“La catedral” de Samuel Sánchez de Bustamente - Parte 6

Marta Castellino nos ofrece la sexta columna dedicada a la novela escrita por este mendocino, que, según hipótesis de la autora, se inspira en la Catedral de La Plata.

“La catedral” de Samuel Sánchez de Bustamente - Parte 6
La Catedral de La Plata.

¿Qué es la alquimia para el hombre, sino […] la busca y el despertar de la Vida secretamente adormecida bajo la gruesa envoltura del ser y la ruda corteza de las cosas? En los dos planos universales, donde se asientan juntos la materia y el espíritu, existe un progreso absoluto que consiste en una purificación permanente, hasta la perfección última” (34).

Fulcanelli. “El misterio de las catedrales” (1974).

En notas anteriores, me he referido a varios aspectos de la novela de Samuel Sánchez de Bustamante, publicada en 1980: “La Catedral”, cuya lectura me sugirió múltiples posibilidades de abordaje, algunas de la cuales ya he desarrollado.

Ahora, no podemos menos de mencionar la atmósfera pitagórica que impregna ciertos capítulos, por ejemplo, el titulado “Las claves logarítmicas”. Y esto es totalmente congruente con la idea que la arquitectura cobra en el texto, como saber transmitido desde tiempos inmemoriales: “Los planos de la Catedral no se hacen, ingeniero. Vienen desde el fondo remoto de los tiempos. Nadie sabe quién los piensa y, tampoco se sabe a ciencia cierta quién dirige las obras” (p. 110).

El gran logro arquitectónico de la Edad Media fue la edificación de catedrales, cuyo diseño se basaba principalmente en la geometría: con la única ayuda de figuras geométricas simples, como el círculo, el cuadrado y el triángulo, los constructores eran capaces de edificar los edificios más complejos y hermosos. Sin embargo, y a pesar del dominio de esta disciplina que mostraban, la base de dicho conocimiento no era un logro propio, sino que procedía de la más remota antigüedad, principalmente de la denominada “Escuela Pitagórica”, creada por este sabio de Samos en el siglo VI a.C. y que fundamentaba todas sus enseñanzas en la importancia del número, al que se atribuía un valor simbólico y místico.

Por ello, el narrador describe en estos términos los planos recibidos para la construcción de la catedral: “Evidentemente, era un lenguaje gráfico más que un plano convencional como los que había estudiado en arquitectura […]. Eran como apuntes de logaritmos distribuidos caprichosamente, al parecer, sobre la superficie del papel” (106).

En la novela, los responsables directos de la plasmación de la obra sobre el terreno, “Llevaban sus aparatos de medir, cintas de acero en grandes tambores negros, teodolitos y largas reglas numeradas, ayudados por peones que habían llegado de no sabía dónde… Dijeron que traían un punto de referencia desde… Y aquel ‘punto de referencia’ se había transformado en un mito por el que parecía necesario prender una lamparita votiva. O una vela como si fuera una imagen sagrada” (p. 19).

El que conduce a la edificación de estos edificios es, entonces, un conocimiento en cierto modo esotérico: “Los constructores de la Edad Media habían heredado la fe y la modestia. Artífices anónimos de verdaderas obras maestras, edificaron para la Verdad, para la afirmación de su ideal, para la propagación y el ennoblecimiento de su ciencia” (p. 100).

El narrador analoga la Catedral en construcción con un “crómlech”, como sitio propicio a similar experiencia mística: “nacer a la experiencia y a la muerte, que era una manera de nacer con la experiencia de la vida” (p. 131), en ese “‘recinto’ armado en mi mente por la imagen excitante de estos megalitos de argamasa que eran las murallas inconclusas que me rodeaban. Y, en el instante de hacerlo, sentí por primera vez un impulso de amor por nuestra Catedral” (p. 132).

Cabe aclarar que un crómlech es un tipo de arquitectura prehistórica realizada mediante la agrupación de piedras formando círculos concéntricos, en torno a enormes menhires. Se han encontrado importantes construcciones de este tipo por toda Europa, pero las de Stonehenge (mencionadas expresamente por el protagonista de “La Catedral”) son de las más impresionantes no solo por su extensión, que ocupa varios cientos de hectáreas, sino también por su complejidad constructiva. La función de este conjunto de piedras está relacionada con el movimiento del sol durante los solsticios, pero además el lugar donde se sitúa Stonehenge tiene un evidente carácter funerario puesto que se han descubierto numerosas tumbas en sus alrededores (cf. https://enclasedehistoria.wordpress.com/2015/08/02/cromlech-de-stonehenge/).

Esa atmósfera mística que instaura el texto se corresponde con la idea, explayada en el capítulo “La magia del recinto”, de una edificación “sonora” del templo, que sigue los acordes del “Mesiah” de Haendel, mientras el protagonista, su esposa y su hijo van ascendiendo en pos del agua del pozo-fuente que oficiará como pila bautismal.

Y aquí también cabe una referencia a Pitágoras, en tanto este sostenía que la música tenía propiedades curativas. Así, ciertas melodías apaciguaban pasiones inapropiadas y conseguían la armonía del alma, y, por lo tanto, del cuerpo. De aquí surgió una interpretación del universo en torno a la música y las matemáticas: la teoría denominada la “armonía de las esferas”. Para la escuela pitagórica, el espaciado interestelar se correspondía con relaciones musicalmente armoniosas.

Así, al conjuro de la música, sobre esos cimientos inconclusos el protagonista ve crecer “las murallas con sus entrepaños de vitrales multicolores, transparentes, entre los bosques de las nervaduras ascendentes que en lo alto se iban inclinando unas sobre otras y contra sus pares opuestas al nivel del cielo de la nave, en una dicotomía plural, como las ramazones de los árboles que entrecruzan sus dedos verdes en el misterio de las frondas” (p. 139).

Es decir, la plana concreción del edificio, tal como podemos admirarlo hoy, siempre siguiendo la hipótesis de que se trata de la catedral de La Plata.

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