Con palabras simples pueden expresarse pensamientos profundos. Y nadie mejor para confirmar este aforismo, que esta mezcla de poeta y payador, que fue, Héctor Gagliardi.
Porque si bien muchos miran sin ver, algunos como él, vieron sin mirar.
Y Gagliardi, con una finísima y sutil dosis de observación, supo encontrar lo que todos miramos y no siempre vemos.
Este payador sin guitarra, porteñísimo, del barrio de Constitución, tenía ya 32 años –había nacido en 1909– cuando aún desgranaba sus propios versos, en restaurantes y clubes de barrio.
En una ocasión, lo habían contratado, solamente por un fin de semana, en un modesto restaurante céntrico, ubicado en la cortada Carabelas, en Buenos Aires.
Y la suerte, que suele acompañar a los elegidos, hizo que entre los asistentes de esa noche se encontrase el conductor del más famoso programa radial del momento: Tito Martínez del Box.
Una conocida marca de jabón, auspiciaba los días domingos por Radio Belgrano, una audición escuchada por millones de oyentes. Aclaremos que finalizaba el año 1940 y no teníamos aun televisión.
“Si está de acuerdo, usted comienza el próximo domingo”, le dijo Tito Martínez del Box, el conductor del famoso programa.
Gagliardi asintió con la cabeza. Su emoción le impidió agregar una palabra más. Y las lágrimas –que no siempre expresan dolor- rodaron por sus mejillas.
Y un Día de Reyes debutaba Gagliardi con su mejor y único traje con su Carta a los Reyes Magos. Luego recitó La maestra y Pelota de trapo, que comienza con estos versos célebres: ”Me conoció el empedrado / cubierta por una media / que despreciaba la dueña / por el talón remendado... / Entre diarios arrollados / y un piolín almacenero / me consagró el uno a cero / en un barrio contra barrio. / Tengo alma de cortada / y de baldío a la vez, / me acunó el ‘aurredi-diez’ / entre suelas destrozadas; / y soy de la muchachada / sabiendo que mi final / es un vidrio de arrabal / con la estrella dibujada”.
Durante más de 30 años, no cesó de regalar emociones. Quería que sus oyentes soñaran sus sueños.
Lo apodaron “El Triste”, quizá por esa melancolía que él hacia surgir con sólo revelar las cosas de la vida. Un amor frustrado, el dolor de la injusticia o de la ingratitud, esa ingratitud que el Código Penal olvidó condenar.
Una faceta no muy conocida del poeta fue su afición tanguera. Así puso la letra con música de Aníbal Troilo al tango Medianoche.
Siempre sus temas aludían a la soledad, a las calles de su ciudad, a los recuerdos de su infancia. Y nos decía –con otras palabras– que el dolor infantil tiene todos los ingredientes del dolor adulto.
Su voz era cadenciosa, sugerente, sin artificios.
Hacía pocos días, había festejado los 43 años de su debut en radio Belgrano.
Poco tiempo después –tenía ya 74 años– cuando sintió una especie de cansancio. Pero era un cansancio… de tiempo.
En esa circunstancia lo contrataron de Mar del Plata para varias actuaciones.
“No debe ir”, le dijeron los médicos. Pero así como todo adolescente es un poco poeta, todo poeta es un poco adolescente. Y no obedeció la sugerencia.
Ya en Mar del Plata, presintió muy cercano su fin. ¡Crueldad del tiempo que eterniza poesías, mientras acalla poetas!
Y un caluroso 19 de enero de 1984, este amigo de la vida, nos dejaba para siempre. Posiblemente ya no le importase el morir, porque le estaba pesando el vivir...
Pero Héctor Gagliardi sigue vigente. Y creo que este aforismo lo expresa: “Cuando los verdaderos poetas ya no laten, siguen haciendo latir...”.