el lugar de quien leyera eso, sería lícito objetar que era una perogrullada, ya que jamás ha sido posible la llegada a una obra (o la llegada de la obra a uno) sin contexto, pues cada oyente, cada espectador, cada lector, está inserto en un ecosistema cultural propio del que resulta imposible escapar. Claro que sí.

Sin embargo, para Charly García, para este disco de Charly García, para este disco publicado en 2024 por Charly García, para un oyente de este disco publicado a esta altura de los tiempos por Charly García, el contexto debe ponerse como prólogo de lectura obligatoria.

Podrías entender

Salgamos, si no, del contexto, para entenderlo mejor. Imaginemos que nosotros naciéramos dentro de 20 años y en un país que no fuera este, pero que (atraídos por cierto afán musicológico) se nos ocurriera indagar en cómo sonaba la música rock argentina entre un arco de medio siglo tensado, digamos, entre 1974 y 2024. Y que llegásemos a un rosario de obras musicales hilvanadas por el genio de un artista particular llamado, justamente, Charly García. Bien: ese contexto resultaría en una audición muy distinta a la actual, con tantas ventajas como problemas.

Entre los primeros (las ventajas), está que podríamos poner el foco en la carnadura y potencia estrictamente musicales de cada una de esas obras, sin olvidar el tiempo en que fueron realizadas, pero despojándonos de muchos aspectos accesorios a eso que suena, que dice, que avanza, que funciona a través de la música. Entre las desventajas, pues, no tendríamos la conexión emocional con ese artista, esa cercanía, esa relación personal que sí tuvieron sus contemporáneos y coterráneos, que les permitía hacer de la escucha de las mismas obras algo más que una experiencia musical.

Hoy, los que escuchamos La lógica del escorpión y conocemos más o menos exhaustivamente la obra de su autor —ese arco de medio siglo que abordarían los oyentes del futuro—, somos los contemporáneos de Charly y no podemos poner el disco sin anteponer infinidad de cuestiones. Que es un disco sacado con enorme esfuerzo, que Charly apenas puede cantar, que está lejos de la capacidad compositiva (al menos, en cantidad) de otros tiempos, y que hace rato es una leyenda, y, como tal, nutrida por fervientes prosélitos que van a custodiar su pureza.

Ese contexto general es el mismo para los incondicionales, para los admiradores críticos, para los seguidores fríos o para los desinteresados en la música de Charly. Sin embargo, cada uno modulará ese contexto de manera diferente, subrayando diferentes aspectos según su postura ante el disco, agregando la parte propia a lo que la obra y sus prolegómenos ya traen.

En la vereda del sol

Para los fanáticos, la propia existencia de La lógica del escorpión hace a su valor y luego de eso, nada es objetable: es una obra maestra sólo por el hecho de haber aparecido con la firma de su autor. Inocente sería creer que los fanáticos viven sólo de ese gozo, el de su relación personal con la obra, puesto que suelen ir más allá, y también vigilar (y castigar, diríase en fórmula foucaultiana) lo que se diga fuera de esa modulación ferviente: todo aquel que se corra de esa sintonía, de esa manera de oír a Charly hoy, será anatema, inepto para entender al genio, infeliz por no pertenecer a esa gloria. ¿Alguien critica que este disco no está a la altura de lo que el maestro supo dar? Seguro es porque lo odia. ¿Alguien objeta la repetición, la escasa novedad? Es porque no saben que el genio puede decir la misma cosa de muchas maneras. ¿Alguien, incluso, se atreve a confesar que le resulta difícil escuchar que alguien que casi no puede cantar intente hacerlo? Esos seguro que gustan más del reguetón y su autotune, se olvidan del Polaco Goyeneche, son rebuscados.

La visión, o escucha, del fanático (y no me refiero sólo al fanático llano e irreflexivo) no necesita mucho más que algunos aciertos para tapar, ellos mismos, aunque sea cerrando los ojos u oídos, cualquier agujero en el cielorraso de la obra. La escucha del fanático hará de todo lo que haga Charly una épica y de cualquiera que se mueva un tris de esa postura, un enemigo. La épica convertirá a un músico hoy canonizado en la víctima de la crítica que, acaso, fue encarnizada en algunos momentos del pasado, pero que hace rato que no es tal. Hubo tiempos en que a Charly se le denostaba todo y otros en los que se le aplaudía todo. Algo así como un vaivén valorativo absurdo marcado por el compás de su bigote bicolor.

De esta manera se ha llegado a hablar de La lógica del escorpión. Imaginemos a fanáticos del sentido contrario, los que denuestan todo lo que haga (¿hay muchos de esos?: no lo creo), pues para ellos todo lo dicho antes funciona a la inversa y el disco, directamente, no debería existir.

Tal vez no haya mayor injusticia para este disco de Charly García en 2024 que adoptar la postura del fanático o la del enconado. No sólo porque en esas escuchas hay mucho más del oyente que del artista (y seguro será, entonces, menos interesante), sino porque justamente este no es un disco que ande por los extremos. Es un disco pulcro y correcto, y forma parte de una «historia», un recorrido vital y artístico, que obliga a oírlo con perspectiva porque, increíblemente, da mucho más de sí de lo que parece.

Charly García acaba de editar su nuevo disco, "La lógica del escorpión".
Charly García acaba de editar su nuevo disco, "La lógica del escorpión".

