“Tienes la cara de un poeta en el desierto /Ojos cavernas / ríos evaporados / Mirada que no tiene límites [...] / Como un huracán / llevas un cuaderno / notas espantapájaros / jugo de cactus [...] /Tu pensamiento dispara relojes de arena”
Adelina Lo Bue. “Poeta del desierto”.
Inevitablemente, al llegar el 5 de diciembre no podemos menos de recordar a una de las figuras más destacadas de la cultura mendocina: Juan Draghi Lucero, nacido ese día, allá por 1895, en Los Nogales (Provincia de Santa Fe). El haber nacido fuera de Mendoza fue, en cierto modo, un accidente, ya que, según su propio testimonio, su padre, “Aquiles, un italiano de Módena, que era mecánico y dibujante, se había trasladado hacia esa zona triguera para ocuparse de la puesta a punto de unas trilladoras para la cosecha. Yo nací allí por casualidad, ya que mi madre, Ascensión Lucero, viajó con él, pero fui inscripto en el registro civil de Luján de Cuyo [...] por eso me considero mendocino como el que más” (La Nación, 1993).
No hace falta nada más para afirmar su pertenencia a este suelo, al que amó y al que dedicó todos sus afanes, a través de los diversos oficios y vocaciones que exhibió a lo largo de su vida. En otras ocasiones nos hemos referido a sus afanes historicistas, que lo llevaron a participar en la creación de la Junta de Estudios Históricos de Mendoza; su labor de folklorólogo y recopilador de cantares populares, plasmada en el monumental “Cancionero Popular Cuyano”; su admirable recreación de relatos tradicionales que alumbró una de las obras capitales de las letras mendocinas, como es “Las mil y una noches argentinas”; su tarea de cronista de una Mendoza en agudo trance de modificación, llevada a cabo en colecciones de relatos breves, tales como “Cuentos mendocinos” o “El hachador de Altos Limpios”; su rescate de elementos culturales en vías de extinción, a través de las páginas de la novela “La cabra de plata”…
Hay, empero, otro sector de su obra literaria menos conocido, que resulta un digno complemento de su narrativa y puede relacionarse con su tarea de copilador de cantares tradicionales: el itinerario poético que discurre en paralelo a sus otros quehaceres, expresando similares afanes. En efecto, ya con la publicación de “Novenario cuyano”, en 1935, Draghi se inscribe en la corriente del nativismo comarcano, de clara raíz folklórica: “A mí me ayudó mucho Juan Alfonso Carrizo, con su ‘Cancionero del Norte’, que hizo una obra maravillosa al salvar el folklore de Salta, Catamarca, La Rioja, etc. Además, mi tendencia natural y mi familia me llevaban a eso”. “Eso” es, pues, la vertiente folklórica en que nuestro escritor encontrará inspiración y cauce expresivo.
En una entrevista realizada para el diario Mendoza, el periodista llama a nuestro autor “el poeta de las tierras de la sed”, contraponiéndolo a Armando Tejada Gómez, al que considera “representante de la civilización del riego”, símbolos ambos de esa Mendoza bifronte a la que en repetidas ocasiones alude Draghi (Gabrielli, 1985). En efecto, es la entraña árida de la tierra cuyana la que alienta en toda la producción de Juan Draghi Lucero, desde sus primeros libros, en una continuidad de motivos pero por sobre todo, de actitud estética.
Draghi ha escrito varios libros de poemas: “Sueños” (1930); “Novenario cuyano” (1935); “Al pie de la serranía” (1966) y una “Antología Poética” (1990) que recoge algunas composiciones publicadas en colecciones anteriores y agrega otras. Además, según testimonio de su esposa Yolanda, existe un poemario inédito, titulado “Andinidad”, seguramente continuación del espíritu que anima la sección del mismo nombre contenida en la “Antología poética”.
Respecto de su labor como poeta, el mismo Draghi declara “Siempre mis versos son de carácter nativista, no puedo salirme de ese molde...”. En efecto, ya desde su primer poemario se revela la preferencia por un determinado núcleo temático y un determinado tono expresivo, que el autor acendraría después. Con el primer poemario se anuncia ya el Draghi de la obra posterior en la persistencia de ciertos motivos: la Cordillera preside el paisaje y da vida a los ríos y a los vientos comarcanos. Hay una permanente animización de esos elementos naturales, que para el poeta sensible al lenguaje del terruño son seres vivos y actuantes; así por ejemplo el Zonda, el más cabal representante de estas “tierras de la sed”: “Abre las puertas del valle / resollando, embravecido... / -¡Huiha...! ¡Huiha...! - Brama. / Es criollo; / arriero de cielos encendidos... / ... Su lengua grande / lame los manantiales... / Tiene sed... / Sed de todos los fríos, de todas las aguas. / Lame. Mordisquea / las nieves del Ande” (1935, p.59).
La esencia del paisaje se completa con los animales, fundamentalmente las aves (como la palomita que huye del gavilán y quiere hacer nido), y el hombre que lo habita. Es éste, en general, el mestizo: ser en permanente desasosiego, como hijo de dos sangres contrarias; así en el poema “Criollo”: “Por las tierras de porfías / yo, el mezclado, voy llevando / un corazón compartido / en los desandados pasos...” (1935, p. 39).
No se puede hablar, en rigor, de una compacta uniformidad de estilo: junto a poemas que son sencillos cantos a la naturaleza, hay otros (los más) escritos en un lenguaje abierto a mil sugerencias; imprecisión y ambigüedad que alientan el clima de hechicería y de misterio propicio a la creación de leyendas. Con frecuencia se complace Draghi en el manejo de un lenguaje como cifrado, con un cierto esoterismo, por ejemplo en el valor simbólico atribuido a ciertos números y que parece estar dando razón de una sabiduría de tipo mítico, de un bagaje de conocimientos que el no iniciado apenas entrevé a través de la magia del verbo poético.
Otra nota estilística saliente es el gusto por las oposiciones y antítesis, algunas relacionadas con ciertos temas medulares, como el conflicto entre lo hispano y lo aborigen. Hay un sentido de lucha aun en la misma naturaleza, que se refleja en la oposición enconada entre los vientos Norte y Sur (reelaborada luego en un cuento de “Las mil y una noches argentinas”). El alma del poeta se incorpora afectivamente al paisaje y su sentir se expresa a través de frecuentes exclamaciones, interjecciones, reiteraciones, utilización de puntos suspensivos... Finalmente, cabe destacar que, a despecho del valor desparejo de las composiciones (mientras algunos poemas son de un elevado lirismo o derrochan metafórico colorido, otras caen en lo trivial), “Novenario Cuyano” es un libro sumamente digno y valorable en sí y no sólo como anticipo de la producción posterior de Draghi.