Lo “cultural”, entendido como un collage estético, que contiene la música, la danza, el canto, las letras, el cine, el teatro y las artes plásticas, responde a una necesidad humana de comunicación, que, aunque pueda, en muchos casos, obtener ventajas económicas, responde, sustancialmente, a un imperativo espiritual, que requiere y exalta un trabajo creativo. Nadie pinta un cuadro o escribe un libro o abre un taller de teatro, para obtener un rédito económico, aunque eso pueda suceder. Lo hace para ofrecer un hecho nuevo y diferente, ante una realidad que los incluya, es decir, que nunca se presente concluida.
Pero la suma y resta de una infinidad de expresiones artísticas (o sea, “la cultura”) no tiene reflejos inmediatos, como sucede con un hallazgo científico o una norma jurídica que de un día para otro pueden cambiar historias. La incidencia cultural tiende a otros tiempos, mucho más extensos. Por eso es bueno que hoy pensemos la Mendoza futura, y puntualmente, dado que esa es la pregunta, lo que podríamos pensar en el aspecto literario, ese intercambio alicaído entre quienes escriben y quienes leen.
El primer abordaje sería en y desde las escuelas, pensando las maneras en que se pueda vincular, la vieja escuela sarmientina, universal y gratuita, con la realidad tecnológica de nuestro tiempo. Actualmente, todo niño que no disponga de acceso a Internet libre y a un dispositivo de uso, está condenado a ser analfabeto funcional. Del mismo modo, todo escritor que quiera ofrecer sus producciones, debe resignar algo de su amor al papel, al perfume siempre latente de las tintas, y aprender el manejo de las nuevas formas reproductivas.
Espacios digitales en red, videos de cuentos, poemas en la voz de su autor o audio-libros sin costo. O acceder “navegando”, a veces por primera vez, a grandiosos libros del pasado, de otro modo inhallables, o a estudiosos que desmenuzan la Comedia de Dante en su versión original, o el El proceso, de Kafka, en el film de Orson Wells. En fin, un arsenal de maravillas que alguna vez fueron materia pasajera, y hoy siguen, como Charly, “rasguñando las piedras”.
Para llegar a eso, para expandir el espacio del arte como elemento de felicidad, lo inmediato-real debe golpear en las puertas de la política. Para que no haya analfabetos funcionales que no distingan una mentira de una verdad, para que fluyan las ideas de superación, para que la democracia recupere sentido, y para que nadie sea castigado por pensar distinto. Si leer y escribir son dos nutrientes de un horizonte imaginable, yo imagino eso.
El autor es ensayista, poeta y editor de la página web Alphalibros.