Aunque 1994 fue un año pródigo para Hollywood, con películas que pasaron a la historia y se convirtieron en clásicos, hubo una cinta que acaparó las miradas, las taquillas llenas y la mayoría de los premios. Se trata de Forrest Gump, la comedia dramática dirigida por Robert Zemeckis (el mismo de Volver al futuro) y llegó a las salas argentinas en julio de ese año.
La película, protagonizada por Tom Hanks (en uno de sus mejores papeles), obtuvo una montaña de premios, entre ellos, los de las categorías más importantes de los Oscar. De hecho, en la ceremonia N.º 67, organizada por la Academia de Artes y Ciencias Cinematográficas de Hollywood el 27 de marzo de 1995, Forrest Gump se alzó con seis estatuillas doradas: Mejor película, Mejor director (Robert Zemeckis), Mejor actor principal (Tom Hanks), Mejor guion adaptado (Eric Roth), Mejor montaje (Arthur Schmidt) y Mejores efectos visuales (Ken Ralston, George Murphy, Stephen Rosenbaum y Allen Hall). Junto con los premios, vino el descomunal éxito en taquilla.
Basada en la novela de Winston Groom, Forrest Gump pretende ser una de esas historias personales a través de las cuales se narra parte de la historia grande de un país, en este caso, los Estados Unidos. Una pluma que vuela por el aire y se posa junto a un hombre que está sentado en el banco de un parque (Forrest Gump-Tom Hanks) sirven como inicio para que la historia comience a ser contada por él a todo el que se siente a su lado. Así empezamos a conocer cómo es la vida de este individuo, que nació en los años 50 y de quien pronto se declararon algunos problemas físicos y mentales: una dificultad para caminar y un no tan declarado autismo.
Recorremos así a este hombre, que si bien tiene un cociente intelectual de 75 (cuando la media es de 100), posee en cambio otras virtudes, tanto atléticas como afectivas. En cuanto a lo primero, sus problemas de movilidad en las piernas no sólo son corregidos a tiempo por las prótesis que consigue su madre (Sally Field) y que provocan un movimiento que inspira a Elvis Presley para sus bailes, sino que, luego, el protagonista desarrolla una asombrosa capacidad y velocidad al correr, que lo lleva a triunfar y a conocer a ilustres personajes.
De esa capacidad para la carrera surge la que es, acaso, la más famosa de las frases que tiene la película, y que ha sido utilizada luego en la cultura por diversos contextos: “¡Corre, Forrest, corre!”.
En cuanto a la capacidad afectiva, el motor de la historia es su relación con la mujer de la que se enamora, Jenny Curram (Robin Wright), en un arco narrativo que se extiende por años y que muestra un subrayado contraste entre las trayectorias vitales de uno y otro. En ese recorrido, Forrest alcanza a conocer, sin proponérselo, a las más ilustres figuras contemporáneas (Los Beatles, John F. Kennedy participar de los más icónicos momentos de la historia de su tiempo. Incluso, la guerra de Vietnam, donde también destaca casi sin buscarlo y donde entabla una relación de amistad contrariada con el teniente Taylor (Gary Sinise, en un impactante papel).
El mensaje de la película, no exento de cursilería, destaca el hecho de valorar por sobre la aptitud intelectual, justamente, la honradez y la fidelidad afectiva, algo para lo que no hay adalides como el propio Forrest, capaz de una lealtad inquebrantable y que se pone a prueba en los momentos más difíciles.
“La película triunfa como superproducción y estudio de un personaje”, escribió la periodista Joanna Berry en el artículo correspondiente a Forrest Gump en el popular libro 1001 películas que hay que ver antes de morir. “Ello se debe a la dirección inteligente –continúa–, aunque algo sensiblera, de Robert Zemeckis y a la actuación, llena de sensibilidad, de Tom Hanks, que ganó, por este papel, su segundo premio de la Academia en dos años consecutivos”.