Volvé a ser animal

En principio, y esto ha sido importante en las mejores obras de Charly García, el sonido es algo impactante. Ha de ser de los discos argentinos que mejor han sonado en toda la historia, por la calidad de la producción, el gusto delicado de los arreglos, los momentos interpretativos en los que la cosa debe pasar a mayores. En este punto, todo lo que ha hecho el guitarrista Fernando Kabusaki en el álbum, así como todos los coros y toda aparición de los invitados está a un nivel superlativo.

Por otra parte, hay grandes momentos, canciones realmente apreciables, sobre todo las verdaderamente nuevas del álbum: son pocas, pero valen mucho. Ahí están El club de los 27, La medicina N°9, Autofemicidio y América. Casi pegadas todas en el álbum: García sabe lo que hace. En un segundo plano de los aciertos, el disco también tiene recuperaciones virtuosas, por la vía de la reversión de temas propios o ajenos. Allí hay que poner, por ejemplo, a Rómpela, a Te recuerdo invierno y al cover de The Byrds a dúo con Fito Páez.

Bancate ese defecto

Pero también hay otros aspectos. La decisión de Charly de cantar a pesar de todo es valiente, especialmente si es cierto que no está demasiado procesada la voz. Sin embargo, es absolutamente lícito discutir es si esa voz está a la altura del mismo preciosismo musical que exhuma todo el disco: ¿o uno está para compensar lo otro? Porque a nadie habría resultado extraño que, a esta altura, y con la voz tan rota, Charly hubiera preferido no cantar, ceder la voz a otros o a nadie. Pero sabemos también que un artista así siempre prefirió hablar en primera persona y que parece más genuinamente de Charly un disco cantado por él que uno que no lo está. Tal dilema lleva a conclusiones opuestas: es tan cierto que esa voz casi agónica pone un sello particular a la grabación, como que en ocasiones opaca la propuesta. La consabida comparación con Goyeneche resulta un facilismo: ese Polaco que ya no tenía la garganta de oro de sus años mozos y cuyos pulmones lo traicionaban, gozaba aun así de una corporalidad brutal en su voz. Todo ese cuerpo es el que no tiene la voz central de este disco. ¿Qué solución hallar a esto? Lo dicho antes: entre despersonalizar el disco con voces ajenas o música instrumental, la elección fue esta voz apenas audible, esta voz que acaricia con una gillette, que incomoda desde su resignación.

Ya metidos en la audición de otras capas del disco, en lo que acarrea por valor simbólico, hay también un dilema irresuelto en otros aspectos. El Charly músico siempre dialogó con sus músicos admirados, en un elenco que podía ir de Gardel a Los Beatles, de Chopin a Piazzolla, de Chick Corea o Weather Report a Genesis y The Police. De todos bebió, a algunos plagió, a todos reverenció, pero siempre pasándolos por su inspirado tamiz, traduciéndolos a su particular genio. Acá no es tan fácil entender que se está aplicando el mismo procedimiento, sino uno muy opuesto: en lugar de construirse a través de su «influencia», Charly parece ocultarse, escudarse, confundirse en otros, a punto tal que en cierto modo se desdibuja, así como su voz con esas notas largas que le resulta imposible sostener. No sería sencillo asegurar si, con eso, García es menos genuino: al contrario, acaso sea esta una forma de quitar el revoque de su edificio y mostrar las estructuras. Si, en la apertura de un disco sublime, Charly antes cantaba «No tengo máscara, no tengo disfraz / Ni señales para guiarme», parece que ha llegado la hora de las máscaras.

Los sobrevivientes

Casi al mismo tiempo en el que una leyenda como Charly García daba a luz, a los 72 años, su nuevo disco, otra leyenda, no menos gigante, hizo lo propio, a los 78 años. David Gilmour, el ex Pink Floyd, trajo a nuestros oídos Luck and Strange. Son nueve canciones nuevas, a cuál más bella, en las que el guitarrista se atreve a no deberle nada a los que esperan un nuevo disco de su banda emblema. Gilmour también se anima a darse nuevos gustos, a innovar, si se quiere. No consigue un disco tan bueno como On an Island, tal vez, pero sí uno mucho mejor que sus dos primeros álbumes solistas y que el que precedió a este.

Sería injusto (¿lo sería?) comparar a ambos artistas, a pesar de que tienen puntos en común: García y Gilmour (G y G) son Grandes entre los Grandes, parte importante de la vida de muchos, ancianos que siguen cantando. El modo de andar el camino de cada uno fue diferente, y eso hace que hoy Gilmour pueda cantar como hace 60 años, seguir componiendo como antaño y tocar la guitarra como casi nadie en el mundo. Sería injusto compararlos y no lo sería tanto, porque está claro que el ex Floyd parece más en plenitud física y hasta artística que el ex Seru, pero, por contrapartida, esto agiganta la figura del autor de Clics modernos. Porque, aun sin traer nuevas obras maestras, Charly nos pide que crucemos el río con él, como tantas veces lo hicimos. Puesto que ya dio lo mejor de sí, sentimos que se lo debemos. Viejo, cansado, roto y descosido, Charly sigue siendo ese escorpión al que dejamos trepar a nuestra espalda tan solo porque su veneno es uno tan potente que envenena para siempre.

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