Hubo una época en la que en cada hogar había un álbum de fotos, una especie de carpeta grande con hojas especiales donde se guardaban las imágenes de los momentos importantes de nuestra vida. Solía haber uno por familia, y era el lugar donde la historia de todos estaba guardadita, protegida por hojas de papel manteca.
Eran épocas donde la foto era algo escaso. El rollo era caro, había que mandarlo a revelar a un local, y confiar en que las 24 o 36 imágenes del rollito salieran bien. ¡Qué emoción ir a retirar el sobrecito amarillo de Kodak y ver cómo habían salido!
Hoy, si bien tenemos miles de fotos disponibles en el teléfono –las que tomamos sin pedir ayuda de nadie, ni pagar a un profesional– raramente las vemos.
Ver fotos, que era un plan de a varios, algo tranquilo que se acompañaba con un cafecito o un té, hoy es un hecho individual, rápido e intrascendente. ¿Cómo va a ser trascendente lo que abunda? (Piensen en el valor del dólar y su escasez, y me entenderán).
Ese álbum era nuestra memoria, nuestra identidad, la confirmación de que no salimos de la nada, que tenemos un pasado.
Cuando alguien en un asado dominguero empieza a divagar con la idea de tener un libro de su vida - ya sea que lo contrate para que lo escriba un tercero o decida escribirlo solo- es porque está pensando en la trascendencia, en lograr que algo del yo, algo de su tránsito por la vida, permanezca.
El trascender es una temática compleja. La búsqueda de la trascendencia es una necesidad natural del ser humano. Todos ansiamos dejar un legado o unas huellas a ser seguidas. Algunos pocos, los artistas, tienen el don de la creación y pueden trascender a través de una canción, una película o un mural en algún edificio. Para otros, la trascendencia viene por los hijos. Pero todos sabemos que somos seres finitos en lo biológico, y no nos conformamos con solo desaparecer. Piensan en un libro que les permita rememorar historias, dar consejos, entretener a otros con anécdotas, dejar mensajes que perduren más allá del tiempo, y hasta compartir recetas.
Muchos anhelan sentirse protagonistas de una historia y piensan en construir una biografía para unir a la familia, integrarla y fortalecerla.
Cuando en los talleres pregunto por qué quieren escribir su vida, las respuestas son variadas, pero siempre, grupo tras grupo, se repiten.
“Quiero contarles mi vida a mis nietos”.
“Atravesé una experiencia muy dura. Ahora que estoy mejor, quiero contarla”.
“Lo que aprendí en la vida quiero que ayude a otros”.
“Tengo ganas de recordar todo lo que viví”.
“A través de la escritura, quiero hablar lo que nunca pude decir”.
“Me gusta la idea de ver toda mi historia delante de mí, como si fuera una película”.
Tener ese deseo ya es un muy buen primer paso, así que con la fuerza que da la motivación, uno va, se compra un bello cuaderno (ahora hay unos preciosos que hay que ser de piedra para no querer escribir) y se dispone a empezar.
Pero ¿por dónde? La vida es tan larga y además hay tantas biografías famosas que uno de solo compararse, se queda congelado. La historia de mi vida de Helen Keller; El mundo de ayer de Stefan Zweig; París era una fiesta de Ernest Hemingway; El primer hombre de Albert Camus; El diario de Ana Frank o Memorias de una joven formal de Simone de Beauvoir. ¿Cómo estar a la altura?
Y algo de ese temor, o ese respeto, tiene sentido. No es lo mismo hacer journaling que escribir tu biografía. La vida es una mezcla de experiencias, recuerdos, aficiones y personas.
El journaling es una herramienta terapéutica que propone escribir diariamente pensamientos, emociones o sucesos con el fin de aclarar la mente, experimentar la catarsis e identificar patrones de conducta, pero plasmar los momentos más importantes de la vida en una biografía que te represente implica una técnica, un saber y una disciplina. ¡Es un verdadero proyecto!
Si bien la escritura es terapéutica en cualquiera de los dos formatos, cuando uno escribe solo por catarsis, por darle espacio a las emociones, no está preocupado por conmover al lector, atraparlo y lograr que continúe la historia. Ni siquiera por la ortografía o el avance de los capítulos.
Podría decirse que el journaling es con uno mismo: Es más egoísta, más secreto- como el diario que escribíamos de chicos- mientras que la autobiografía es con uno y con el otro: con el lector.
Es muy interesante lo que sucede con aquellos que inician el proyecto de escribir su vida. Empiezan a congregar seguidores, adeptos, verdaderos fans de la iniciativa que incluso colaboran con relatos, documentos y sus puntos de vista sobre la historia central. ”¿Te acordás cuando mamá hacía tal cosa?” o “encontré esta foto donde se ve bien la fachada de la casa que describiste en el capítulo 1″
Sin siquiera estar terminado, son muchos los que quieren participar, aportar y por qué no indagar en cómo será la versión final.
Ya por haber empezado, está cambiando su presente. ¿Entienden por qué la escritura es transformadora?