Era septiembre de 1997 cuando un grupo de difusores de la actividad teatral, reunidos bajo el nombre La Butaca Producciones, publicaba el imponente Anuario teatral argentino 1996, un libro que recopilaba todos los estrenos teatrales de cada una de las provincias argentinas y sumaba a los títulos, elencos y fichas técnicas, algunas críticas a tales obras. En ese portentoso volumen podían destacarse varias cosas, pero para los ojos mendocinos una era sorprendente: sólo un distrito del país, la Ciudad de Buenos Aires, ocupaba más páginas que Mendoza.
Y es que los 90, sobre todo la segunda mitad, fueron especialmente brillantes para la escena teatral local: había, tal vez, menos grupos y salas que en la actualidad, pero se trabajaba a destajo, a altos niveles y cada estreno provocaba, como una onda expansiva, efectos en todos los estratos de la actividad artística local. Fue en ese entonces (1996), como para dar una muestra de ese nivel, que dos elencos muy distintos en su manera de trabajar y en sus propuestas, estrenaron, con pocos meses de diferencia, la misma pieza teatral. Y no una cualquiera: se trataba de Final de partida, una de las obras maestras de Samuel Beckett y uno de los textos dramáticos más influyentes del siglo pasado. Ambas puestas eran brillantes. Pero si Macache —el elenco de la Alianza Francesa conducido por la “beckettiana” Ángela Verdejo— elegía una puesta puntillosamente fiel a todas las indicaciones del texto original, Walter Neira, con su vigoroso elenco Viceversa, apostaba por lo contrario.
En las retinas de muchos asiduos seguidores del teatro local, seguramente, quedan todavía imágenes de esas dos propuestas. Ahora, 27 años después de su elogiado estreno, Neira regresa con la misma obra y una puesta que en mucho se parece y en mucho ha cambiado con respecto a aquella.
Protagonista central de gran parte de la madurez que alcanzó el teatro local por ese entonces, y luego de una larga pausa en su trabajo, Neira volvió a los estrenos, casi calladamente. Primero, con el elenco La Misma Enagua, formado por integrantes del Movimiento Humanista, que él también integra. Luego, y visto que los músculos de su creatividad escénica se mostraban aún vigorosos, volvió a ponerse al frente de Viceversa para estrenar, primero, Subte, y ahora, Final de partida, que se presentará este domingo 12 de mayo a las 21, en el teatro Quintanilla (plaza Independencia, Ciudad).
En Final de partida, publicada en 1957, muestra a dos personajes centrales que parecen cáscaras vacías de un rey y su sirviente, en lo que parece ser un mundo que ha sido destruido. La soledad, el humor negro, el desamparo y la locura de existir sin siquiera saberlo aparecen en las múltiples lecturas que permite esta pieza maestra.
Neira dice sentirse emocionado por tratar de nuevo con este texto, y también conmovido por la realidad mundial en la que se da. Sin embargo, asegura no cargar la misma furia que en aquellos 90. Aun así, tiene mucho para decir.
–¿Cómo se está dando este regreso progresivo y cada vez más asentado del elenco Viceversa, que vos dirigís, y que ha sido tan importante para la historia reciente de Mendoza?
–Me siento raro, porque formé el pequeño grupo La Misma Enagua hace unos cuatro años, con el Movimiento Humanista, del cual soy parte. Con ellos hicimos algunas cosas bastante interesantes, como una obra de Pavlovsky y otra de Ionesco. Al ver todo esto me plantearon volver un poco a trabajar con Viceversa, pero con teatro de texto. Porque está muy de moda algo que no critico, pero que no haría: las obras de creación colectiva. A mí me gusta agarrar el texto de un autor y destriparlo, charlarlo con los actores, desmenuzarlo, como he hecho con Beckett, con Pavlovksy, con Jorge Díaz. Y me propusieron volver con el elenco Viceversa con Subte. Yo acepté, con la condición de que junto con Subte hiciéramos Final de partida, de Beckett. Y así surgió. Esta versión tiene muchas cosas diferentes, no de la obra en sí, sino por lo que yo he vivido y por lo que ha vivido el país. Hay algo importante: hicimos Final de partida en los 90, en el contexto de la guerra de Serbia. Y ahora estamos estrenando la misma obra en el contexto de otras guerras (Ucrania, Israel). A mí eso me afecta mucho.
–¿Cuánto se mantiene y cuánto ha cambiado tu abordaje de la puesta con respecto a la de 1997?
–La obra, literariamente es tal como la escribió Beckett, porque es imposible correrle una coma a este señor: sería un sacrilegio. Pero sí hay algunos cambios en la puesta, en la música, en la iluminación. Y lo demás… es el elenco Viceversa. Silvia del Castillo vuelve a hacer el papel de Hamm, y ahora están Francisco Molina haciendo de Clov, y Liliana Martín y Rubén Pirez haciendo de Nagg y Nell. Me ha emocionado mucho hacer esta obra, porque significa un montón en mi vida profesional, como lo es también El cardenal. Estoy muy, muy satisfecho de lo que hemos logrado.
–En aquel entonces, los mendocinos vimos dos maneras de interpretar este texto de Beckett. ¿Qué desafíos personales te plantea a vos volver esta obra?
–En 1997 Ángela Verdejo estrenó también Final de partida con una visión estrictamente ceñida a la visión estética de Beckett. En cuanto a lo literario, las dos obras eran exactamente iguales, pero en la cuestión estética cambiaban muchísimo. A mí esta obra me transmitía cierto desamparo de los personajes en un mundo en que está volando por los aires. El peligro es latente. Ese peligro, ese miedo es lo que a mí me inspiraba a abrir la escena para mostrar un planeta desnudo, amplio y frío, opuesto a lo que plantea el mismo autor. Esa es la diferencia. Hay un detalle: el Coro de Mujeres de Bulgaria se generó a partir de la guerra Serbia que vivíamos cuando estrené en los 90 la obra. Ellas eran las esposas de los soldados, que iban a cantar al campo de batalla para alentar a sus maridos, a sus hermanos, a sus padres. Eso me marcó mucho y ahora hay un par de temas de ese coro como música de esta nueva puesta. Muestro así al artista en el campo de batalla.
–¿Cómo es el Walter Neira de hoy como director?
–No creo ser el mismo que aquel que estrenó esa obra en 1997. Veo una decadencia tan grande en lo cultural, en lo social, en lo espiritual… En los 90 la televisión taladraba la mente de la gente y ahora lo hacen las redes sociales. O sea, estamos en la misma, o peor. Yo notaba que muchas veces el público quería ser el protagonista, no quería sentarse a escuchar. Yo empecé a trabajar con Viceversa en la búsqueda de movilizar al público con imágenes, sonido, música, elementos que no se usaban tanto en el teatro hasta ese momento. Nuestra provincia culturalmente fue pobre toda la vida: no hay cultura en los políticos, para quienes la cultura es un relleno para quedar bien. Pero yo ya no tengo la rabia de antes, estoy más grande, más calmado. Pero sigo creyendo en el teatro, que en muchas ocasiones salvó mi vida.
–¿Cómo es hacer teatro mendocino en la dura realidad argentina?
–La realidad argentina política siempre ha sido dura. Ahora es peor, es verdad, y creo que va a ser peor en el futuro. Hasta que llegue un punto en que nos despertaremos todos y deberemos ver qué estuvimos haciendo mal. Pero creo que no ha llegado lo peor todavía.