La crisis de diciembre de 2001 en Argentina fue para mí —y para varios y varias de mi generación— un cimbronazo de tal magnitud que, entre otras cosas, nos obligó a despertar de nuestra ingenuidad política y filosófica. De repente, nos encontrábamos ávidos por hallar marcos conceptuales que nos permitieran pensar y comprender desde nuestro lugar lo que nos estaba ocurriendo para, a la vez, poder proyectar desde allí alternativas superadoras. Desde esa necesidad, llegué a la obra de Enrique Dussel, a quien pude conocer personalmente tiempo después, en 2006, en el memorable evento académico “Conversaciones con filósofos mendocinos”, gestado por las doctoras Norma Fóscolo, Clara Jalif y Adriana Arpini. En su obra, Dussel construye un original pensamiento filosófico e histórico-teológico desde su propio lugar de enunciación, nuestra América, bajo el eje fundamental de la liberación de todos los pueblos respecto de la dominación que ejercen en ellos los múltiples rostros que la Modernidad ha desplegado desde sus inicios, en 1492, con el “encubrimiento” de América: el colonialismo, el capitalismo, el racismo, el eurocentrismo y el patriarcalismo.
Habiéndose formado en la FFyL de la UNCuyo, y luego un periplo de estudios y experiencias por Europa y Oriente Medio, Dussel retorna a Mendoza en 1968 como profesor de Ética en dicha Facultad. Pocos años más tarde, en 1973, será víctima de un atentado en su domicilio, perpetrado por un grupo de la derecha peronista y, en 1975, junto a otros y otras colegas, será cesanteado de su cargo por la tristemente célebre “misión Ivanissevich”. Junto a su familia, Dussel debió, entonces, emprender el exilio y buscar un refugio, que efectivamente halló en México. Luego del retorno de la democracia en Argentina en 1983, Dussel intentó en dos oportunidades regresar a su Mendoza natal, pero haber sido profesor interino no le permitió restituir su cargo docente. Dussel vivió este hecho como una enorme injusticia, pues sabía que jamás perdería su condición de exiliado. Solo entonces soltó amarras y tramitó la ciudadanía mexicana. De alguna manera, el doctorado Honoris Causa que la UNCuyo le otorgara en 2018 por sus méritos académicos, bajo iniciativa de la Maestría en Estudios Latinoamericanos de la FCPyS y en una emotiva ceremonia colmada de público, buscó también remediar este doloroso hecho.
En México, Dussel no solo continuó desarrollando su propia filosofía de la liberación, complejizando su marco conceptual a partir del hasta ahora inigualable trabajo a nivel mundial respecto de la obra de Karl Marx, así como de la extraordinaria discusión mantenida por diez años con el filósofo alemán Karl-Otto Apel, sino que también ejerció la docencia de un modo apasionado, hasta muy avanzada edad, en diferentes universidades (UAM, UNAM y UACM).
Gracias a mis estudios de posgrado sobre su obra, tuve la enorme dicha de asistir a algunos de sus cursos en México, así como también, aun antes de la pandemia, de seguir vía streaming sus clases, que se transmitían en directo desde 2014. Esto era un lujo para aquellos y aquellas a quienes nos habían robado la posibilidad de seguir su magisterio en Mendoza. Sus clases siempre me parecieron brillantes; dueño de una oratoria y de una didáctica excelentes, Dussel era capaz de explicar con una fina precisión conceptual ideas filosóficas significativamente complejas. Para mi fortuna, pude dialogar con él en varias oportunidades en su casa de Coyoacán sobre mi proyecto de tesis. Esas conversaciones fueron cruciales para mi trabajo. La última vez que lo vi, en diciembre pasado, ya no estaba recibiendo gente, según supe por amigos mexicanos, por lo que fue una gran alegría que me concediera un encuentro. Gustoso recibió una copia de mi tesis de doctorado y me regaló una larga conversación amistosa.
Dussel fue, sin duda, uno de los grandes filósofos de nuestro tiempo, y su partida nos deja un vacío: el de un estupendo y generoso maestro, y el de un pensador crítico inclaudicablemente comprometido con los y las desharrapados del mundo. Lo vamos a extrañar. Con todo, nos reconforta saber que nos deja su copiosa, creativa, poderosa y valiente obra. Obra que habremos de seguir honrando, porque mientras en la Tierra haya opresiones e injusticias, su filosofía de la liberación no solo será aún pertinente, sino además lo que le dé potencia a nuestro pensar y actuar.
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