Este síndrome, o este nombre “síndrome de la niña buena” no es una definición que esté en los manuales diagnósticos de los psicólogos,: es un nombre coloquial que se le dio a esta problemática.
Cuando somos niños, en especial en los primeros años de vida es importante para nosotros, ser mirados, ser observados, ser halagados. Muchas veces, a pesar de que algunas cosas no nos gusten o de que vayan en contra de nuestra propia naturaleza, vamos a hacer cosas que les agraden a nuestros padres o a las personas de influencia, buscando ese reconocimiento. Cuando hacemos cosas que a ellos les agradan cuando nos “portamos bien” ellos nos van a reconocer, cuando nos “portamos mal” ellos nos van a ignorar o nos van a tratar de una manera que no nos agrada, entonces vamos a ir buscando comportarnos de la manera que a ellos le gusta.
Con el tiempo, vamos aprendiendo a tapar nuestra propia naturaleza, para tener esa naturaleza que les agrada a los otros.
La problemática la sufren tanto hombres como mujeres, pero se lo llama el síndrome de la niña buena porque por lo general son las mujeres las que tienen más prohibición en cuanto a la expresión de sus emociones, en especial el enojo.
Empezamos a ponernos máscaras para poder agradar al otro, y empezamos a quedamos con esas máscaras que nos pusimos para agradar a las personas de influencia. Nos dejamos esa careta puesta y al crecer vivimos para agradar al otro porque se alguna manera inconsciente nos interesa la mirada, la aprobación, lo positivo que puedan llegar a decir de nosotros. O evitar lo negativo que puedan llegar a decir de nosotros.
Esto nos lleva a varias cosas: en primer lugar, no poder decir “no”. A quien tiene el síndrome del niño o de la niña buena le va a costar horrores decir no a algo y es ahí que acepta cosas que realmente no quiere. Es bueno en este punto reconocer algo importante, y es que siempre estamos diciendo un no, si cuando no queremos algo, o no tenemos ganas de participar del algo, si el “no” no se lo estamos diciendo a la otra persona, nos lo estamos diciendo a nosotros mismos. Este síndrome del niño o de la niña buena nos lleva a decirle que sí a todo el mundo para agradar, hasta que llega un momento en que ya no podés con tantas actividades, o con cosas que te comprometiste. O te comprometiste con cosas que realmente te molestan y no sabés como “zafar” de esa situación.
Otra característica del síndrome tiene que ver con tener que estar siempre sonriente, siempre amistoso, siempre amigable porque tenés que agradarle al otro, tenés que caer bien, tenés que ser la persona simpática, la que siempre va a estar buena onda. Es importante aprender a expresar todas nuestras emociones y si hay momentos que no tenés ganas de sonreír, no tenés porque sonreír simplemente para caerle bien o para agradarle a otra persona.
Otra característica de este síndrome es que las personas se vuelven muy complacientes, todo tiene que ser servido en bandeja para los demás. Siempre hay un “complace” de por medio, siempre que hay que hacer más que el resto para gradar, y uno empieza a vivir para el otro en lugar de vivir para uno mismo.
Esto pone en juego la poca tolerancia a las críticas, observando lo que se está diciendo sobre uno, y evitando las críticas a toda costa. Las críticas molestan y en el fondo te dan miedo, porque hay un miedo, en profundidad, a decepcionar a los demás.
Se vuelve a esos momentos de la infancia en los que había que agradar para poder estar bien.
Lo importante es aprender a sacarse esa máscara, tal vez sea ir quitándose diferentes capas, e ir aprendiendo de a poco a expresar emociones reales. No creo que uno vaya a ser Superman o la Mujer Maravilla de un día al otro, pero sí es importante (de a poco y con metas pequeñas), aprender a expresar una emoción, a decir un no, a decir un basta, a poner un límite de a poco. Pero avanzando en esto para poder hacer y ser quien realmente se quiere ser y vivir lo que realmente a uno le hace feliz.
El autor es doctor en Psicología, docente, tallerista y autor. @calvoflavio