El tiempo puertas adentro: fotos y textos sobre la vida interior

Los textos de Oscar Guillén y las fotos de Alejandra Amar se combinan en este libro que, con edición de lujo, habla del encierro y la vida cotidiana. Aquí, el primero de los textos y la imagen con la que se complementa.

Alejandra Amar (fotógrafa) y Oscar Guillén (escritor), autores de "El tiempo puertas adentro".
Alejandra Amar (fotógrafa) y Oscar Guillén (escritor), autores de "El tiempo puertas adentro".

Repentinamente, de un día para otro, pero en realidad todo comienza una noche, la flor del cactus se abre, blanca y tubular. Y a la mañana siguiente, mientras sus pétalos terminan de expandirse al sol, aparece un colibrí, se detiene frente a la flor, el cuerpito suspendido por un instante, aleteando cincuenta y cinco veces por segundo, las alas tornasoladas moviéndose atrás y adelante, frenéticamente.

En ese movimiento inmóvil, algo, tal vez una reverberación de la cola, una oscilación imperceptible, lo muestra indeciso. Pero se deshace de sus dudas con un zigzag de la cabeza y mete finalmente el piquito en la interminable garganta de la flor. Y este particular encuentro tiene algo de batalla: el pajarito en su dinámica multicolor y la flor en su fina quietud se disputan el centro de atención y todo es como una escaramuza, una farsa, una puesta en escena en la que ambos salen triunfantes, piensa la mujer, mirando el jardín desde la ventana.

Es solamente eso: un instante perpetuo, una visión que se va diluyendo y permanece como un destello, piensa el hombre, mientras la mujer le alcanza un mate, ambos deslumbrados, mirando el encuentro entre el bichito y la flor desde la cocina.

Es solamente eso, nada más, porque al día siguiente la flor se cierra para siempre y el colibrí vuelve pero debe conformarse con su habitual dieta de bignonias.

(Es solamente eso. Una acción particular en un presente irrepetible. Ya nada será lo mismo aunque por estos días todos los días comienzan a parecer un mismo día que se repite una y otra vez).

Pero mientras el tiempo juega con las percepciones de la mujer y las especulaciones del hombre, la flor se va transformando en fruto y de verde pasa a rosa, y luego a un fulgurante fucsia, hasta que una mañana la corteza se abre plena de madurez.

Foto de Alejandra Amar para su libro "El tiempo puertas adentro", con textos de Oscar Guillén.
Foto de Alejandra Amar para su libro "El tiempo puertas adentro", con textos de Oscar Guillén.

—Se llama pitahaya —dice ella.

—¿Pitalla? ¿Pitaya o papaya?

—Pitahaya o fruta de dragón.

— ¿Se come?

—“Pitahaya” en haitiano quiere decir fruta escamosa.

—¿Se come? —repite él.

—Una vez las vi en un mercado de Londres. Eran de Vietnam o Tailandia.

—Entonces se comen. ¿Crudas, cocidas?

—En este clima desértico no se dan. Esto es algo verdaderamente milagroso que debe estar relacionado con ese colibrí que polinizó la flor.

El hombre no dice nada. Se queda solo en el jardín, mirando la fruta y pensando en su forma: un pequeño planeta ovoidal, aerodinámico, una cosa de otro mundo, de un mundo más exótico, como de película de ciencia ficción.

Entonces la mujer vuelve con un cuchillo, toma el fruto, desprende la cáscara y queda a la vista un cuerpo blanco como de nieve, manchado por pequeñas semillas negras. Lo corta en dos y, bíblicamente, le ofrece la mitad que él devora de un bocado.

La textura en la boca es agradable y fresca pero no tiene gusto a nada. Entonces recuerda unos versos de Rimbaud: “Una tarde senté a la Belleza en mis rodillas. Y la encontré amarga. Y la injurié”, recita, mientras mastica el exótico fruto del jardín.

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