La ménsula de la ideología sería inútil para sopesar el aporte crítico de Juan José Sebreli a la filosofía argentina. El péndulo ideológico en que se movió, las “causas” diversas y a veces contradictorias (y muchas claramente discutibles) que pudo haber asumido a lo largo de su trayectoria vital, podrían marear a más de uno. Juzgarlo a partir de si fue marxista, anarquista, macrista o liberal de izquierda, en diversos momentos de su pensamiento, tal vez sea tema para sus biógrafos o exégetas especializados.
Tal vez, en cambio, lo que resulte más fértil sea ponderar algunas de sus mejores contribuciones al pensamiento en nuestro país, sobre todo entre sus libros. Cierto es que su obra puede ir, también, desde aquella célebre traducción del vietnamita Tran-Duc-Thao (El materialismo de Hegel) hasta ese libro urgente y pandémico llamado Desobediencia civil y libertad responsable, pero un ejercicio apenas más profundo nos llevaría a lo que fue, quizá, su plenitud como autor y filósofo, en un momento en que promediaba su vida. Y, en este sentido, podemos quedarnos con uno de sus libros más emblemáticos y el que quizá mayor vigencia tiene desde su publicación.
Hablamos de El asedio a la modernidad (1991, Editorial Sudamericana), un ensayo de casi 350 páginas concebido como una “crítica al relativismo cultural”, que fue un verdadero best seller en su momento, y gozó de numerosas reediciones.
Lo más importante de esa obra es que bien podría ser editada hoy en día y funcionaría con el mismo carácter demoledor con la que aparecía 33 años atrás. Detectaba por ese entonces Sebreli, como verdadero cáncer intelectual ya instalado en su época, el apogeo de movimientos e ideologías que siguen funcionando con el mismo carácter disolvente de entonces, al amparo de nombres como Foucault, Derrida, la teología de la liberación y los posmodernos: el relativismo cultural, el indigenismo, el orientalismo. Como escribía en el prólogo de entonces: “El ‘espíritu del tiempo’ intelectual de las últimas décadas se define por el abandono de la sociedad occidental de todo lo que significaron sus rasgos distintivos: el racionalismo, la creencia en la ciencia y la técnica, la idea de progreso y modernidad”.
Claro que El asedio a la modernidad no puede ser asumido “en bloque”, como si no hubiera allí puntos a discutir, pero sin dudas en lo que sí da en el blanco es en cómo ese relativismo, ese posmodernismo que Sebreli buscaba demoler, sigue funcionando hoy con ideologías diversas (progresismo woke, feminismo radical, latinoamericanismo). Leer a ese Sebreli quizás podría convertirse en un buen antídoto contra el irracionalismo.