Gran Hermano: con el triunfo de Bautista, al final ganaron los buenos

La última edición confirmó que el público termina votando, casi siempre, a los que encarnan alguna virtud ciudadana, y no a los violentos ni a los que tienen ínfulas de divos.

Gran Hermano: con el triunfo de Bautista, al final ganaron los buenos
Bautista es el nuevo campeón de Gran Hermano.

La frase del título la suele repetir uno de los panelistas del programa, Ceferino Reato. En una edición con participantes pirotécnicos y con el protagonismo acaparador de Juliana (Furia) entre ellos, la edición de Gran Hermano que terminó el domingo demostró una vez más algo a lo que nos hemos referido antes: el público que elige termina votando, casi siempre, a los buenos.

No importan otras variables de análisis, como el hecho de quién es más sagaz a la hora de plantear estrategias o quién da más “contenido” al programa con sus actitudes. Eso importa, claro, pero sólo a los productores: al grueso de los votantes que eligen un ganador en un reality show como este, le importa que quien triunfe encarne algunas virtudes ciudadanas con las cuales identificarse. Y entre ellas no pueden estar la violencia, el victimismo, la impostura y el desequilibrio emocional, que es el cóctel que ofreció Furia. Tampoco el arribismo ni el divismo, propios de Emmanuel Vich (quien llegó a la final en parte por el impulso de colgarse del envión de Furia).

A cambio de eso, el triunfador fue Bautista. Alguien que no era ningún negado para las estrategias, aunque, claro, no tan brillante como el líder del grupo que integró dentro de la casa (El Chino). Sin embargo, en momentos el uruguayo hizo jugadas osadas: buscar ser castigado para evitar una movida obligada que comprometería a sus aliados fue una de las más destacadas. En lo demás, mantuvo la nobleza por delante en su juego, intentó no traicionar a nadie, fue firme en los enfrentamientos sin llegar a la agresión. Hasta permitió enamorarse a la vista de todos. Y el público premió eso (con el 52,6% de los votos): en definitiva, porque el público prefiere premiar a aquellos que creen que jugar es jugar sin vilezas. Para que, al menos en un juego y no en la realidad, sean los buenos los que ganen.

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