Mi propósito hoy es unir la imagen de dos escritores mendocinos: uno de ellos nacido a fines del siglo XVIII (más precisamente, el 12 de julio de 1793) y que merece con justicia ser considerado el primer poeta nacido en nuestras tierras. Me estoy refiriendo a Juan Gualberto Godoy, cuya vida constituye en sí casi una pieza literaria y cuya obra se conoce solo parcialmente, a través de la publicación, en 1889, de un tomo de sus Poesías.
El otro, Manuel Lugones, nacido en las postrimerías del siglo XIX, en 1889 (curiosa coincidencia con la fecha de edición de la obra de Godoy) y fallecido –también en Mendoza– en 1954, es también una figura de relevancia en el panorama cultural mendocino: poeta –autor de unos Poemas medievales (1930)–, historiador y periodista, que colaboró en Los Andes y participó en la publicación de varias publicaciones periódicas, entre otras, la revista Égloga, creada y dirigida por Américo Calí. Precisamente en el n° 3, de marzo de 1945, publicó Lugones una sentida evocación de Juan Gualberto Godoy, titulada Un atardecer de 1830.
Este texto resulta interesante, porque además de exhibir ciertas marcas del estilo de Lugones, que se inscriben –al decir de los críticos– en los cánones señalados por Darío, Leopoldo Lugones y Julio Herrera y Reissig, recrea, para ubicar la figura del poeta, una imagen entrañable y cotidiana de la Mendoza antigua, reconstruida con la pericia del historiador que también fue, eminentemente, Manuel Lugones.
La biografía de Godoy se va reconstruyendo también a partir de alusiones significativas a su vida y a su obra: “Esta es la calle de San Nicolás. Tenemos que ir al centro de la ciudad, a la tienda de don Salvador Civit. Posiblemente allí hemos de encontrar al amigo que queremos volver a encontrar; al amigo aquel que se lo llevó el huracán y que ha vuelto”. En este caso, la referencia apunta por igual a los sucesivos exilios que jalonan la vida de Godoy, por sus ideas políticas unitarias, y a uno de los múltiples periódicos –El Huracán– que durante su vida creó y sostuvo con su verba fecunda de poeta inspirado.
En efecto, el 22 de abril de 1827, Juan Gualberto Godoy da a luz el primer número de esta publicación periódica, con el lema: “Una atmósfera cargada de miasmas, sólo la tempestad la bonifica”; con él se iniciaba el periodismo de lucha “donde todas las armas eran buenas”.
Muchos de los materiales de El Huracán están redactados en verso; el periódico incluye una galería de retratos de personajes reales, y esto motiva que el gobernador Juan Corvalán y su ministro Gabino García firmen un decreto el 22 de mayo de 1827, clausurando la publicación porque desacreditaba escandalosamente el “uso útil” que debe hacerse de la prensa en todo “país culto y civilizado” (cf. Torcetta, G., “Un mendocino de leyenda”. En la revista digital https://www.lamelesca.com.ar/un-mendocino-de-leyenda/).
La evocación del personaje que realiza Lugones se va entretejiendo, como dije, con la evocación de esa Mendoza aldeana que se desperezaba con los albores del siglo XIX, en la que “la vida era más uniforme” y se nacía y moría en una misma casa familiar, “bajo los amplios corredores de la casa solariega”. Modorra sacudida primero por “el turbión revolucionario” y luego por las luchas fratricidas: “Y el odio, ese odio no extinguido de unitarios y federales [que] había abierto abismos casi tan insalvables como la muerte… El huracán, Juan Gualberto, el huracán…” (Lugones, 1945 [s. p.]).
El historiador trata de incursionar en el interior de su personaje, que “Ha vivido mucho. Ha visto mucho. Y en ese turbión de la anarquía ya no le queda ni siquiera el consuelo de una esperanza […] La muerte ha pasado a su lado […]; el terror se ha cernido sobre la ciudad” (Lugones, 1945 [s. p.]). Y en su discurrir, las páginas de Lugones hilvanan el presente de la evocación (15 de octubre de 1830), en ese almacén de don Salvador Civit en que Godoy escribe, “acodado familiarmente sobre el mostrador”, con esa su caligrafía que “es siempre hermosa y clara”, y otros hitos significativos en la vida del personaje.
Lugones se hace aquí eco de la ¿leyenda? que identifica a Juan Gualberto Godoy con el legendario Juan sin Ropa, el forastero, que derrotó al Santos Vega evocado por Rafael Obligado en el poema homónimo (incluido en Rimas, 1885): “Vívida, con la frescura del recuerdo reciente, vuelven a su memoria el cortejo de los días vagabundos de Dolores y del Tuyú, después del huracán. Allí, en las pulperías de campaña, detrás del mostrador resguardado por la reja protectora, Juan Gualberto vendía, junto con la caña criolla […] la copla nativa con su letra de pendolista y aprendida de memoria para ser cantada bajo la claridad sin luz de estrellas en las noches infinitas de las pampas” (Lugones, 1945 [s. p.]).
Y la pregunta que anuda lo verídico con lo hipotético: “¿De aquel pulpero mendocino del Tuyú nació acaso, como insinúa Ricardo Rojas, la leyenda de Santos Vega, cuyano según la tradición? Acaso el espíritu de nuestro poeta encarnó en la figura del gaucho cantor” (Lugones, 1945 [s. p.]).
Cierta o no tal suposición, lo que Lugones afirma es la documentada maestría de Juan Gualberto Godoy para la improvisación gauchesca, para la rima popular, puesta de manifiesto, por ejemplo, en ese poema que podría ser el más antiguo antecedente de nuestra gauchesca: el poema conocido como El Corro, rescatado por Félix Weinberg en 1970, en su ensayo titulado Juan Gualberto Godoy: literatura y política. Poesía popular y poesía gauchesca. A su lírica culta me he referido con anterioridad, en varias notas publicadas en Los Andes.
Valga este recuerdo, en que se anudan dos voces, la de Godoy y Lugones, como un homenaje a todos los poetas mendocinos, a través de este casi olvidado precursor, poco más o menos que un fantasma. Para decirlo con palabras del historiador-poeta: “Juan Gualberto, en la penumbra de este atardecer de 1830, que nos envuelve también a nosotros, los poetas de hoy, tenemos no sé por qué, la intuición de que tu alma vaga todavía, sin nombre, por las llanuras nativas” (Lugones, 1945, [s. p.]).