Un día como hoy, pero en 2012, partía físicamente el artista Leonardo Favio. Pero como pasa con las grandes leyendas, su esencia sigue latiendo en cada canción, en cada una de sus películas y en los corazones que tocó, como hacedor cultural y como persona. Hombre callado y de perfil bajo, dejó un legado cultural inmenso, que traspasa tiempo, espacio y generaciones. Pero mucho más dejó como persona, y su hijo Nicolás se encarga de que lo sepamos.
Del otro lado del teléfono está Nicolás, hijo de Leonardo Favio y Carola Leyton, hermano de “Pupi” Favio y Leonardo Jury, hijo del artista con María Vaner, quien mantuvo el apellido real de su padre.
Nicolás se está por ir, justamente, al Festival de Cine de Mar del Plata, en donde van a homenajear a su papá. Es uno de los tantos reconocimientos que se le van a hacer al artista en distintos puntos del país. En Capital Federal, por ejemplo, se erige una estatua sobre la calle que va a llevar el nombre del mendocino. Una obra maestra del director de cine y escultor Eric Dawidson.
Lo que iba a ser una entrevista se convirtió en una charla fluida, casi un monólogo de Nicolás, que tiene miles de anécdotas que contar y que lejos de ponerse el “cassette” para hablar de la obra de su papá, nos cuenta sobre el costado más humano de Favio.
Un Leonardo íntimo, amigo de sus amigos y respetuoso con todo el mundo. Amante de Las Catitas, de su finca y su familia. Nicolás nos abre su corazón y nos deja entrar en el mundo de Favio.
Es imposible no arrancar preguntándole por las emociones por las que transita estos días, en los que se cumple un nuevo aniversario de la muerte de su papá. Nicolás pone el énfasis en la partida física, porque él lo siente presente todo el tiempo.
“Él siempre está conmigo, lo mismo que mi mamá. Lo siento muy cerca mío. Los escucho dentro de mi corazón. Soy creyente y tengo mucha fe en el amor que sembraron mis padres en mí. Ver cómo crece su recuerdo en el corazón de la gente de todo el mundo es maravilloso, realmente” reconoce Nicolás.
Artista y padre
La primera imagen que tiene Nicolás de su papá es verlo trabajando en la viña cuando él estaba prohibido (durante la última dictadura militar). “El primer recuerdo de mi padre que yo tengo no era el Leonardo Favio famoso e ídolo de multitudes, sino que era muy feliz en el viñedo. Éramos muy felices en Las Catitas”, rememora Nicolás y cuenta, con cierta nostalgia, que uno de los sueños que no pudieron llegar a concretar fue volver, todos juntos, como familia.
Favio debió exiliarse junto a su familia. Primero México y después Colombia. Poco a poco, Nicolás iba descubriendo que su papá era muy conocido, pero no de esos famosos de farándula estridente. Su papá era especial.
Llevaban una vida austera y lejos de las revistas. “Él se resguardó y nos resguardó a todos de todo eso”, confiesa Nicolás.
Uno quiere saber más de ese Leonardo de la intimidad, pero Nicolás es celoso de esos recuerdos. El respeto que tuvo Leonardo Favio con su vida privada se grabó a fuego en sus hijos, y como un gendarme del pasado, Nicolás se cuida de lo que cuenta. Pero su amor es tan fuerte que, sin darse cuenta, las anécdotas se van contando solas.
Para Nicolás, la imagen de su papá como artista se acerca más a la imagen de un hacedor, un artesano. Su hijo lo compara con “un panadero que amasa el pan todas las mañanas, o un carpintero”.
“Un labriego de los sueños”, dice Nicolás, y evoca “los recuerdos vívidos” que dejó Leonardo en él. Son miles, pero Nicolás los cuida. Las Catitas es protagonista de muchas de las historias que nos va a ir contando Nicolás.
En una de ellas, Leonardo Favio come su tradicional picada en el bar del Chiquito Panza, un bar emblemático de Las Catitas. “Ese era él”, sentencia Nicolás.
Un papá presente. “Si yo tenía algún desengaño amoroso, era el primero en estar ahí, abrazándome y diciéndome que vaya con él, que me quede a pasar la noche o el fin de semana”. Las charlas de padre e hijo eran sencillas. La simpleza era un don de Favio.
Otra de las anécdotas que evoca con su papá involucra al cine y a la alegría casi infantil de haber visto “Dick Tracy” en el cine, la película que en los ‘90 protagonizó Madonna bajo la dirección de Warren Beatty. Nicolás quiso saber por qué estaba tan contento y él le contó que era la historieta que él leía de chico.
