“Así pasan mis horas, hundido en la taberna / buscando la esperanza que el mundo me negó, / tras la fugaz silueta de una visión eterna, / con que marcó mi vida, la mano del Señor”.
Julio Quintanilla. “Desde el abismo” (Vals).
El pasado 23 de mayo se celebró en Mendoza el “Día del Compadre”, en rememoración del natalicio de ese gran cultor de nuestra música tradicional que fue Félix Dardo Palorma, a quien ya me he referido en anteriores oportunidades. Por eso, y a propósito de esta celebración tan cuyana, quiero recordar hoy a otra figura singular dentro del panorama de las letras en nuestra provincia: Julio Quintanilla, a quien debemos también inolvidables letras de canciones folklóricas.
Los comentarios acerca de su persona nos hablan de un bohemio que le cantó a la Mendoza de las primeras décadas del siglo XX, dotado de un fino y agudo temperamento artístico. Nutrió nuestro cancionero vernáculo, ya que para él lo fundamental “era cantar y hacer cantar en renovadas producciones a su raza, a sus gauchos, a sus héroes”.
Es notable el retrato que del poeta nos ofrece Jesús González Lemos, cuando evoca: “La figura magra y alargada, la faz terrosa, los ojos espejados de alboradas de todos los amaneceres de cerros encendidos”. En cuanto a su vestimenta, “Su traje siempre negro, su alba camisa, su lacia, renegrida e indígena melena, su amplio chambergo, y su moña voladora, singularizaban su paso por todas las barriadas de Poeta del Pueblo. […] Quienes no lo conocían, al verlo pasar intuían que habían conocido a alguien, es decir a un hombre importante, que en vano trataba de refugiarse y esconderse en su modestia; porque el poeta, hasta el día de su desaparición, gozó de una popularidad que no buscó” (González Lemos, en Burmaz, M [s.f.]. Así era Julio Quintanilla; A través de su pluma, sus poesías. Ed. del autor., p. 1).
Fue poeta, escritor y periodista, y -siempre según Jesús González Lemos (1962)- “No se lo puede colocar en el casillero de los poetas que dejaron obra definitiva. Bohemio imperturbable, tampoco se propuso realizarla. Sin embargo, de haberse preocupado por reunir los centenares de páginas que surgían como vertiente fresca y cristalina […] varios volúmenes habrían salido de las prensas” (“El bohemio Julio Quintanilla”, en Andina; Revista de difusión literaria y musical, 1 de abril).
Quintanilla había nacido 25 de setiembre de 1898, en el departamento de Belgrano (actualmente Godoy Cruz). Era hijo de Emilia Quintanilla Orozco y según se rumoreaba, de José Néstor Lencinas. Creció en el seno de una modesta familia; fue alumno del colegio Santo Tomás de Aquino y -según afirma Gregorio Torcetta- desde niño se destacó por sus inquietudes literarias” (Torcetta, G. “El mítico poeta de nuestras tradiciones”, en La Melesca. Disponible en https://www.lamelesca.com.ar/2016/09/17/julio-quintanilla/.).
“Es posible que esa educación en el colegio religioso, sumado a su natural inclinación hacia las expresiones del espíritu, hayan despertado en nuestro poeta el deseo no contenido de divulgar y enseñar la religión católica, apostólica, romana” (Milodar Burmaz). Por su parte, Casnati opina que “la piedad de las aulas elaboró un ser melancólico, ensimismado, libre, orgulloso en el mejor sentido” (“Julio Quintanilla: de poesía y ‘mendocinidad’”, en Los Andes, 8 de junio de 1991).
En 1927, con 28 años, se casó con María Argüelles, de 20, madre de su única hija: Margarita Elda, nacida al año siguiente de su enlace. Pasó algún tiempo internado por “demencia”, dolencia que nunca se comprobó, y recibió asilo en la casa de la familia Burmaz. Gregorio Torcetta se refiere a tal situación: “El último tiempo de su vida fue sumamente penoso. Enfermo, pobre y casi olvidado, debió soportar humillaciones como la de ser internado en un sanatorio particular, por una presunta demencia que nunca llegó a constatarse. Jamás renunció a sus valores”. En realidad, padecía una profunda depresión.
Y continúa relatando Torcetta: “Sobrellevó su pobreza con dignidad y tan libre como los pájaros a los que cantó. Residía en nuestra ciudad, en Emilio Civit 259 hasta donde llegaban a visitarlo uno que otro amigo”.
En 1949 la salud de Julio desmejoró. En abril del año siguiente cayó en cama. No quería comer. Burmaz relata que su hermana Rosa le recomendó colocarse unas inyecciones y él le respondió: “Mi cuerpo está sano, lo que tengo enferma es el alma. Yo le tengo asco a la vida, yo tengo mi espíritu enfermo; el alma hecha pedazos, lo único que quiero es morir”.
Un fragmento de su vals “Desde el abismo” tal vez resuma el sentimiento del poeta frente a la vida: “Hoy ladran a mi paso, los perros vagabundos / y silban angustiados los vientos que se van / y todos los dolores que acumulara el mundo / parece que dormidos, sobre mi alma están”.
Quintanilla falleció el 3 de mayo de 1950. Fue sepultado pobremente: “Un muy reducido cortejo acompañó sus restos hasta el cementerio de la Capital. No hubo honores ni palabras de despedida. Se llevó el silencio respetuoso de aquellos que lo conocieron y admiraron. El mismo silencio de las montañas que había poetizado” (Torcetta). Su amigo González Lemos, periodista y batallador de las tradiciones, que llegó a ser elegido diputado provincial, fue quien evitó, el día del sepelio de los restos de Julio Quintanilla, que fueran arrojados a la fosa común y el que impulsó la idea de que fueran trasladados al panteón del Círculo de Periodistas, donde reposan actualmente
Según recuerda su entrañable amigo Milodar Nicolás Burmaz, “Julio Quintanilla era amigo de las reuniones. Muchas de las que organizó se realizaron en mi casa, cualquier motivo era suficiente: solo había que acompañarlo con asado, empanadas o una buena cazuela: vino del tinto y del blanco”.
En una de esas reuniones con gente dedicada a la difusión de nuestro folklore, Quintanilla improvisó unas líneas de afecto y reconocimiento a ese querido hogar, y todos los presentes firmaron, entre ellos Hilario Cuadros: “En una hora en que las estrellas tenían más brillo, más azulidad la noche de la tierra y más fuego el corazón y más azul el alma, en una casa en que palpita / el sentir de la tierra mía […]”.
Ese era Julio Quintanilla.