El lado B - Por Martina Funes

La amistad es un lazo imprescindible, una unión soldada a base de confianzas e intimidades y barnizada con risas, y a veces lágrimas. Es una conexión preparada para resistir separaciones de océanos, para subsistir al paso de los años y hasta décadas.

El lado B - Por Martina Funes
La amistad es un lazo imprescindible, una unión soldada a base de confianzas e intimidades y barnizada con risas, y a veces lágrimas.

Algo imperceptible se quebró, no tenía sentido ponerlo en palabras. Tampoco parecía probable que se pudiese reparar. De hecho era tan difícil de pensar como de describir y dolía como una quemadura reciente.

Cada día que pasaba, durante meses, podía sentir cómo ese cariño, esa complicidad de miradas cruzadas y revoleo de ojos -incomprensible para el resto de la humanidad- se escurría como cuando un anillo se hunde entre las capas de agua en el mar y desaparece irremediablemente bajo la arena.

Pienso que cada vez que una amistad se desvanece desgarra un fragmento de espontaneidad, de ese ser yo con el otro. Hay partículas propias que desaparecen. ¿Se llenan esos vacíos?, ¿dónde va ese cariño que existía?, ¿se evapora?

Creo que los amigos y las formas en las que nos relacionamos con ellos es uno de los asuntos centrales en la vida de las personas. En otra reflexión sobre este gran tema hace unos años describía a la amistad como: “un lazo imprescindible, una unión soldada a base de confianzas e intimidades y barnizada con risas, y a veces lágrimas. Es una conexión preparada para resistir separaciones de océanos, para subsistir al paso de los años y hasta décadas. El tiempo compartido con amigas tiene un valor incalculable”. Así lo creía en aquel momento, así lo expresé y lo sostengo, pero creo que se puede seguir analizando si hay un lado B.

Es probable que estemos todos de acuerdo en que para que una amistad exista debe haber eso que coloquialmente definimos como buena onda y que se parece a la atracción, pero que no es otra cosa que afinidad. Eso que nos hace ver la vida de manera parecida. Nos hace coincidir en por qué eso que hizo o dijo alguien nos pareció profundamente desacertado por razones que son difíciles de explicar, pero que ambos entendemos como si estuviese señalado con balizas. Nos alcanza con una mirada de reojo para sincronizar respuestas articuladas a la perfección.

Sobre este tema dice Elena Ferrante en su libro “La invención ocasional” (un compilado de columnas que le encargó el diario The Guardian en 2018), que la palabra amistad (amicizia, en italiano) “tiene la misma raíz que el verbo ´amar´, por ello, una relación de amistad posee la riqueza, la complejidad, las contradicciones, las incongruencias del sentimiento del amor. Por lo que a mí respecta, puedo decir sin temor a exagerar que el amor por una amiga siempre me ha parecido de una madera muy similar a la del amor por el hombre más importante de mi vida”, arriesgaba esta gran narradora en su columna “Amigas y conocidas”.

En esta etapa de mi vida considero que lo más valioso que tenemos es el tiempo libre. Y por eso los amigos y los momentos compartidos con ellos adquieren una importancia sideral; es decir que no estamos dispuestos a malgastarlo con alguien que nos incomoda o que nos fuerza a callar para no pasar un mal rato.

Valoro especialmente a esas amigas que me empujan a mejorar, en cuya compañía me vuelvo más analítica, inteligente y precisa en mis emociones. Esas que con su sola presencia me alientan a dejar de lado incoherencias, vanidades y toda la cáscara de las cosas innecesarias.

Las que son críticas de mis defectos y errores de frente y en privado; pero que en público defienden mi honor como un samurái del Japón imperial. Aquellas que son capaces de desenredar mis complejidades y volverlas simples con paciencia, con cariño, con gestos compasivos, de consuelo cuando estoy triste. Las que se alegran de verdad sin medias vueltas con mis pequeñas victorias.

Hay momentos maravillosos, horas de risas, de conversaciones profundas o superficiales, confesiones, confidencias, anécdotas; pero la amistad es -a veces-, también un camino de desencuentros, de pérdidas. Ocasionalmente algo deja de funcionar pero no resulta fácil identificar de qué se trata, algo sutil, imperceptible, incomunicable.

Tiendo a cuestionarme todo. Muy seguido me pregunto cosas que no quiero dar por sentadas para que no se naturalicen. Y hay algo sobre lo que tengo una convicción feroz: la lealtad es indispensable en una relación de amistad. Mis amigas saben que conmigo van a poder contar para siempre, aunque dejemos de ser amigas, aunque la vida nos separe y llevemos años sin vernos; lo saben sin necesidad de que se los recuerde. Lo sostengo y lo reafirmo, incluso a riesgo de salir lastimada. En el camino de las distancias, de las amistades extintas, suele haber grandes decepciones.

Dice Rosa Montero en su columna “Algo casi ñoño”, del diario El País que “ninguna promesa de luz puede ser creíble y sanadora si no se reconoce la existencia de las tinieblas”. Y agrego, que para que haya momentos luminosos tienen que existir los abandonos, las traiciones. No es un secreto que la felicidad se construye sobre la oscuridad, sobre la tristeza.

El cariño en la amistad tiene esa cualidad tranquilizadora del mar en movimiento. El agua salada invade las rocas, ocupa cada rincón; avanza, retrocede y nos deja una certeza: va a regresar una y otra vez, con más fuerza en la marea alta y un poco más espaciado y suave en horas de corrientes tranquilas. Cuando existe esa afinidad, ese sentimiento de amistad profundo, no caduca. Puede resistir temporales, esperas, lejanías y regresa una y otra vez, como las olas. Voy a defender esta idea a pesar de la realidad, cuando se empeña en contradecirme.

Tal vez lo más sensato sea revestirse con una armadura para no sufrir. Me lo pregunto y me respondo que no, que aún a riesgo de salir lastimado vale la pena querer de verdad, ser auténtico, jugarse, entregarse. Aunque para que existan los días luminosos haya que atravesar la oscuridad.

Vivimos una era del individualismo extremo, de un precepto básico: lo más importante soy yo, lo que quiero, lo que necesito; todo lo demás debe subordinarse a mis deseos. Me pregunto cómo la amistad sobrevivirá a estos mandatos. ¿Es posible transitar la vida sin un mínimo equilibrio que considere al otro en lo que yo quiero y necesito?

Tenemos algo para ofrecerte

Con tu suscripción navegás sin límites, accedés a contenidos exclusivos y mucho más. ¡También podés sumar Los Andes Pass para ahorrar en cientos de comercios!

VER PROMOS DE SUSCRIPCIÓN

COMPARTIR NOTA