Un tipo accesible
Así era Leonardo Favio. Nicolás se acuerda que, a veces, lo llamaban estudiantes de cine y él les dedicaba tiempo, atención y algún que otro cafecito.
“Podíamos salir y caminar tranquilos por la calle, ir a comer. Alguien se le acercaba y le decía, ‘maestro’, con respeto siempre”, rememora Nicolás sobre el vínculo de su papá con la gente.
En una oportunidad, Favio se ausentó por siete meses por una gira. En ese momento, reunió a los empleados de la finca y les pidió que lo banquen por un tiempo. Sin homebanking ni billeteras electrónicas para transferir dinero, el músico tuvo un gesto maravilloso con su gente.
Los juntó y, según narra Nicolás, les dijo: “Yo les voy a dejar una cuenta corriente abierta en el mercado de Chacha, ustedes saquen lo que necesiten”.
La Chacha era de la familia González. Los nombres que evoca Nicolás son familia. “La familia González es una familia muy querida nuestra, como la familia Romo. Pirincha y Juan Romo eran como nuestra familia en Las Catitas”.
El cariño con el que Nicolás habla de Las Catitas y de la gente de su pueblo es algo que, claramente, heredó de su familia.
El músico, efectivamente, volvió de su gira por Chile, Perú, Ecuador, Colombia, Venezuela, Puerto Rico, México y Estados Unidos, y fue a lo de la Chacha y pagó su deuda. Sus empleados sacaron lo justo y necesario, recuerda Nicolás, demostrando el gran respeto que tenían por su papá.
Respeto que se ganó Favio por el cariño y las atenciones que tenía con su gente. “Él cuidaba a los obreros. Por ahí, él veía que cuando los obreros estaban en el viñedo estaban sus niñitos jugando en el piso, y mi papá se fue hasta el pueblo en la camioneta y volvió con un montón de cunitas con mosquiteros para los nenes. Cada 15 días organizaba un asado con guitarreada para todo el galpón de la finca y era una fiesta. Era muy feliz. Yo tuve una niñez extasiada de colores”, rememora Nicolás con muchísimo afecto.
Y Favio no era un tipo que nadara en abundancia. Militaba la austeridad y su hijo lo recuerda muy bien. “Cuando iba de gira, se llevaba su par de jeans, tres camisas, las zapatillas y dos trajes de show, una camisa negra de seda, un pantalón y los zapatos que él mismo limpiaba. En el hotel, por ejemplo, cuando terminaba el show, que transpiraba muchísimo, él mismo los lavaba con jabón en pan, para no mandarlos al lavadero y no dañarlos. Él me decía: ‘Estos son mis instrumentos de trabajo, Nico’, por eso los cuidaba. No era que se vestía, los tiraba y después compraba otro. Era muy austero y al mismo tiempo ayudaba a mucha gente”.
Leonardo Favio sabía muy bien quién era y no necesitaba demostrar nada a nadie. Un laburante que se hizo de abajo y aprendió a valorar la simpleza de la vida. Nicolás lo lleva en la sangre. Podríamos verlo “chapear” apellido y mendigar fama por cuanto estudio de televisión se le cruce, pero no. Estamos ante un laburante del arte, como aprendió de su papá.
El legado inmenso
Con respecto al vínculo de Nicolás con la obra de su papá, el hijo de Favio reconoce que es parte de su vida. Su mamá le hablaba de las películas de Leonardo y cuando Nicolás las veía, ya las conocía. La pasión y el respeto con el que habla sobre esta parte de su vida emociona.
Nicolás tuvo un vínculo muy cercano con su papá. Y la generosidad de Favio supo reconocer el talento de su hijo mientras aún estaba con vida. La canción que cierra “Aniceto”, la última obra de Favio, protagonizada por Hernán Piquín y Natalia Pelayo, es de Nicolás. “Yo me sentí glorificado”, reconoce el joven artista, que sabe muy bien que su papá era generoso, pero no regalaba nada, artísticamente hablando.
Capaz sea hora de cambiar esta tradición de celebrar la muerte, para pasar a celebrar la inmortalidad de los recuerdos, de ese fundirse a fuego de la esencia de alguien en los corazones de los que quedan.
Con Favio pasa eso. Cada día está más vivo en el cariño de su gente, en los mensajes de sus películas y en la sonoridad de sus canciones.