El libro “El hilván de la memoria; Fragmentos de la historia de una familia” (2023) de Silvia Cirvini, arquitecta e investigadora de destacada trayectoria, se inscribe en el género de las memorias, consideradas actualmente una de las formas literarias más interesantes y de mayor difusión.
Las memorias son escritos compuestos por recuerdos, vivencias, experiencias y sensaciones de alguien a lo largo de su vida, pero se diferencian de las biografías en que pueden ser mucho menos rígidas, formales y estructuradas y además, como en este caso, referirse no a un personaje individual, sino a una familia.
En cuanto al título del libro, parece aludir a la fragilidad de la memoria, y también a lo fragmentario de esta facultad humana cuya función es codificar, almacenar y recuperar información, y, posteriormente evocar, buena parte de nuestras vivencias personales. La memoria es como un gran almacén o baúl donde guardamos nuestros recuerdos, recientes y lejanos.
Participa por su remisión al pasado y por su peculiar actividad constructiva, de las características de la historia, a la que podríamos calificar como una “ciencia poética”, en tanto exige del historiador una tarea de construcción imaginativa de un objeto que no está materialmente ante sus ojos. Y este es el “hilván” que traza el historiador y, en este caso, la memorialista. Como dice Silvia Cirvini, en su relato hay “lagunas, hiatos, que fue necesario salvar con la imaginación, reconstrucciones armadas sobre suposiciones de lo que creo que pudo haber sido o que nacieron de sueños, de deseos propios o de los personajes”.
Volviendo al título: la palabra “hilván” significa también unir -siquiera precariamente- algo, y eso que se une son los testimonios familiares de hermanos y primos, los recuerdos, las anécdotas… esas fotos, varias de ellas deterioradas por el paso del tiempo, pero que la alquimia de la palabra escrita (y también los medios tecnológicos) restaura.
Por ello dice la autora en sus palabras liminares: “Porque la memoria es frágil se hace necesario escribir. Este texto ha nacido de un imperioso deseo de recuperar y unir trozos de la vida de mi extendida familia. Y muestra, como en el reverso de un tapiz, la trama de la historia en común. Aparecen pequeños héroes, algunas tragedias y grandes decisiones, actos de valentía y de egoísmo, celos, sueños, desencantos, dolores y alegrías”.
Luego de estas sabias y hermosas palabras, casi no queda nada más que agregar. Y sin embargo, este libro es mucho más que la historia de una familia; es, ante todo, una pieza literaria capaz de emocionar por la riqueza del sentimiento que expresa y la belleza del estilo con que se expresa. También, por el tono reflexivo que nos permite hacer extensivas a nuestra propia vida las consideraciones sobre el amor, el dolor, el paso del tiempo y aun la muerte.
¿Catarsis? ¿Expiación? Si bien la escritura -siempre en palabras de la autora- permite de algún modo exorcizar culpas u omisiones, es sobre todo el mandato ineludible de anudar el pasado con el presente: el pasado plagado de sueños de los inmigrantes de los que buena parte de los mendocinos somos hijos y herederos.
El relato remonta por igual la rama materna (Parte I) y la paterna (Parte II) y nos regala en ambos casos excelentes recreaciones de cuadros de época: por un lado, la ínsula siciliana cuna de la familia materna; por otro (la rama paterna), la intimidad de lo que era la vida cotidiana en Luján en las primeras décadas del siglo XX, en casas no necesariamente acomodadas, pero sí verdaderos hogares donde las mujeres de la familia fueron volcando todo su cuidado en la decoración, las tareas domésticas y la educación de los hijos. Estampas de una vida pueblerina pero llena de encanto.
Porque ese es otro mérito de este libro: la creación plástica de contextos que enriquecen, al situarla, la historia personal. La historia personal y familiar, historias de superación y sacrificio, entretejida con la historia del país todo. Solidaridad de los inmigrantes y generosidad de la tierra que los recibía, un mensaje que debe ser recobrado y que en cierto modo se recupera en nuestra idiosincrasia como pueblo, como nación, crisol de razas.
El dolor de la guerra atraviesa la historia familiar de los bisabuelos maternos de la autora, al igual que la de sus hijos, historia también de encuentros y reencuentros, y la seducción romántica de un casamiento por amor y “a escondidas” por las diferencias sociales, una historia que a su modo marcaría la de sus descendientes. Y al trasluz, todo el encanto de una estampa rural de los pequeños pueblos sicilianos, que el texto anima con exactitud plena de poesía.
Se trata de una historia de “dos orillas”, atravesada también por el desgarro de la emigración. Entonces, el escenario se traslada a Buenos Aires, esa Buenos Aires que florecía -fugazmente- antes de la gran crisis de los años 30 y abría los brazos a tantos inmigrantes que desde fines del siglo XIX afluían en gran número
También la historia de la rama paterna comienza con una migración, en este caso interna, de un remoto pueblo de San Juan, a Luján de Cuyo. No faltan en esta rama las historias de amores complicados, pero también de matrimonios felices. Y la autora nos brinda una galería de retratos de mujeres fuertes y valerosas. Cada una de ellas tiene, en los títulos, un adjetivo adosado a su nombre, casi a modo de epíteto épico, y es que fueron, a lo largo de su vida, protagonistas de una pequeña epopeya.
Algo que sorprende también en este libro es la capacidad de su autora para cavar tan hondo en la memoria familiar que la vivacidad del relato adquiere casi las proporciones de una novela, enriqueciendo la veracidad del dato con los lujos de la imaginación que completa y salva intersticios, sin que se note la sutura entre lo leído u oído en las memorias familiares y lo que la propia autora postula.
La frugalidad, el ingenio, el sacrificio personal… son cualidades que van moldeando la historia de la familia. Pequeñas historias, conmovedoras en su sencillez, que Silvia hilvana con arte, paciencia y perspicacia de investigadora y oficio de escritora. Se destaca, en relación con ello, la habilidad de la autora combina el relato con vívidas escenas en las que el diálogo hace a la caracterización de los personajes.
Como conclusión, valgan las sentidas palabras de la autora, que sopesan la herencia recibida: “Mi familia materna me dio raíces, y con ellas la identidad. Una ironía porque llegaron en los barcos. También alimentó la capacidad de amar y de demostrar el afecto. Mi familia paterna me dio alas para ser independiente y autónoma, para buscar mi propio camino. Hoy siento que todo lo recibido de ellos, perdura en mí de la mejor manera posible. Y así he tratado de contarlo, destacando lo bueno para agradecerlo, y tamizando lo malo para comprender y perdonar”.