Si tuviera que elegir, en mi modesta opinión, al más importante escritor argentino de todas las épocas mencionaría a José Ingenieros. Y creo que no sería el único que lo ubicaría en ese sitial. Cultivó especialmente un género literario: el ensayo.
Así como el novelista es el escritor que crea ficción, inventa, diríamos, para simplificar, el ensayista sólo opina. En los libros de Ingenieros no hay trama, argumento ni acción alguna. Este escritor fue aplaudido y discutido, admirado y criticado. Pero lo seguro es que en su breve vida de sólo 48 años no pasó inadvertido.
Amó la Medicina y se recibió de médico a los 22 años. Se interesó por la política y también por las letras, tanto es así, que escribió más de 20 libros.
Nació en 1877 en Palermo, Italia, como Giuseppe Ingegnieri. Llegó a Buenos Aires a los seis años de edad. Su padre emigró de Italia por ideales opuestos al régimen allí vigente.
El fruto suele caer siempre cerca del tronco. Y ese fruto fue el pequeño José, que tradujo su nombre y que heredó sin duda la fortaleza espiritual y la dignidad insobornable de su padre.
A los 25 años, en 1902, Ingenieros publicó su primer libro, La psicopatología en el arte, donde estudia la psicología de los criminales natos.
Meses después llegó el segundo libro: La simulación en la lucha por la vida, donde escribe que para muchos hombres “saber vivir” es saber “simular”. Enseguida publicó Simulación de la locura. Y a los 36 años surgió de su mente lúcida uno de sus libros más importante y conocidos: El hombre mediocre.
Allí, expresa que la sociedad está dividida en dos partes: los que luchan por un ideal (que siempre ganan, aunque pierdan) y los hipócritas y serviles (que siempre pierden, aunque crean a veces ganar).
Después llegó otro libro fundamental: Las fuerzas morales.
Ingenieros fue un psiquiatra avanzado, un sociólogo eminente y sobre todo, un consagrado e innovador criminalista.
Actuó en política, en el socialismo y fue cofundador del diario que funcionó como un órgano de este partido: La Vanguardia.
Su carrera política tuvo sus vaivenes. A los 25 años se desafilió del socialismo, aunque casi todos sus amigos, como Alfredo Palacios o Juan B. Justo, siguieron perteneciendo a ese partido.
El escritor dedicó gran parte de su vida a la enseñanza y ejerció una poderosa influencia en la juventud de su tiempo. José Ingenieros escribió una vez: “He cursado simultáneamente dos carreras. Por eso adquirí nociones de ciencias médico-biológicas, como médico y también estudié ciencias físico-naturales. Cultivé, ya por placer, las ciencias sociales y me apasioné por las letras”. Era un modo somero de contar que era tan apto para disciplinas muy dispares. Hay que remarcar que muy joven destacó como profesor de Medicina Legal en la Facultad de Medicina de la Universidad de Buenos Aires, entre sus 23 y sus 28 años.
Como suele suceder, su talento y su dignidad le acarrearon no sólo admiración, sino también adversarios. Porque la envidia es un impuesto al éxito.
Él, por sus valores, estaba más alto que sus colegas. Y los que vuelan suelen rozar con sus alas a los que no pueden volar.
Las enemistades no le eran fáciles de soportar. Algunas calumnias lo hirieron y decidió radicarse en Madrid, España. Corría 1911 y él tenía 34 años. Durante tres años permaneció en Europa. Se casó y sus cuatro hijos, tres de ellos mujeres, ayudaron a recuperar su dicha. Así que regresó a la Argentina en 1914.
Fue el año del inicio de la Primera Guerra Mundial. Le costó aceptarla porque él se consideraba un humanista y sabía que en las guerras la crueldad es casi un deber.
El 31 de octubre de 1925, víctima de una meningitis, su vida se apagó y alcanza a decirle a sus hijos, en ese día de despedida: “Vivan con dignidad. Prescindan de todo, pero jamás de la dignidad”.