Para quien ha visto la película, en aquel momento o 30 años después, es imposible deslindar los logros y debilidades del personaje Forrest Gump de la capacidad actoral de Hanks. En ese sentido, es interesante sopesar los dos papeles que le dieron esos Oscar (en el anterior, Filadelfia, componía a un abogado homosexual enfermo de sida), para convencerse de la ductilidad del intérprete.
Pero, si bien el nivel actoral es parejo y sostiene a la película en gran medida, otro aspecto imposible de soslayar son los (para la época) osados trucos visuales que exige la historia de la película para meter su guion en la Historia (con mayúsculas). En una reseña de aquel tiempo, reflexionaba al respecto la crítica Flavia de la Fuente en la revista El amante: “Es en esta reconstrucción histórica donde se lucen los efectos especiales de Zemeckis: Forrest conversa con John Lennon, le da la mano a Kennedy, etc. Todas estas escenas no son para nada forzadas y resultan muy divertidas e ingeniosas. También son cómicos los efectos involuntarios de la mera existencia de Forrest en la historia de los EE.UU.: su torpeza con sus piernas ortopédicas le inspira un nuevo paso a Elvis, es el primer alumno integracionista en la escuela secundaria, descubre el asunto Watergate, motiva a John Lennon a componer Imagine, es un pionero del aerobismo”.
Forrest Gump, con esos elementos, se convierte en una película de puros contrastes, que se muestran declaradamente: el contraste entre la vida de Forrest y de Jenny, entre la fama de Elvis y la del niño que le enseña a bailar, entre las piernas del protagonista y las de su sargento, entre la vida personal y la vida de una nación. Otra vez citamos a De la Fuente: “La historia del éxito de Forrest es desopilante por lo exagerada: gracias a su fortaleza física, a su cociente intelectual de ‘75 y a sus innumerables virtudes espirituales -bondad, generosidad, valentía, tesón, confianza en los seres queridos y una fidelidad absoluta-, logra lo que pocos seres inteligentes consiguen”.
Tal vez ese mensaje sencillo, aunque “sensiblero”, sea también una clave que permita explicar el buen pasar de la película en todo este tiempo, la capacidad permanente que tiene para ser vista y otra vez disfrutada, aunque no sea (tal vez) una obra maestra. Porque proclama con convicción que, claro está, los grandes héroes merecen gloria por sus logros, pero hay ocasiones en que los pequeños héroes detrás de aquellos han hecho méritos mucho más grandes para hacer posibles las hazañas. Han sido héroes, aunque tuvieran todo en contra. Han aprendido, en suma, la lección que le dio la madre de Forrest Gump al protagonista, y que él repite como un mantra: “Mamá dice que la vida es como una caja de bombones. Nunca sabes qué es lo que te va a tocar”.
El talento de Tom Hanks al servicio del papel
Hay algunas anécdotas que marcan lo comprometido que estuvo el actor Tom Hanks a la hora de entregar todo su talento para este papel. Como cuenta Pablo O. Scholz, en Clarín, “Tom Hanks aceptó trabajar en esta película después de leer el guion durante una hora y media, con la condición de que la película fuera históricamente precisa. En un principio quería suavizar el pronunciado acento sureño de Forrest, pero Robert Zemeckis acabó convenciéndolo de que retratara el fuerte acento de la novela, y adaptó su acento al de Michael Conner Humphreys (el Forrest de niño), que en realidad hablaba así. El equipo y, en especial, la directora del estudio, Sherry Lansing, al principio tenían serias dudas sobre el acento ridículo de Hanks, pero Zemeckis se mantuvo firme”.
Por otra parte, Scholz resalta el origen de otra de las frases famosas de la cinta: “La frase ‘Mi nombre es Forrest Gump. La gente me llama Forrest Gump’, fue improvisada por Tom Hanks mientras filmaba la escena, y al director Robert Zemeckis le gustó tanto que decidió mantenerla”.
No sólo premios ganó Hanks por este filme, sino también dinero. Gracias a una jugada que salió perfecta: decidió recortar su salario a cambio de obtener un porcentaje del dinero de las ganancias. El filme recaudó unos 677.387.716 de dólares, así que Hanks ganó (según algunos cálculos) la friolera de 40.000.000 de dólares.