Cada día vamos descubriendo, en el lenguaje cotidiano, connotaciones que no son conocidas por todos y nos sorprendemos ante acepciones que, en el diccionario académico, figuran al final de la lista. A veces, escuchamos alguna expresión en un lugar inesperado y, otras, quienes amamos resolver crucigramas nos devanamos los sesos ante una referencia que no podemos resolver.
Así nos sucede con el vocablo ‘jabón’: de raigambre latina, el sustantivo deriva de “sapo, saponis” e indica, en primer lugar, “el producto soluble en agua resultado de la combinación de un álcali con los ácidos del aceite u otro cuerpo graso, que se usa, generalmente, para lavar”. Pero, de las connotaciones, nos llama la atención la primera, que aparece en nuestro país y en Uruguay, con el valor de “susto, sobresalto, julepe”: “Cuando se abrió repentinamente la puerta, con gran estrépito, nos llevamos tamaño jabón”.
En cambio, la locución ‘dar (a alguien) un jabón’ tiene valor coloquial y se usa para señalar que se lo castiga o reprende ásperamente: “Enojado por lo sucedido, el celador le dio un fuerte jabón al culpable”. En cambio, con la única diferencia de no tener el indefinido ‘un’, la locución ‘dar jabón a alguien’ toma el valor coloquial de “adularlo, lisonjearlo”: “No hay nada más molesto que tener cerca a alguien que te da jabón”.
Ese valor de lisonja lo adquiere una locución no usada demasiado por los mendocinos: ‘dar coba’. El término que nos abre el interrogante es el sustantivo ‘coba’; una acepción del vocablo es “embuste gracioso”, pero la que nos interesa es “halago o adulación fingidos”: “El funcionario estaba rodeado por los ayudantes que, llevados por la ambición, le daban coba”. El Diccionario de americanismos da como equivalente la locución ‘meter coba’ y la diferencia de ‘darse coba’, ya que esta toma el valor de “elogiarse a uno mismo”: “Te molesta que permanentemente se da coba”.
El vocabulario de la censurable lisonja es rico: en primer lugar, ‘halago’, en relación con ‘halagar’, que no es otra cosa que decirle a alguien interesadamente cosas que le agraden, a fin de satisfacer su vanidad y, con ello, lograr beneficios o consideraciones especiales: “Si hay algo que no puedo soportar, es que me llene de halagos para alcanzar una mejor posición”. A esta idea le corresponden los adjetivos ‘halagador’ y ‘halagüeño’, que dan a entender que se satisfacen el orgullo y la vanidad.
En el mismo orden se encuentran la ‘adulación’ y la ‘lisonja’: con la primera, se pretende “hacer o decir con intención, a veces inmoderadamente, lo que se cree que puede agradar a otro”; igualmente, la segunda palabra, vinculada a ‘lisonjear’, no es otra cosa que “dar motivo de envanecimiento”: “Nunca faltan los obsecuentes que te llenan de adulaciones y lisonjas que redunden, luego, en su beneficio”.
Con la misma idea de alabanza interesada, se da la palabra ‘carantoña’, definida como la “caricia, palabra o gesto afectuoso que se hace a una persona, en general, para conseguir algo de ella”: “A pesar de sus carantoñas, no va a conseguir nada de mí”. En ese sentido, como “caricias o gestos afectuosos”, aparece ‘cucamonas’.
Hay una serie de sustantivos relacionados, en la misma familia semántica, con el verbo ‘lamer’ que, con el sentido figurado de obsecuencia, señalan la acción de pasar la lengua; ellos son ‘lametón’, ‘lambetada’, ‘lambetazo’, ‘lambisconería’, ‘lambonería’. Cualquiera de ellos puede funcionar como hipónimo del hiperónimo ‘adulación’: “En vano fueron sus lambetazos continuos porque nada positivo consiguió”. También concreta la idea de halago interesado el sustantivo ‘lagotería’ o zalamería para congraciarse con algo o con alguien.
En la catedral de Santiago de Compostela, se encuentra el Botafumeiro, gran incensario; el sustantivo, de origen gallego y usado como común, se utiliza como equivalente a ‘adulación’; así, la locución verbal coloquial ‘manejar el botafumeiro’ equivale a “adular”. En otros lugares, como Honduras, se registran ‘copaleo’ y ‘copalear’ con el mismo sentido; en El Salvador, se da el sustantivo masculino ‘cumbo’ y en México, República Dominicana y Colombia, se usa el verbo ‘cepillar’, como equivalente a “hacer o decir lo que se cree que puede agradar”.
¿Qué adjetivos son apropiados para calificar a la persona aduladora? Además de los relacionados con los sustantivos ya vistos, tales como ‘lisonjero’ o ‘adulador’, encontramos otros que aluden a este tipo de personas: ‘alabancero’, ‘adulón’, ‘adulete’, ‘manyaoreja’, ‘chaquetero’, ‘chupamedias’, ‘tiralevitas’, ‘pelotillero’, ‘ñangotado’, ‘rastrero’ son, en diferentes países de habla española, los vocablos que designan una manera de conducirse siempre censurable.
Como síntesis de saber ancestral, los refranes nos brindan pensamientos acertados: “Quien hoy te compra con su adulación, mañana te venderá con su traición” nos enseña a desconfiar del que se acerca por interés ya que puede tanto adularte en tu presencia como difamarte en tu ausencia; “Más daño te hace el que te adula que el que te injuria” enseña a descubrir mayor sinceridad en el que te critica o te censura que en aquel que te alaba y está a tu lado por mera conveniencia; “Oye el mal con una oreja, el bien con las dos, y con ninguna la adulación” reviste la forma de un consejo sensato para ser lo suficientemente inteligentes como para desoír lisonjas y halagos interesados; “Palabras melosas, siempre engañosas” califica como falsas aquellas expresiones excesivamente cargadas de alabanzas; “Buenas palabras me dice y a la espalda, me maldice” es otra forma de caracterizar el accionar poco sincero del que te adula en presencia y te carcome con las críticas, en ausencia; “Siempre hay falsía en la mucha cortesía” aúna, sin nombrarla, en la idea de lisonja, los conceptos de falsedad, obsecuencia y excesiva amabilidad.
Nos quedamos con el pensamiento de Epícteto, estoico que vivió entre los años 55 y 135, cuando expresó sabiamente estas palabras: “Los cuervos arrancan los ojos a los muertos cuando ya no les hacen falta; pero los aduladores destruyen las almas de los vivos cegándoles los ojos”.